Por Daniel Rojas Pachas
They took the credit for your second symphony. Rewritten by machine and new technology, and now I understand the problems you can see.
Tenían sus habitaciones en el tercer piso de la casa, almorzaban aparte pero convivían con nosotros luego de cumplir sus tareas de aseo; mayormente eran adolescentes recomendadas por una vieja señora yerbatera que compartía sus extrañas artes aprovechándose de las supersticiones de mi madre y tía Gina. Las empleadas llegaban a la ciudad a terminar sus estudios secundarios de noche, y año a año iban rotando porque se iban con el galán de turno que las embarazaba al ritmo de Chacalón. Debo al menos haber culeado con media docena de ellas. La primera, Úrsula, tenía 15 y yo 14. Flaca y exótica, ya había estado con otros en su tierra, ella me contó todos los detalles una vez, después de que lo hicimos. Al comienzo era tímida, bueno, en lo que a hablar se refería, pues ella fue quien se lanzó; en ese entonces no hablaba, solo se sacó la ropa y me invitó a pasar a su cuarto como si fuese un juego, me desvistió y comenzó a chuparme entero, se montó encima, me tiraba el pelo y me obligó a chupar su vagina; tenía una tetas pequeñas pero duras, lo recuerdo bien, sudaba mucho y era violenta al jugar con mi pene y lamerlo. Al terminar me echó del lugar porque tenía que bañarse. Así ocurrió unas cuatro veces, luego la rutina cambió porque sintió la necesidad de compartir su pasado. Hablaba mal español pero yo la entendía a la perfección, no era tan complicado cuando agarrabas el ritmo de su habla. Mi mamá la echó de la casa por floja y porque según ella, la mocosa no entendía las instrucciones, dijo que era retardada. Yo me había enamorado de Úrsula, odié a mi mamá en secreto por eso y por un buen tiempo quise matarla. Mi madre siempre tenía en su habitación una jarra de agua mineral que bebía todas las noches porque su boca se amargaba debido a un problema estomacal; en dos oportunidades estuve tentado a echar veneno para ratas, no sé qué me disuadió, tal vez porque olvidé a Úrsula y todo volvió a su curso. Cuando llegó Viviana, a quien también me culié ya con más experiencia gracias a las enseñanzas de la selvática, pasé por alto las conversaciones y el compromiso emocional, sabía que mamá encontraría una excusa para botarla, eso hizo con todas de cualquier modo, era un asunto de poder más que otra cosa. Con Úrsula tuvimos un sistema de señas, sería su sangre de la selva, era una arrecha: cuando yo me encerraba a hacer una tarea o jugar videojuegos tocaba mi puerta con la excusa de que le ayudara en sus deberes escolares o para una prueba que tendría en la nocturna, se quedaba por horas escuchando música en mi discman sin decir nada, y se iba una media hora antes de sus clases a ducharse, le encantaba estar ahí, sentir el agua. Me duché una vez con ella, fue algo bello, como las fantasías que te venden las pornos, solo que con sutileza. Al irse en lugar de adiós o nos vemos, decía “tengo que ducharme” con su extraño acento, tiempo después descubriría era una invitación. Perdí muchas oportunidades con Úrsula, era demasiado idiota y aniñado para entenderlo. Luego se convertiría en un hábito y yo controlaría la situación con estas chicas. Debo admitirlo, Úrsula fue mi universidad desconocida, mi primer beso y mi primera cacha. Cuando cumplí dieciocho y mi viejo me regaló dinero para un viaje a donde quisiera, pensé en buscarla, usar el tiempo y el dinero para saber qué había sido de su vida y quizá rescatarla de lo que fuese que estuviese viviendo, eran los resabios de esa estúpida sensibilidad y amor que pensaba tenía hacia su cuerpo. Terminé yendo a Brasil en busca de otras como ella para olvidarla.
