Entrevistas, Portada — 15 enero, 2017 at 12:01 am

Lebret: “viví como un salvaje”

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Todos los 12 de julio el pueblo conmemora la desaparición del sacerdote Guido Lebret Guillois. Siempre hay velas encendidas, de día o de noche, con viento o en calma.

 

 

Por Eduardo Bravo Pezoa

sa1Un duro del club de la pelea con los malos, pero bueno con los habitantes de la intemperie. Su parroquia era una calle fría, la más turbia de la ciudad, iluminada a medias para que el sacerdote eudista Guido Lebret se transforme en leyenda popular y santo urbano ungido por la presencia de sus fieles, que aumentan tras su muerte, ocurrida en el cruce ferroviario de 14 Sur en Talca.

Lebret rescató prostitutas y fue acusado de vivir con ellas.

Junto al santuario el tren suena fuerte como el día en que destrozó su camioneta, hace 16 años, el 12 de julio del jubileo. En la gruta-animita, Guido Lebret recibe fantasmático por el acto de la fotografía, presencia visible que se alegra porque vienes a pedir un favor, o simplemente a pensar mirando el tren de la tarde.

Su mirada acoge como en la portada del libro que recopila los detalles de su vida salvando a las niñas campesinas convertidas en prostitutas en el barrio de la Sota del naipe español, la clásica 10 Oriente: el texto es un reportaje extendido que narra los dolorosos detalles de su muerte; muerte violenta, injusta, pero también sus raíces en Francia y sobre todo sus peleas contra la mala hierba (políticos, militares, incluyendo a su propia iglesia).

Lebret presagia su muerte el 6 de julio de 2000 y se despide en una carta de puño y letra: “por extraño que pueda parecer no siento en el corazón ni odio, ni rencor, ni siquiera dolor por lo mal agradecido del comportamiento de muchas personas, porque nunca he buscado alabanzas ni agradecimientos humanos, que yo sé desde mucho tiempo por los salmos esto de ‘ay (sic) del que pone su confianza en el hombre’ y que más tengo contacto con la humanidad más quiero a mis abejas, y que por fin me falta mucho menos ya para morir y estar en el único lugar que me interesa…”.[1]

Velas encendidas

Casi siempre con lluvia y temporal, el pueblo conmemora. La gente lo recuerda con placas de “Favor concedido” que compiten por algún espacio libre de la gruta levantada a metros del accidente donde falleció junto a Eduardo Espíndola, un niño de seis años que el cura transportaba al colegio, como lo hacía diariamente. El santuario crece porque los devotos del padre aumentan en número como su historia. Para el francés la calle era mejor que una parroquia repleta en domingo con gente “golpéandose” el pecho y dándose la paz, pensando en el pisco sour del aperitivo. Eligió la calle de las prostitutas, la calle del barrio Seminario o el hospital donde llegaba la gente que vivía desahuciada.

Lebret nació en Francia, en 1926. Con veinte años manejó un tanque y una moto militar tras el término de la Segunda Guerra Mundial, “en 1946 hice el servicio militar como pelado de segunda, porque no había tercera, precisamente para conocer por dentro obreros y campesinos de menor nivel cultural que los hijos de su papá”. [2]

Las cartas y testimonios que se publican acá forman parte del archivo que Antonia Seguel, administradora del Hogar El Despertar, abrió para el libro que también cumple 16 años, el único que se ha escrito sobre el padre del barrio rojo de Talca. Las fotografías de la tragedia fueron cedidas por Diario El Centro de Talca, captadas algunas por el fotógrafo Keno Rodríguez. Sin duda hay más documentos y fotos que pueden dar cuenta de su trabajo, de su orden y método. Las imágenes de su niñez y de su vida aparecen en Lebret, aproximación a la obra del padre Guido Lebret, descargable y de libre uso desde el portal del patrimonio de la Universidad de Talca.

El cura es leyenda porque además de incomodar a la Iglesia, fue quien construyó las bases de una obra que permanece, el hogar El Despertar, donde formaba a las rescatadas. Leyenda, porque según los testimonios del libro -basado en entrevistas publicadas en la prensa y en relatos de cercanos al cura- era muy hábil para el fútbol, el boxeo y la buena mesa.  Pero, sobre todo, eficaz para favorecer a la vida por sobre los abusos, llegando a intervenir físicamente si era necesario y muchas veces lo fue.

