Texto y fotos por Daniel Rozas
Guillermo Machuca (1962) tiene celular pero no puede hablar. Sepa moya porqué. Me pide que nos comuniquemos vía mensajes de texto y tras cruzar un par de frases protocolares inquiere que yo elija el lugar donde realizaremos la entrevista.
Le sugiero El Toro, en Bellavista, alguna vez un bar ondero, ahora de capa caída, y para mi sorpresa, accede, pero me solicita que posterguemos el encuentro para más tarde porque funciona mejor de noche.
Sentado frente a un vaso de vodka que no dejará de llenar durante toda la conversación en la terraza semi vacía del local, uniformado con su eterna polera new wave a rayas y sus anteojos con montura negra, Machuca necesita la chispa del copete para soltar su lengua viperina y es difícil seguirle el ritmo.
Mito de la cultura santiaguina, conocedor de todos los artistas, desde el más insignificante hasta el más encopetado, es famoso por ser una especie de Truman Capote chilensis: un cronista brillante, gracioso, cahuinero.
Comentarista de arte, curador, escritor y docente, entró a estudiar el ´83 a la Escuela de Arte de la Universidad de Chile, donde tuvo como profesor a Adolfo Couve y fue compañero de campus de artistas como Natalia Babarovic -que entró dos años después-, formando parte de la generación de trasnoche en dictadura que vacilaba la música de los Electrodomésticos en el Trolley y mataba los carretes en El Jaque Mate.
Ex colaborador de The Clinic y precursor literario de teóricos estéticos en prensa, Guillermo Machuca es conocido fundamentalmente por dos cosas: su talento como profesor y la agudeza de sus textos sobre producción cultural; escribiendo con claridad, estilo, erudición y humor sobre arte.
Manejador de mucha información, tiene una capacidad innata para establecer relaciones insólitas y creativas sobre referentes simbólicos chilenos.
Por ejemplo, en una crónica escrita en prensa, puede cruzar el Maracanazo del Cóndor Rojas -cortándose la cara en Brasil frente a 80 mil personas- con las performances artísticas de Carlos Leppe.
Analógico, Machuca escribe desde la resistencia cultural de un mundo en retirada. El deslenguado crítico desconfía de las redes sociales, no usa computador, dicta sus ensayos a ayudantes y vive provisionalmente en la Villa Frei en Ñuñoa.
Formador de artistas importantes de la generación del 90 (Christian Yovane, Pablo Ferrer, Adolfo Martinez, Jorge Cabieses, por nombrar a algunos), es un profesor involucrado en la escena cultural, sabe cómo trabaja todo el mundo de las artes visuales, conoce los talleres a cabalidad y recorre casi todas la exposiciones que dan en Santiago. Machuca, eso sí, nunca ha querido capitalizar su trabajo con éxito, se considera un intelectual bohemio de la vieja escuela.
Nadie sabe más de arte moderno en Chile que el crítico nacido en Punta Arenas, pero eso no le impide ser un gran conocedor de literatura, fútbol, cine, televisión y farándula.
Archivador de la historia privada de los artistas, siempre habla desde su personalidad puntuda, jamás desde la atalaya académica.
Detractor del lenguaje cifrado, es autor de varios libros de estética y su última publicación, Astrónomos sin estrellas (2018), es un libro espléndido, que se lee de un tirón, cruzando referentes de todos los campos de la producción cultural chilena:
“Pasa que los artistas son unos estúpidos y no les gusta la parte intermedia. Cuando leen libros sobre estética sólo leen los comienzos y los finales de los ensayos. Nos le interesa que se hable sobre otras personas. Y en mi último libro hablo sobre todos: Natalia Babarovic, Claudio Correa, Manuel Torres, y de los pendejos están Adolfo Martínez y otros nombres, pero bueno, da lo mismo. ¿Cachai que los hueones son envidiosos frente al resto? Eso es un tema. Me ha pasado varias veces. Con mi libro Remeciendo al Papa me pasó lo mismo. A los artistas les molesta el ego”.
¿Por qué los artistas chilenas no se mencionan unos a otros?
Ahí estamos hablando de la escena neo conceptual, profesional, de mucha pelea, muy Fondart, pero si tu hablas con Benmayor y Bororo, los tipos frente a sus pares son súper cariñosos. La línea de los pintores, e incluso los de La Ruta del Vino (Benjamín Lira y compañía), los más cuicos, son generosos. Pero esta escena nueva no sé cómo llamarla. Es un brazo muy abierto pero son muy egoístas. Me pasa cuando leo las tesis. Todo es con Ranciere, Zizek, pero nunca hablan de nadie de acá y ellos viven en Chile. O sea, por favor, estudiaron acá, con Gonzalo Díaz y Brugnoli. Por lo tanto, tienen que citar esas fuentes porque es parte de la obra de ellos a nivel experiencial. Por una cosa de honestidad intelectual. Es como si yo no citara a Adolfo Couve o Pablo Oyarzún. Entonces no son las artes visuales en general, es el grupo de los neo conceptualistas, los profesionales, los de las galerías, a lo que les cuenta mucho hablar de los otros.