Hubo antes de que terminará el colegio otra chica como Úrsula que fue bastante especial, se llamaba Fabiola, no era tan bonita pero sabía explotar sus encantos provincianos: unas largas piernas morenas, pantalones cortos que resaltaban su hermoso culo y unas camisetas manga corta que eran sobras de mi hermana y que mi mamá se las daba sintiéndose muy generosa. Varias veces pillé a mi viejo viéndole el culo cuando servía la cena. Fabiola no usaba sostén y algunas de esas camisetas dejaban entrever los bordes de sus pezones. Mi mamá le gritaba mucho y sentía que tenía la labor de civilizarla. Fabiola no era idiota, se daba cuenta de su encanto, era su poder sobre el patrón y su casa. Fue de las que más duró y con la que incluso salí un par de veces a fiestas y conciertos de grupos chicha. Era otro universo, supongo que era incómodo para los dos. Para sus amigos o conocidos yo era como el novio extranjero o algo así. Nunca entendí mucho ese juego, la verdad me dejaba llevar y valía la pena porque Fabiola tenía una pieza en un pueblo joven y de no haber ido con ella a culear a esos lugares, jamás habría salido de la burbuja de la casa. Era una tonta sensación de ilícito, de vulnerar los márgenes que me había impuesto mi vieja los que me empujaban a seguirla en esas aventuras. En una oportunidad, seguro queriendo probar su potestad me echó de la casa y me dijo, aquí yo mando cojudo, así que te vas, ya me lo metiste, me chupaste las tetas, listo, ahora vete a tu casa pituco de mierda. Me vestí y salí a un tierral, largas calles en un cerro sin saber cómo llegar a casa, era tarde y veía pasar unos mototaxis que en mi imaginario eran solo caricaturas en algún programa de los sábados. Tuve que caminar cerro abajo hasta llegar a una especie de urbanización semi iluminada y asfaltada donde pude ver unas primeras micros, una de eestas decía centro. En esa época todavía no existían celulares con gps o cabinas de internet, solo teléfonos monederos en las esquinas, pero el único que pude encontrar había sido vandalizado. Llegué a casa pasada la medianoche, mi madre me dio dos bofetadas y papá soolo me miró con rabia, ya habían llamado a la policía y a mis amigos, estos últimos no tenían idea y los tombos ni siquiera les prestaron atención, me insultaron y sentí rabia, pero me tragué todo, les dije que había tomado una micro equivocada, que me quedé dormido en el camino y que por error terminé más allá del centro por un cerro, y que me había quedado sin dinero y tuve que caminar. Parecía verosímil, no dijeron más, mamá me abrazo, tía Gina también, papá dijo que era un idiota, que no tenía necesidad de usar micros, que para la otra si requería más dinero para taxis lo pidiera o que el mismo podía llevarme, le pedí perdón y me fui a la habitación. No pude dormir esa noche, pensaba en cómo vengarme de Fabiola, acusarla de robo, de la perdida de algo valioso en la habitación de mamá o mi hermana, algo por el estilo. Idiota y mimado, típico de un pituco de mierda cojudo, recordar esa frase me hacía odiarla más, pensé en mejor hacerle daño, golpearla, o humillarla la próxima vez que lo hiciéramos, obligarla a lamerme el culo o metérselo duro ahogándola, pero nada de eso jamás ocurrió, no tenía los huevos para hacerlo, eran sólo fantasías y ella tampoco volvió el lunes, seguro se aburrió de jugar con nosotros, además decía que mi viejo le daba miedo, que era un sicópata. La vieja yerbatera le dijo a mamá que Fabiola se había ido con su abuela a la sierra, según la vieja la chibola se embarazó de un chico de la nocturna, quizá un profesor o un milico de mierda con el que salía los fines de semana. A estas tipas les encantan los uniformados.