Con Veinte Mujeres

Radical, sin dobleces: “en la Iglesia, al principio, viví como un salvaje, porque consideraban muy raro todo lo que yo hacía. Sobre todo cuando empecé a recibir prostitutas la copucha era que yo vivía con 20 mujeres. Y hasta las visitadoras venían a ver cómo el Obispo permitía un escándalo tan patente. Y yo les decía: vengan a ver cuando quieran, esto no se trata de inmoralidad; somos ocho personas tratando de dar la mano a la gente que puede ser otra. De hecho, hoy conozco ex prostitutas que son abuelas y tienen hijos universitarios. Todo ser humano puede cambiar”.[3]

“La copucha era que yo vivía con 20 mujeres. Y hasta las visitadoras sociales venían a ver cómo el Obispo permitía un escándalo tan patente”.

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En el hogar El Despertar el sacerdote fijaba las normas. Un documento escrito por él señalaba: “Identificación por el catastro de los dueños de las propiedades donde funcionaban los prostíbulos o cabarets. (Lo que a la fecha es lo mismo). Advertencia a dichos dueños de la prohibición por ley de arrendar un edificio para fines de prostitución”. Lebret tenía una cruzada: “El Evangelio dice que hay que temer a los que matan el cuerpo: hay que temer a los que puedan echarlo a perder a uno”.

Las prostitutas de antes estaban secuestradas y eran torturadas, dice Lebret: “les daban como caja, bajo el mando de los dueños del prostíbulo y los campanilleros que estaban ahí para ejercer la violencia. Y por las deudas enormes que las comían las obligaban a comprar cosas y después les impedían salir si no pagaban las deudas. (La policía de) Investigaciones me venía a ver para preguntarme si yo compraba las mujeres, pero yo en realidad pagaba la cuenta -como 100 mil pesos de ahora- y sacaba a las mujeres de allí”.[4]

Hábil Conduciendo

Lebret era bueno para las papas fritas bien saladas con caracoles recogidos del jardín, austero y hábil gestor de recursos para concretar su obra. Con esfuerzo fue adquiriendo camiones, uno de ellos lo manejaba él y esto permitía el funcionamiento del hogar.

Trabajaba sin descanso y sin llorar. Ordenado y pulcro con las cuentas logró prosperar sin dormir demasiado porque llegaba de madrugada del Hospital de Talca donde administraba la unción de los enfermos. Luego su preocupación era el desayuno en El Despertar. Y de vuelta a los camiones.

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Su educación primaria fue en una escuela de Estambul, entre los años 1931 y 1936 y sus estudios secundarios en Francia, incluyendo el bachillerato en 1942 además de un año de filosofía en 1943. Su país había sido ocupado por Alemania y la liberación no se veía, pero estaba en el aire. De filosofía pasa a religión, directamente a la congregación Eudista.

En 1946, terminada la gran guerra, hizo el servicio militar. Cumplido el entrenamiento y terminados sus estudios, el sacerdote armó sus maletas para viajar a Roma donde obtuvo una licencia de teología. Luego a Sudamérica, directo al país que parece aeropuerto.

Guido Lebret llegó a Chile en 1950 y obtuvo la doble nacionalidad casi de inmediato. Quería ser chileno, no había duda. A Lebret le interesaba la pobreza chilena, pero la talquina en particular. Su objetivo: dictar clases de latín, griego, francés y química en el Seminario San Pelayo de Talca.

“Talca ha cambiado mucho. Yo trabajaba en el barrio Seminario, donde todos los cabros iban a misa con los pies pelados. Los zapatos eran un lujo. Cuando llovía los guardaban para no arruinarlos. Y eso que no era un barrio muy pobre. En general la miseria era peor en los años cuando llegué”. [5] Misionero y patiperro, en 1956 deja la capital del Maule para radicarse en el desierto del Sahara. Todos estos antecedentes están escritos de puño y letra en sus archivos.[6] En Argelia es pastor y estibador de muelle para luego manejar camiones en el puerto.

“(La policía de) Investigaciones me venía a ver para preguntarme si yo compraba mujeres, pero en realidad yo pagaba la cuenta -como 100 mil pesos de ahora- y sacaba a las mujeres de allí”.

Día de 48 Horas

La noche anterior a su muerte Guido Lebret la había pasado despierto con los enfermos graves del Hospital Regional. Según el testimonio de Antonia Seguel la mañana del 12 de julio era radiante, aunque muy fría, y el padre se estaba quedando dormido en la camioneta mientras leía. Se notaba muy cansado, sentado al sol en la camioneta dormitando y aprovechando ese sol que no llegaba a su pieza húmeda.