Ahora te voy a hacer una pregunta un poco abstracta. ¿Hay una estética chilena predominante en las artes visuales?
Yo partiría distinguiendo que hay muchas escenas en las artes visuales. Primero están los neo conceptuales o vinculados a cierto oficialismo intelectual universitario y luego
hay pintores que son más románticos, no viven de la universidad, no hacen clases ni ganan Fondart. Y después están los de La ruta del vino. Entonces hay que armar escenas. No es lo mismo Carmen Aldunate que Brugnoli. Sin desmerecer a ninguno (risas). Los neo conceptuales vienen de un mundo de las artes visuales que se tiene que legitimar a nivel académico. Tienen que hacer posgrados, tesis, obras inteligentes para demostrarse. Pero también hay otras escenas. La de los grafiteros por ejemplo. Gente que no tiene paso por la universidad como Papas Fritas. O el mismo Guillermo Lorca a quien escuché en la radio y lo encontré súper culto. Entonces hay que ver. La escena que está predominando es la universitaria porque tienen profesores que son jurados del Fondart. Y de repente hay escenas distintas que no tienen ese aval y hacen obras por amor, pero las artes visuales no son una escena homogénea.
A ti te tocó una escena de joven estudiante donde convergían todas las disciplinas.
Yo creo que ahora están más separadas. El campo cultural de las artes visuales se ha atomizado y hay poco contacto entre un átomo y otro. Por muchas razones, pero creo que hay una prevalencia de la llamada profesionalización del arte. Ahora los artistas hacen carrera. Y en Chile el arte es universitario para hacer carrera, pero no todos, porque hay gente que no lo necesita, aunque hagan clases. Tienen recursos familiares, más cultura, son más ilustrados, preparados, hacen tesis y es el mapa universal de las disciplinas que se han ido especializando.
¿Qué significa hacer carrera en el arte?
Hacer clases, ascender, ganar un concurso público, situarse en el espacio académico, ganar un Fondart y tener acceso a movidas y lobby. Y tener curadores también. Necesitan curadores que hagan el trabajo de producción para que un determinado artista tenga inserción en el medio. ¿Cuál medio? El medio del arte profesional tiene muchos bordes. Por lo tanto muchos artistas están haciendo arte para satisfacer las demandas de ciertos intereses ideológicos de la política que necesita muchas veces que el arte represente ideas que son progre, nunca conservadoras. La hegemonía siempre es progre. Uno no podría decir que hay un artista que está defendiendo los valores de las gestas militares, porque eso no existe. Ni siquiera Urrutia de la UDI haría eso. A la política no le interesan las artes visuales, no les atrae, pero eso no significa que no les atraiga la cultura. Yo creo que al poder le llama la atención la poesía, el cine y el teatro. Pueden ver las películas de Lelio o del mismo Larraín. Pero no creo que las artes visuales sean un tema de interés para la clase política. Las letras sí. Nicanor Parra y Zurita tienen un estatuto. Y el cine y el teatro también, es cosa de pensar en los ministros de Cultura. Yo sospecho que Chile nunca fue un país abierto a la visualidad, excepto en la arquitectura.
No es coincidencia que el arquitecto Fernando Pérez sea el nuevo director del Museo de Bellas Artes.
De lo artistas visuales, aunque era arquitecto, Nemesio Antúnez fue el último. Pero la arquitectura es un rubro específico. Con mucho más poder. Yo me imagino en la mesa del poder a arquitectos como Matías Klotz y Cristián Boza, pero no me imagino a los artistas visuales sentados en la misma mesa. A los artistas no los escuchan porque son aburridos y no tienen mucho discurso. Carecen de histrionismo verbal, son incultos en muchas áreas, son patudos y no tienen manejo político. Nicanor Parra, Neruda, Violeta Parra, Los Tres, Los Prisioneros, la chica fantástica de Lelio, esos sí tienen poder. Pero en las artes visuales chilenas no hay una relación con el poder y no sé si eso ocurre en otros países. Gente de afuera me ha comentado que en el extranjero las artes visuales tienen un estatuto muy importante, con gente muy cultivada al respecto. Pero eso no pasa en Chile. Es un país muy poco visual.
¿A qué lo atribuyes?