La experiencia de culearme a Úrsula en su habitación escuchando technocumbia, el poder jalarle los pelos mientras la montaba o apretarle las piernas en el aire y morderle las tetas por órdenes suyas me dieron una confianza extrema. No hubo romance o enamoramientos luego de eso, ya sabía qué buscar en las chicas del colegio, cuáles eran las estrategias y evitaba perder el tiempo con las huevonas necesitadas de fantasías, de melodramas; ninguna de esas rubias huevonas o hijitas de papá serían lo suficiente cochinas para pasar el culo, y yo sólo quería divertirme y probar cuanto más pudiera, todos los sabores y olores. Un conocimiento temprano del cuerpo de una mujer y cómo servirles no es malo para superar el miedo que los de mi edad en ese entonces tenían. Idealizar era el gran error, las distintas chicas que sirvieron en casa fueron prácticas para llegar a la cerda más rica y deseable de todos, la tía Gina.
Lograr que todas las empleadas, Fabiola, Úrsula y Viviana me chuparan la pichula, poder tener sexo anal con al menos tres, aprender a ponerte los condones en segundos, controlar el correrme para durar más, el besar con lengua y sacar el sostén con una sola mano, eran técnicas que ya manejaba a los catorce, por eso mis compañeros me parecían idiotas. No teníamos nada en común, ellos escuchaban música basura, tenían miedo a las chicas, demasiada presión les impedía ver más allá, en cambio, el tener sexo cuando lo quisiera me liberó, me permitió centrarme en otras cosas, dedicarme a la pintura, investigar con precocidad sobre arte, descubrir otros mundos, el meterme en la escena universitaria de la Escuela de Bellas Artes como espectador en exposiciones e iniciar charlas con tipos maduros que me veían como un pendejo sabiondo pero superdotado. Mi conocimiento de artistas y movimientos me sacó de la rutina de casa y la escuela. Tenía 16, estaba por terminar el colegio y tenía este grupo de amigos, imitadores de los , unos poetas fracasados que escribían manifiestos pero siempre tenían hierba, alcohol y acceso a unas amigas cerdas que lo único que querían era experimentar fuera de los libros y poner en juego las maniobras de sus poemarios eróticos mal redactados y sentirse radicales, protagonistas de una mala copia sudaca de la escena del Nueva York de los setenta. Daba igual, yo también quería probar, y eran fáciles de impresionar, no leían, no escuchaban, en el fondo eran tan poseros que un par de datos y recomendaciones les volaba la cabeza y estaban siempre tan drogados que podías patearlos o culearte a las comadres sin que al otro día lo supieran, era parte de todo el rollo de pretender ser vanguardia.
Roger Kalavera, un diseñador gráfico que había vuelto al país luego de estudiar nuevos medios o algo por el estilo en Argentina, tenía arrendado un departamento en una zona horrible del centro. Era un espacio enorme por el cual pagaba lo mínimo, una especie de antro de reunión en el que siempre te encontrabas pura basura pretenciosa vendiéndose, chicas que aspiraban a ser modelos, curadores, académicos snobs, críticos de arte, era el lugar donde todos venían a rematar las fiestas o las charlas magistrales a las cuales asistían. En el depa los debates se prolongaban de modo idiota, algunos airados se ofuscaban y lanzaban dramáticamente botellas o hacían el amago de irse a los golpes, estoy seguro en todo caso que ninguno de ellos, jamás tiro un puñete en su vida. El lugar estaba cerca de otros antros donde vendían drogas y alcohol hasta altas horas y como nadie más vivía en el edificio, sólo había una imprenta en el primer piso, nunca hubo quejas por el excesivo ruido o desorden que se armaba. Si algo hay que admitir es que todas las divas que pasaban por el piso de Kalavera eran un escándalo mayúsculo. Esa época fue un tanto confusa, pasaba poco tiempo en casa, faltaba mucho al colegio, papá amenazó con enviarme a vivir con unos tíos al sur para que me enderezara, vaya concepto. Mamá decía que tenía malas influencias en la ciudad y que a este paso no me graduaría o lo que es peor no ingresaría a Arquitectura como ella deseaba. Había llegado ebrio a casa un par de veces, y en una oportunidad me