Destacados, Reportajes — 9 agosto, 2019 at 4:05 pm

Las tías de Chile

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Por Milagro Ábalos – Fotos Hector Labarca Rocco

 

ti3Siempre hay una tía. En todos los cumpleaños, en todas las llamadas, en todos los matrimonios, la tía con nombre de tía, vestida para cada ocasión, la tía en todos los nacimientos, en todos los entierros, la tía es un arquetipo sin el cual Chile no se termina de entender, es parte de su estructura mental y emocional. De su ADN, de su mito. Tanto así que hay una casa de empeño bajo los ojos del Estado que se llama La Tía Rica y presta plata a cambio de joyas: la transa no puede ser más de tía.

Hay una amplia gama de tías, partiendo por las sanguíneas, la hermana del padre o de la madre y que encarna, en las tres letras de esa palabra grave, tipos que más de alguien puede reconocer; como la tía que te salvaba con plata o salidas fuera de la casa, tía buena onda, sin hijos, que te compraba zapatillas de colores, esas que jamás se habrían podido elegir porque las zapatillas debían ser blancas y Bata. O la tía que a cada reunión familiar llegaba con un pololo distinto y conforme pasaba el tiempo los hombres iban siendo versiones en degradé del original, aquel sobre el cual había depositado la familia entera todas sus esperanzas. O la que en los mismos encuentros se tomaba unas copas cargadas y comenzaba a decir unas cuantas y certeras verdades que caían como granadas a la hora del postre. O la tía abuela tejedora que al son de sus palillos no dejaba de hablar de la vida de la tía pecadora. O cuánta tía chilena en el extranjero.

Antes por un asunto de natalidad se tenían más tías que ahora. Recuerdo el departamento de una tía avara, donde todo estaba perfectamente ordenado y en el baño tenía una colección de perfumes diminutos (muestras) que con una prima nos echábamos al cuello. A las siete de la tarde se juntaba con otras tías a jugar canasta, a fumar y a tomar vino blanco. Era la tía que se quedó para tía o para vestir santos, la solterona que siempre parecía casta a los ojos del resto. El tío solterón, en cambio, era percibido de una manera diferente. Por ejemplo, podía llegar a la casa con un amigo (impensado que la tía solterona llegara con su amiga), que no era otra cosa que el pololo que la familia quería hacer pasar piola. La vertiente de la palabra tío, en todo caso, da para un texto aparte.

Si de tías figurativas o nominativas se trata, está la tía Sonia, la tía Yoli que saca la suerte, el “Adiós tía Paty”, la tía del quiosco a la que le robaban como país en guerra cuando se daba vuelta (se traiciona a la tía a veces, miserablemente), la tía del furgón: esa señora mayor y silenciosa, de pelo tomado que daba confianza a los apoderados, o las tías con mirada de varilla en el jardín infantil o en el colegio, aunque ahora se les debe llamar por su nombre, no más tías por reglamento, si bien los niños terminan diciéndoles tía igual.

En fin, la palabra tía en estos casos se usa para evitar decir el nombre de la mujer referida, en general casada o mayor, ya sea por vergüenza o respeto. Según las palabras de Marcelo Mellado a propósito de un alumno diciendo tía, se trata de una “especie de familiaridad con que te reducen a una cercanía afectivo-manipulatoria”. Como el amigo del hijo, por ejemplo, que llega a la casa y dice: “Hola tía, ¿tiene algo para comer?” – siempre andan hambriados, diría una tía severa.

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Somos un país temeroso e infantilizado hasta para llamar por el nombre propio. En la tía y sus ramificaciones –o mitificaciones–, se configura parte de nuestra chilenidad, un trato que por su forma cariñosa bloquea cualquier posibilidad de conflicto. Con la tía se supone que no se tienen problemas o no se deberían tener, por lo tanto si le digo tía a la señora del furgón me aseguro su lealtad y por ende el cuidado de los hijos. Tía, por último, como el sustituto de la madre ausente o disfuncional, cuando ella falta o falla siempre habrá alguien a quien podamos llamar tía.

 

 

 

 

 

 

 

 

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