“Durante la mañana, una de las chicas me dijo, sabe tía, el padre está leyendo, pero se está quedando dormido. Lo fui a ver, se le doblaban las rodillas. Le dije, padre, venga adentro y le enciendo la estufa”. No Antonia, me respondió, “después hago la siesta de los burros”. Lebret tenía dos misas en el cuerpo, La Salle y en el Buen Pastor, luego había estado con el contador que llevaba los gastos de El Despertar. Le sobraba energía.

Estaba lleno de planes el padre, recuerda Antonia, incluso tenía en proyecto un viaje a Colombia en agosto con regreso a Chile antes de las Fiestas Patrias. El 14 de julio estaba invitado a celebrar en la embajada de Francia en Santiago. “Antonia, le voy a dar un pololito, me dijo, quiero que me lave esta ropa para ir con ella a Santiago. Luego de eso se fue por esa puerta, no lo volví a ver con vida. `Me voy, pero volveré’ me dijo. Tenía muy pegada esa frase, pero ese día mintió porque no volvió. Fue la única vez que me mintió… Le estaba lavando su ropa cuando me avisaron del accidente”.

“El Despertar”

El famoso hogar del cura Lebret fue fundado el 11 de septiembre de 1959. La casa, donada por el Obispado de Talca. Todo partió porque eran muchas las prostitutas que el cura liberaba de sus captores y salía más barato tener una casa porque así se ahorraba de pagarles pensión y las educaba en comunidad, entonces se hizo necesario el hogar y el cura comenzó a trabajar el camión para pagar las cuentas porque no quería estar amarrado a una parroquia.

Su idea era trabajar con los marginales pero no para lucirse. Trataba con los buenos y con los malos. Los dueños de los prostíbulos le pedían que no hubiera policía de por medio y que el trato de la liberación fuera de persona a persona. “Cuando nos encontrábamos yo les decía lo mismo: mire, esta niñita va a salir, con todas sus cosas y sin combos. Como usted hace negocio sabe que a veces ganas y otras pierde, y hoy le toca perder”.[7]

“Este hogar pretende ser una casa de educación, una casa de respeto en la que sus integrantes respetan a Dios, se respetan a sí mismos y respetan a los demás. No se aceptan ni la inmoralidad, ni el matonaje, ni la insolencia, ni las amenazas: el hogar es para todos, pero no es propiedad privada de nadie”.[8]

Guido Lebret solicitó un permiso especial al Obispo Carlos González Cruchaga para ocuparse por entero a la ayuda de jóvenes marginales y lo consiguió en esta casa con reglas muy claras: “…hay que evitar los gastos inútiles (…) todas las personas en la mesa común comen la misma comida, sin privilegios para nadie, ni causeos aparte, excepto en casos de enfermedad….”. “Nadie debe prestar prendas de ropa ni venderlas a otra persona dentro del hogar”.

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Legado

La vida de Lebret fue veloz: Talca, París, Roma. El Golpe Militar lo sorprendió en Cuba donde había viajado junto a otros 16 sacerdotes chilenos y argentinos: de Cuba vuelve a Francia donde trabaja como empleado en una central metalúrgica realizando trabajos de oficina en Milan. Entre 1974 y 1978 profundiza sus estudios en la Universidad de Roma donde obtiene una licencia para enseñar español el que perfecciona con un Master en 1980, y una licencia universitaria para la enseñanza en letras modernas para enseñar griego, latín, portugués, español, italiano e inglés, además de su francés natal. Solo en 1986 pudo volver a Chile para continuar con su obra.

En 1992 contrató a Antonia Seguel como su administradora. Al momento de su muerte, vivían en la casa 10 mujeres en riesgo social.

Desde 2013 un tramo de la Avenida Circunvalación Norte de Talca  lleva su nombre y el libro que cito en este reportaje sigue siendo el único que aporta al testimonio de una vida nada de común.

El cortejo pasó  por la calle 10 Oriente, ¿la peor calle de la ciudad?, menos para el cura y la ampliación de su campo de batalla.

 

[1]Eduardo, Lebret… Bravo , ediciones e-m@ule, pág 67.
[2] Lebret, pág. 30
[3] Verdugo, Mario. Entrevista a Lebret, publicada en Diario El Centro; enero de 1999.
[4] Diario EL CENTRO; enero de 1999.
[5] Diario El Centro; enero de 1999.
[6] Papeles personales de Guido Lebret, Talca, 1988.
[7] Diario El Centro; enero de 1999
[8] Papeles personales de Guido Lebret, Talca, 1988.
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