atraparon besando y corriéndole mano a una chica que llevé a la casa, era una de esas aspirantes a modelo y actriz que Kalavera me presentaba, pudimos tirar en cualquiera de las habitaciones llenas de colchones o sillones viejos que tenía K en el departamento, pero la tipa que creo se llamaba Cecilia, me dijo que le daba asco tirar en un colchón sobre el cual quizás cuántos vagos o amigos de Roger pasaban sus genitales y culos. Tenía razón, la verdad yo pensaba culearmela de pie pero no logré convencerla y como estábamos muy bebidos, tomé un taxi y le dije vamos a la casa de mis padres, en el tercer piso podremos hacerlo en la habitación de mi tía, es un lugar tranquilo y perfumado. Le conté que mi tía era fotógrafa de una revista importante y que trabajaba en la página de sociales. En parte era verdad, Gina era fotógrafa y trabajó en eso, ahora estaba desempleada. La idea le encantó, cuando llegamos a casa ya la había manoseado entera en el taxi, y no pude aguantarme hasta llegar a la habitación, hice mucho ruido y no me di cuenta cuando mi madre bajó y encendió las luces, tenía algo en las manos, creo que una escoba o algo así, debe haber creído era un ladrón, era fin de semana, papá estaba de viaje por trabajo y las señoras que trabajaban en ese momento tenían salida, estaba sola porque Gina estaba donde su novio de aquel entonces, mamá se puso a llorar como histérica y gritar espantando a la chica. Sin mediar explicación, salí con Cecilia, mamá se quedó ahí postrada y ofendida. Tuve que acompañar a C a la esquina a tomar un taxi, traté de convencerla para que me recibiera en su casa, pero me dijo que yo era un mocoso aproblemado y que no quería tener nada que ver conmigo, le dije que era una perra idiota y que su nariz era horrible, que así jamás podría ser modelo y que si la había elegido para estar con ella esa noche, es porque era la más fácil de toda la fiesta y que Kalavera me había dicho que no tenía estómago suficiente para estar con alguien de una nariz tan fea sin vomitar. Mi objetivo era herirla y lo conseguí porque me golpeó en el ojo con su bolso y se fue corriendo sin esperar el taxi. No me molesté en seguirla, qué sentido tenía arrepentirse y hacer las paces, no es como si fuésemos a ser novios. En el futuro me la topé dos veces, me ignoró por completo y en una oportunidad que estaba acompañada de una amiga noté que me insultaba. Esa noche no volví a casa, no quería enfrentar el rollo de mi vieja, y tenía algo de dinero, tomé un colectivo que era más barato y le pedí me llevara al centro, a un bar llamado Cleopatra. En realidad el Cleo es un club de bailarinas y putas.
La primera vez que fui al lugar, fue con Augusto Estuardo, un tipo de como 30 años con dos hijos de distintas relaciones, la primera de un matrimonio que tuvo por la iglesia y todo, la segunda de una novia con la que estuvo conviviendo. Estaba en segundo año de psicología, cuando en realidad ya debería estar titulado y trabajando, el tipo optó por quedarse pegado porque conocía a los profesores, sus modos y compartía con las recién ingresadas sus secretos o eso le daba ventaja sobre los compañeros jóvenes. Era una especie de mentor y personajillo en la universidad, para algunos un gurú, un tipo que siempre se estaba comiendo pendejas lindas, para otros un loser que nunca terminaría la carrera y estaría ahí vegetando hasta que la universidad lo echara o fuese demasiado viejo como para que el personaje que había construido fuera rentable. Lo conocí en una fiesta de Kalavera, Estuardo era un buen tipo, pero el típico fracasado que queda encasillado, algo así como ese personaje de Linkletter de Dazed and Confused que dice, lo que me gusta de las novatas es que cada año que pasa yo estoy más viejo y ellas más niñas. La verdad es que cada vez que me lo topaba, lo veía peor, siempre estaba atrasado con la tuición de las hijas, sin trabajo, arrastraba una deuda de colegiatura por inscripción de ramos y salía con chicas que se tiraba seguido pero en las cuales tenía que invertir, aún vivía con su madre y por lo mismo caía seguido donde Kalavera para dormir o culear ahí en esos colchones que tanto detestaba Celilia narizotas.
