Reportajes — 13 enero, 2015 at 9:34 pm

La dinastía de los cuidadores de museos

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Por María Teresa Poch.

Bernardo O´Higgins, el padre de la patria, tenía la intención de crear un gran panteón, un lugar sagrado, donde rendir homenaje a los restos de los héroes de la nación y de los personajes importantes en la historia local. Es a partir de esta idea que se funda el Cementerio General de Santiago, en 1821. Años después, el intendente de Santiago Benjamín Vicuña Mackenna, proyectó que este fuese una especie de ciudad para los muertos: avenidas, calles y árboles, para el recuerdo eterno de los que ya partieron de este mundo.

Es así, como este lugar de 86 hectáreas, ubicado en el corazón de la comuna de Recoleta, alberga las tumbas de destacados folcloristas, artistas, políticos y miembros de la élite chilena.

Este cementerio es un espacio de memoria y tradición, que permite conocer la historia de Chile, en esta ciudad de los muertos se plasmaban las costumbres y la cultura imperante en determinadas épocas existentes en la ciudad de los vivos, siendo un espejo en miniatura e idealizado de la ciudad, “todos los fenómenos sociales y arquitectónicos, las tendencias artísticas y los modelos urbanos se van reproduciendo acá”1. Es así, como se pueden encontrar grandes mausoleos de la élite chilena que responden a los cánones arquitectónicos de la época en que fueron diseñados; es el caso de aquellos que fueron construidos con predominancia de la arquitectura europea a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX.

“La ciudad de los muertos es una ciudad de símbolos que interactúan entre sí. Los ciudadanos quedan atrapados y definidos por ellos, entre las tumbas de los presidentes muertos que ordenan las avenidas, en las peleas de egos que se ven entre el diseño de los mausoleos que compiten en pretensión, en una arquitectura que continúa en la muerte las batallas de la vida entre laicos y clericales, entre familias que se odian o se abrazan”2.

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Este lugar refleja otros aspectos de la historia, como las tensiones existentes entre el Estado y la Religión Católica, plasmadas en el patio de los disidentes, construido en 1854. Avanzando en la historia, es posible, encontrar el Patrio 293, que recuerda a aquellos asesinados durante la dictadura militar, y así, hay muchísimos elementos que reflejan la Historia de nuestro país. Es por ello, que muchos consideran que éste es un Museo al aire libre.

Este camposanto, considerado uno de los cementerios más hermosos de América Latina, tiene una característica magnífica y que pese al paso de los años, en él aún perduran algunas tradiciones. “Muchas de las costumbres de nuestros antepasados se pierden en la vorágine de la ciudad moderna. Una institución como este camposanto, testimonio de dicho pasado, alberga también relaciones sociales de carácter tradicional. Un ejemplo de esto es la práctica que sobrevive aún de heredar el puesto de sepulturero o de cuidador de mausoleo. Así como en la edad media, la colonia y a lo largo de todo el siglo XIX en Chile los oficios de artesanos los heredaban los padres a sus hijos de generación en generación, en el cementerio hemos advertidos verdaderas dinastías al cuidado de algunas mausoleos”4.

Cristián Niedbalski, relacionador público del Cementerio General cuenta: “hoy en día tenemos unas 400 cuidadoras de sepulturas, casi todas son mujeres que han continuado con el oficio de sus abuelas y madres. Ellas mantienen un determinado mausoleo o un sector del cementerio, incluso el trato lo hacen ellas mismas con los familiares de los fallecidos. Nosotros sólo nos preocupamos de man­tener un cierto orden estético y de limpieza, pero son ellas las que hacen todo el trabajo de manutención”5.

Este es el caso de la señora Irma Pérez6 de 80 años de edad, cuidadora de una parte de la Galería N° 10. Su hermana trabajó aproximadamente cuarenta años en el cementerio, luego su hermano Manuel, a quien ella continuamente ayudaba. Cuando su hermano falleció, la señora Irma asumió el rol de cuidadora. Ella va todos los días al cementerio, su día lo dedica a barrer, recoger la basura existente en la galería, y regar las flores. Por su trabajo no recibe un sueldo fijo, sino que éste se basa en la propina que la gente le da. Cuenta que el trabajo le gusta mucho y que le encanta la tranquilidad del cementerio. En general sus familiares actualmente se dedican a otra cosa, sin embargo, el 1° de Noviembre la vienen a ayudar. La señora Irma, lleva aproximadamente 40 años cumpliendo el rol de cuidadora.

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Actualmente la Galería N° 19 está cuidada por la señora Margarita Ferrada López. Hace 36 años que trabaja en el cementerio. Todo comenzó cuando su matrimonio terminó y quedó sola con cuatro hijos. Entonces, la suegra de su hermana, la Sra. María quien trabajó aproximadamente 50 años en el cementerio, en el Patio Recoleta, la invitó para que la ayudara. Estuvo tres años ayudando en este patio. Al trabajo la acompañaban sus hijos pequeños, ya que no tenía con quien dejarlos. Pasado el tiempo, el Sr. Vea del Cementerio General, le ofreció trabajar en el pabellón N° 16. Estuvo ahí un año, hasta que fue trasladada al pabellón N° 19, lugar donde trabaja en la actualidad. Lo que más le gusta de su trabajo es que le da la oportunidad de hacer jardines y limpiar. En palabras de la Señora Margarita:

 

“Esta es mi vida, para mí esto es mi casa. Yo en la casa no me hayo, porque paso todo el día acá. Acá hay silencio, paz, uno se relaja, uno hasta duerme”.

 

La señora Margarita crió a todos sus hijos en el cementerio. Hoy, ellos tienen sus profesiones y trabajos diferentes, sin embargo, hay algunos que a veces la ayudan a limpiar, como por ejemplo su hijo Andrés, o su hijo Fabián que de vez en cuando realiza “pololitos”, escribiendo lápidas.

El señor Humberto Contreras lleva aproximadamente 30 años en el cementerio. El se dedica a colocar lápidas y realizar obras de construcción. Llegó al cementerio por su padre que era contratista y que se dedicó a hacer trabajos de construcción en el recinto. El lo acompañaba y cuando su padre falleció continuó su trabajo. Luego, con el tiempo, cambió de rubro y se especializó en las lápidas. Si bien, el señor Humberto no se dedica a cuidar tumbas, tiene una historia familiar ligada al cementerio. En la actualidad posee cinco hermanas que sí se dedican a la mantención de los nichos. Lo que más le gusta es la flexibilidad del trabajo, nadie lo manda, sino que su único rol es cumplir con calidad y profesionalismo cuando es requerido.

El rol de cuidadora, es un patrimonio inmaterial vivo en nuestro país. Se transmite de generación en generación, especialmente por medio de las familias, y tiene la riqueza de que está en constante cambio y evolución. Es un trabajo que las personas que lo realizan realmente disfrutan y aman. Más que un trabajo es un estilo de vida, tal como plantea la señora Margarita: “esto es un imán, la mayoría de los cuidadores pasamos nuestra vida aquí y morimos en este lugar”.

 

Por María Jesús Poch

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