Destacados, Ensayos, Portada — 6 marzo, 2020 at 7:16 pm

Selfies de moribundos

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Sobre la blackstar de Bowie

por Germán Carrasco

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Los que van a morir se despiden. De alguna manera lo hacen. No siempre sabemos leer ese mensaje de despedida porque andamos desconcentrados, alienados. No sabemos leer esos gestos porque no tenemos esa permanente conciencia de la muerte que nos haría mejores personas y que también nos haría más audaces. No pensar en la muerte es no amar la vida, decía Julio Barrenechea. La conciencia de la muerte nos haría precisamente más vitales. Amar y construir se convertirían en urgencias. Decir lo que no se ha dicho, perdonar, dejarles la última lección a nuestros enemigos. Quienes van a morir se despiden con un mensaje que a veces es legible y muchas veces veces cifrado. Una conciencia profunda de la muerte aguzaría nuestro ojo e intuición. En “Imágenes paganas”, Federico Moura es bastante explícito: “vengo agotado de cantar/ en la niebla…”. Y las imágenes en el espejo retrovisor que aparecen en el clip son también una claro adiós. Kurt Cobain planea su último unplugged a la manera de un velorio. Después de su muerte se dieron cuenta de esa performance, de esa instalación. Enrique Lihn, sabiendo que tenía los días contados, se filma cenitalmente: esa es su última performance, la escritura de un Diario de Muerte. Siempre recuerdo esos versos terribles: “un enfermo terminal se masturba/para dar señales de vida”. Porque no solo aflora la sabiduría con la inminencia de la muerte sino también el apego desesperado a los últimos placeres y sabores. Veamos el caso de David Bowie.

La grabación de su último disco, Blackstar, coincide con el período de 18 meses en que Bowie ya se sabe enfermo de un cáncer al hígado que finalmente le dará muerte. La cuarta canción “Sue (or in a season of crime)” aparece como single en 2014, cuando el cantante ya sabía de su enfermedad terminal. En la letra –que va sobre una mujer que lo abandona– se lee: “Sue, / llamaron de la clínica/los rayos x andan bien/ te traje a casa/ acabo de decir casa”. (Sue / the clinic called/ The x-ray’s fine / I brought you home / I just said home); y en otro lugar: por qué tan oscuro para decir las palabras? Why too dark to speak the words?” te traje a casa, acabo de decir casa (hogar, ok literalistas). Me I just said home, me queda resonando. Cuando el hermano gemelo del escritor Chico Figueroa estaba muriendo de SIDA- en la época en que la gente se moría de SIDA- en algún momento, contaba Chico, pedía cosas como ver un árbol. Podrá sonar cursi pero era exactamente así. La muerte, además de hacernos más audaces y más amables, también nos hace pensar en lo más esencial y más básico, lo que todo los días damos por hecho y se nos pasa de largo.

“Kurt Cobain planea su último unplugged a la manera de un velorio. Después de su muerte se dieron cuenta de esa performance, de esa instalación. Enrique Lihn, sabiendo que tenía los días contados, se filma cenitalmente: esa es su última performance, la escritura de un Diario de muerte.”

Quizá por esto, no es raro que las canciones del álbum aludan constantemente al tema de la muerte, la desaparición, el más allá -y, como era usual en Bowie- al espacio exterior. Blackstar parece oponerse al apodo de Starman que se ganó el músico luego de la famosa canción del álbum de 1972, cuando David era Ziggy Stardust.

Además de las canciones, el arte del álbum ha dado pie a algunas teorías que buscan interpretar los mensajes cifrados de la última obra del artista, una de ellas: las puntas de todas las estrellas que aparecen en el booklet del disco suman 69 (la edad que tenía Bowie al morir).

do1No vale la pena discutir lo obvio: el disco gira en torno al acecho de una muerte inminente, al cáncer, a lo que hay después de la vida. Con el paso del tiempo quizá la leyenda se arraigue más fuertemente sobre la conciencia colectiva, como sucede con el Requiem de Mozart, donde un desconocido de negro le encarga la composición de su última obra. Según la leyenda, Mozart, obsesionado con la idea de la muerte, a partir del fallecimiento de su padre, estaba debilitado por la fatiga, la enfermedad y   muy sensible a lo sobrenatural, por una supuesta vinculación con la francmasonería , queda impresionado por el aspecto del enviado y terminó por creer que este era un mensajero del destino y que el réquiem que iba a componer sería para su propio funeral.

El nombre del álbum y de la primera canción del disco hacen que la intertextualidad sea inevitable. Otra “Blackstar” se había compuesto décadas antes: la de Elvis Presley en 1960: “One fine day I’ll see that black star / That black star over my shoulder / And when I see that old black star / I’ll know my time, my time has come”. Algunos fans y críticos han querido ver una vinculación entre ambas canciones. Quizá Elvis podría tomar el lugar del desconocido de negro que se le presenta a Mozart como un mensajero del destino y le pide a Bowie que escriba su réquiem, una suerte de canto gregoriano con elementos de hip-hop, tecno, jazz y ópera rock de 10 minutos.

Si queremos leer Blackstar como un aviso de su propia muerte -Bowie ocultó su diagnóstico de cáncer durante los 18 meses que lo padeció- hay que volver al Bowie de los setentas. En el videoclip de la canción que da nombre al disco se ve a una mujer extraterrestre con cola que encuentra un esqueleto dentro de un traje de astronauta. La calavera del astronauta está engarzada con todo tipo de gemas y joyas. Esta mujer extrae la calavera y la lleva hasta su ciudad, donde junto a otras personas celebran un ritual en torno al objeto encontrado. El esqueleto decapitado del astronauta aparece flotando en el vacío en dirección a una estrella eclipsada.

Si de alguna forma Bowie se imaginaba la vida eterna, sin duda era en algún punto remoto del espacio exterior. Blackstar es como un Starman al revés: no es el ser alienígena que quiere bajar a la Tierra a conocernos, pero teme volarnos la cabeza. Ahora, el viaje es al revés: un astronauta abandona la Tierra -una metáfora de la muerte- y su descubrimiento fascina a los habitantes de otra galaxia.

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