En ese periodo conocí a mucha gente, la mayoría intrascendente, y a varios me los toparía más adelante en la universidad al comenzar a estudiar Estética y teoría del Arte, aunque procuré sólo limitarme a compartir con ellos en las fiestas y en ciertas reuniones e ir dejándolos atrás lo más rápido posible para no viciarme con sus lamentos y aspiraciones. Por lo mismo me forcé a no salir más de una vez con ninguna tipa de la carrera o de la universidad y recalaba usualmente en el Cleopatra o lugares de ese tipo, o también iba a esas tocatas a las que me llevó Fabiola, para levantarme pendejas que usualmente trabajaban en casas de mi barrio o con familias como la mía.
Durante los últimos años de la universidad, empezó toda la masificación de celulares y de internet y la gente se volvió más estúpida y superficial que de costumbre. Dejé el hábito de salir con estas chicas de barreadas porque aparecí en un par de fotos de facebook ebrio junto a un grupo de amigos de Carmen, una negra rica con la que iba a polladas y cosas así a bailar y hacer el tonto. No es que me importará pero lo dije antes, siempre he vivido –por mucho que lo niegue– en una burbuja de pretensiones. Tuve que hacer muchas maniobras para lograr ocultar el rastro de esas fotos, al menos hasta dónde sé, uno no puede hacer eso en internet. Me borré de esos sitios, algo que todos cuestionaban porque decían que se volvía más difícil ubicarme y que también perdía la chance de promover mi arte como ellos lo hacían con sus carreras de escritores, músicos o personajes públicos con sus fanpages, yo la verdad sólo veía a idiotas más disociados que antes. El lugar de Kalavera cerró. Roger se fue a Argentina de nuevo porque nunca pudo encontrar campo ocupacional para su genio y todas las rémoras se trasladaron a un bar llamado Milicas que quedaba a unas cuadras del piso de K, pero ahí conversar era un despropósito. En realidad nunca hubo mucho sentido en los debates y melodramas, pero a lo que voy es que al menos el rito, el acto simbólico de ostentar una opinión que no estuviera mediada por un posteo o foto etiquetada y compartida al instante existía, era real, algo tangible y que no requería de otra prueba que estar ahí o que alguien lo contara como algo épico o idiota dependiendo del ánimo. Ahora todos se sentaban en círculo a retransmitir su genialidad al mundo y eso terminaba por asquearme, entre otras cosas, por eso me alejé definitivamente del círculo de poseros, amigos de Kalavera.
Me quedaba el Cleopatra, sin embargo, eso duró hasta una ocasión en que fuimos con unos amigos con los cuales tuvimos la grandiosa idea de perdernos en una bruma de alcohol, pues era la última noche de soltero de uno de ellos. Partimos temprano, se trataba de un recorrido por bares de turistas tomando tragos coloridos, mezclas inusuales de destilados y música para adolescentes, la camarera del último de esos sitios tenía buenas piernas y coqueteamos un poco. Cuento corto, pagamos y seguimos el recorrido a la próxima estación, una fuente de soda llena de obreros y damas gordas atendiendo. La cumbia ambientaba el sitio, las baldosas en las paredes y el olor lo hacían un gran baño en el que estábamos todos encerrados embriagándonos. Cada sitio que continuaba la ruta trazada de forma espontánea nos dejaba en peores condiciones, y nos fue llevando más bajo en la escala humana. En el centro, Milicas estaba cerrado por un problema en sus tuberías, entonces alguien sugirió ponerle acción al asunto e ir al Cleo y ver a unas chicas bailar. Llegamos temprano, las damas estaban sentadas en círculo junto a la barra, el neón golpeaba la vista, nos sentamos al fondo, en el acto el dueño nos mandó a una de las chicas a dejarnos los tragos que incluyen el pago de ingreso al sitio, ella le comenzó a acariciar el cabello a mi amigo a punto de casarse y le preguntó si podía sentarse con nosotros a compartir un trago muy caro que debíamos invitarle para tener acceso a su grata compañía. La verdad es que yo le dije venimos a ver y beber nada más, ella se rió y quiso ser divertida y algo irónica –me di cuenta que eran chicos de universidad sin mucho que ofrecer– señaló. Yo no tenía ánimo para ser amable, la verdad que desde la entrada me pude percatar que las chicas del lugar, aburridas de esperar al público estaban todas chateando desde su celular, desconectadas de su trabajo, quizá era la única forma de matar la rutina, no pude evitar deprimirme, algunas de estas tendrían hijos o una pareja real afuera, pensé en cómo le mandaban mensajes amorosos a estos mientras estaban en sostenes o topless siendo devoradas por las pocas miradas que habían bajo tanta luz morada y fucsia. A esto nos hemos rebajado, una existencia condenada a transmitir la menor futilidad en instantáneas por una red inmensa que es como el gran basurero de nuestras emociones. La verdad que la ruta del trago, el saber que uno de mis pocos amigos se casaba y que seguro todo cambiaría y que yo seguía siendo el mismo hijo de puta amargado y creído, un pije sobre-intelectualizado y adicto al sexo, no mejoraba producto de esa imagen. Desnudas, metidas en whatsapp o twitter y esta pendeja media pasada de peso haciéndose la lista –bueno si movieras más tu culo fofo bailando en lugar de estar chateando con el cerdo de tu marido o quien sea detrás de esa pantalla, quizá te invitaría una docena de tragos, pero como la tanga que tienes no cubre tu panza deforme y tu culo con celulitis pasaremos de tu estupenda conversación. Acto seguido un tipo me tomó del cuello y me sacó a la fuerza arrojándome al suelo de la calle. Daba lo mismo, no quería estar ahí, ni volver a entrar a un lugar para ver bailarinas hiperconectadas, todo había terminado por irse al carajo, estaba envejeciendo y algo en mí se había quedado estancado. Pensé en Úrsula, en nuestro naufragio propiciado por mi madre, sus pechos mojados y hermosos, las invitaciones a ducharnos, la divina juventud, eran años en que la belleza de un cuerpo era como descubrir el aire. Tenía dinero ahorrado, quizá podría buscarla, pero dónde estaría ahora, quizá en Facebook, esa idea me deprimió aún más.
La tía Gina
Ella fue el monte Everest de las cachas, el K7. Emborracharla ese año nuevo y obligarla a que bailara para mí y tener todo en video es quizá el punto más alto de mi vida y la venganza superior contra mi madre y su familia llena de hijos de puta. Gina siempre me gustó. Era la hermana menor de mi vieja, se llevan casi quince años, tenía treinta y cuatro cuando su novio médico la dejó, se sentía devastada, diez años de noviazgo, toda una inversión perdida. La escuché decir que sentía que se le estaba yendo el tren. Mamá la invitó a pasar las fiestas con nosotros y yo estaba cursando segundo año de Teoría del Arte y todavía vivía con mis viejos. Hacía rato que había dejado la práctica de encularme a las empleadas, además mamá temerosa de mi viejo y sus hábitos de andar espiándolas optó por contratar señoras viejas y gordas. También para ese tiempo ya había cambiado a la yerbatera por los complementos vitamínicos en polvo. La casa necesitaba más decencia, estaba bueno ya de mocosas vestidas con harapos enseñando las tetas, decía de cuando en cuando. La muy idiota no sabía que mi viejo se tiraba a las secretarias de la empresa o bien quizá lo sabía pero prefería hacernos creer que lo ignoraba en favor de la tan mentada decencia.
Ese año nuevo Gina se lo pasó llorando encerrada. Cuando cruzó la puerta con su maleta, supe al instante que me la comería, la ayudé a traer sus cosas desde el departamento en que vivía para que pasara el verano con nosotros, lloró dos veces en el taxi y un par más en el corto tramo de la puerta a la escalera que conducía al segundo piso donde estaba el cuarto que le habían dispuesto. Al subir los peldaños Gina me agarró el brazo porque según ella, tan delicada, se le doblaban las rodillas por el dolor. Me dijo cuánto me quería, que desde chico siempre fui el que más le gustaba de mis hermanos y que esa vez que me perdí por el centro de la ciudad pensó en qué sería de todos sin mí, que ella se hubiera matado si algo me pasaba. Afirmó que me estaba volviendo un buen hombre, muy bonito además, no como mi padre o ese tarado de Ricardo, su ex. Cuando llegamos al cuarto dejé su bolso en un sillón y nos sentamos en la cama, la dejé hablar y me dispuse a ser cariñoso y empático. Colocó su mano en mi entrepierna y la dejó allí un buen rato, mientras dejaba que sus lágrimas corrieran por mi cuello pude tocarle la espalda y las caderas, no se inmutó solo dijo que sería un gran apoyo para ella. La ayudé a instalarse en su habitación, al terminar me dijo que tenía un vodka para la fiesta pero que podíamos compartirlo mejor entre nosotros y podíamos hablar de arte, que yo podría ponerla al día sobre pintura pues siempre tuvo esa fascinación por los artistas y sus vidas y que ella veía en mi esa pasión, esa rabia, lo que seguro tenía que ver con la ausencia de mis padres, con el hecho de que ambos trabajaran y se hubieran dedicado más a mis hermanos y que al ser yo el menor de todos los hijos de la familia, tal como ella, habíamos quedado a nuestra suerte y por eso debíamos cuidarnos, que eso nos unía muchísimo como almas gemelas o una mierda cursi por el estilo. Comenzamos a tomar de la botella vodka puro y le largué unas historias sobre pintores y sus familias, sobre las pulsiones tras cada pincelada y los traumas que encerraban los cuadros. Al comienzo creí que fingía interés, pero estaba de verdad interesada en esas babosadas que eran pura info de enciclopedia o documental de cable, a la sexta ronda de tragos estábamos listos, ella se reía de mis chistes, de la burla a mis compañeros, nos reímos del matrimonio de mis padres, el trago se me fue a la cabeza y ella estaba delirando, era puro éxtasis, saltó sobre mi entrepierna, abrió con una sutileza increíble el cierre de mi pantalón hurgó y tomó con desesperación mi pichula, la sacó y comenzó a jugar con sus dedos, se arrodilló y me miraba con una sonrisa coqueta mientras me acariciaba la pierna y daba besos a mis huevos, no tardó mucho en comenzar a chuparme la pinga, veía sus ojos claros mirar hacia arriba con lujuria buscando complicidad, estaba sorprendido, no tanto en verdad pero fingí estarlo y ser una presa fácil, sabía que eso la calentaría más y tenía intención de ver hasta dónde pretendía llegar. Su rostro lucía de lo mejor, mejillas sonrosadas, se detuvo para sacarse la blusa y los sostenes, se bajó el pantalón de tela que llevaba y quedó en calzones, Gina no era muy alta pero si delgada y tenía un culo glorioso que comenzó a mover mientras se metía los dedos a la boca y los chupaba, era notorio que pensaba ser una maestra frente a su estúpido e inexperto sobrino, pisarla era la venganza perfecta en contra de su familia a la que odiaba en lo más profundo, molesto por esa sensación de superioridad que ostentaba y empujado por el alcohol que había seguido bebiendo mientras bailaba, me paré y tomé fuerte su cabello y la empujé contra la pared de la habitación, ella trató de decir algo cómo qué pasa, o detente, pero le sujeté el cuello ahogándola con una mano mientras con la otra le doblaba el brazo y con las piernas abría las suyas como si se tratase de un arresto, acto seguido apreté su culo para confirmar cuánto habían servido las clases de gimnasia o la mierda a la que fueran todos los días junto a mamá, agarré mi pene y sin mediar delicadeza alguna se lo metí por el culo, costó un poco pues trató de resistirse creo, más por instinto y pudor. Todo era confuso pues jadeaba y se movía conforme pero a la vez luchaba o al menos eso quería hacerme creer, sus ojos se cristalizaron y comenzó a gemir y balbucear, seguía apretando su garganta mientras le mordía la espalda con mucha bronca, empezó a llorar y se le corrió el maquillaje y comenzó a sudar, se paraba de puntillas y trataba de hacer un amago de pataleo, le solté por un momento el cuello y dijo me vas a romper el brazo, para por favor. No le respondí, sólo aflojé un poco mi fuerza sobre la extremidad y la lancé contra la cama, estaba entregada totalmente, me abalancé sobre su vagina, levanté sus piernas en el aire y comencé a trabajar con mi lengua sobre su clítoris, ella se tapó la boca para no gritar y alertar a quien sea que estuviese en la casa en ese momento, mi hermana o alguna de las empleadas. Su maquillaje era un caos maravilloso, estuve en la operación de darle placer oral un buen rato, cuando la vi derrotada, pidiendo parar; en realidad mentía, era una especie de mecanismo de recato lo que la impulsaba a pedir eso. Tomé con fuerza sus cabellos, la levanté y la forcé a colocarse de rodillas sobre la cama, me paré en el colchón y apretando su cabellera y orejas la sumergí sobre mi pene obligando a que lo tragara. Dije una estupidez como adóralo, él ahora es tu dios, al recordar esto siento vergüenza de solo pensarlo, a veces me bajaban esos delirios de porno barata, es un descuido que no he podido reparar, un mal hábito. Ella asentía y sus ojos se veían deliciosos pidiendo una tregua, su maquillaje era como una de mis pinturas, se escurría y su boca estaba llena de baba y semen. La tuve un buen rato así, perdí la cuenta, soolo la dejé ir cuando comenzó a golpear mi trasero con sus manos en señal de que no podía respirar, porque a esa altura había tapado sus fosas nasales con una de mis manos tal como soñé años atrás castigar a Fabiola. Parecía lista a rendirse, a morir, no dejé que se apagara, la solté y como quien sale del mar procuró tomar una enorme bocanada y escupió sobre la cama. Le dije eres una puta asquerosa, ella se rió y dijo que nunca la habían cachado así, seguro mentía, quién sabe, tenía mucho despecho por enfrentar. Dijo que Ricardo era un marica que no pasaba de subirse arriba de ella, estaba deleitada y yo también, jamás había realizado en una sola ocasión tantas formas de aproximarme al cuerpo de otro, solo me dejé llevar por todo lo que había visto y había practicado por partes con Úrsula y las otras chicas.
Nos acostamos y me abrazó, estuvimos ahí unas dos horas al menos como si fuésemos novios o algo por el estilo, en un momento se dio vuelta y puso su trasero contra mi entrepierna y me pidió la abrazara pero que ya no fuera un bruto, que ahora solo quería un poco de ternura. Le besé el cuello y le dije que la amaba, nos besamos y abrazamos, ella también me juró amor eterno, eran puras idioteces infantiles; de cualquier modo es algo que siempre tendremos. Gina se fue a la mañana siguiente sin avisarle a nadie, se fue de la ciudad y luego del país con parte de sus ahorros. Soolo se comunicó con mamá para evitar preocuparnos por su salud. Un año después de esa noche me llegó un mail que decía:
“Aunque siento mucha culpa te amo mucho, siempre serás mi favorito, no te vuelvas un bruto como ellos. Era cursi, pero no tuve fuerza para burlarme”