Mi tesis es la siguiente. Las artes visuales, como toda actividad que no es natural sino que es artificial, se construye bajo el reconocimiento de poderes, empresariales y políticos. Esto viene del Renacimiento. Y las clases políticas son clases ilustradas, cultas, como pasó en Italia en el Renacimiento y mucho siglos después con Warhol y el pop. En ambas escenas las artes visuales florecen. Lo otro son artesanías mal pagadas pero no reconocidas a nivel intelectual. Entonces se requiere una clase financiera y política consistente en términos de ilustración. Y Chile no es un país que tenga una clase política sólida en términos de ilustración en las artes visuales. Yendo un poco más lejos, tampoco creo que se aplique a ninguna de la artes en general. Es cierto que hay una clase culta pero tiende a la literatura. Y quizás a la música, a esa cosa de la cual Alfredo Jocelyn Holt se reía. Muchos de los políticos conservadores se supone que escuchan ópera. Una cosa culta. Pero yo no sé, no los conozco. Gente que sí los conoce
me ha contado que nos les interesa la ópera en absoluto, a ellos les interesa hablar de economía y deporte. A la gente con dinero no les interesa hablar de artes visuales. Sergio Jadue es un tema mucho más importante en sus temas de conversación.
¿Cómo abordarías visualmente el arquetipo Sergio Jadue?
Es un personaje chileno; extranjero, inmigrante. Es un fenicio, ladronzuelo, supongo que será una especie de mentiroso, ladrón, como muchos en Chile. No conozco sus gustos culturales pero sospecho que no tiene ninguno. A él le gustan las mujeres, los autos, la cocaína. ¿Te acuerdas de ese personaje que hace Sean Penn como abogado en Carlitos Way? Jadue es una cosa así. Un tipo transpirado, ansioso, eléctrico, drogadicto, sobregirado, gozador, hedonista, mal educado, sin escrúpulos, sin capacidad de reflexionar. Jamás lo verás contemplando un cuadro de Velázquez. Además es primo del PC de Recoleta, Daniel Jadue. Son amigos y el alcalde siempre lo defiende. Ahí opera la teoría: la clase política y empresarial, que van de la mano, te dan acceso a todas las informaciones privilegiadas porque manejas el poder. Esa es la cultura actual.
Y a tu juicio, ¿cuál es el afán de los artistas chilenos por internacionalizar sus carrera? Ahora firman sus obras en inglés. Tienen urgencias por el reconocimiento.
Lo que te acabo de decir. Son profesionales del arte. Quieren ser comprendidos por todo el mundo. Pero lo que pasa realmente es que no son artistas. Es gente equivocada. Ellos se podrían dedicar a vender papas. Si estás en esa parada, mejor vende lechugas y hortalizas, le irá mucho mejor y vas a estar más feliz que trabajando en las artes visuales. Arturo Duclos empezó con esa cosa. Para qué vas a hacer arte con esa intención. Lo que hacen es ridículo, ellos están castigando la lengua. Son unos imbéciles. Mejor no hagas nada. ¿Para qué?
A través de tus textos en prensa he podido entender una serie de obras que me resultaban ajenas gracias a tu lenguaje claro y bien escrito. Ahí veo un gesto de generosidad con el lector común.
Lo que pasa es que el hermetismo que se dio en dictadura en un momento, y que era necesario para evitar la censura -se supone-, no tiene que ver con una cuestión académica. Se dio fuera de la universidad. Y luego se academizó un discurso que ya no es el de los 80´ sino que es un discurso que trae muchas modas, donde los teóricos jóvenes han caído, más que en un hermetismo, en un discurso pesado e innecesario. Ahí aparecen los temas de género, los mapuchólogos y todos los temas que están en el debate actual. Y muchos artistas visuales ahora se apuntan a esos temas pero no son herméticos, sino que son refritos de la academia donde se estudia lo multicultural, las diferencias sexuales, raciales y blá blá blá. Hay muchos teóricos que no son grandes escritores ni pensadores pero son leídos en la academia por los artistas visuales jóvenes. Es la academia, no son Susan Sontag o Lévi-Strauss. Chile se está llenando de gente así. Profesores mediocres, que le gustan a los alumnos porque consideran que son tipos armados a nivel intelectual pero no tienen otros referentes, como sí los tuve yo como alumno cuando estudiaba en la universidad. De gente con más pérdida. No sé si eran más interesantes, pero eran profesores más cautivantes en términos intelectuales. Ahora priman los funcionarios del saber, que tienen que citar todo bien. Cuando la gente cita mucho siempre me pregunto: “¿se han leído todo lo que citan?”. ¡Mentira! Ponen fragmentos. Por ejemplo, los franceses nunca citan a nadie. Los yanquis sí. En cambio si yo voy a citar a alguien lo tengo que tener muy asumido. No quiero invitar a nadie a la fiesta de mi texto. Mientras menos gente, mejor. Yo solo voy a citar a los autores con los cuales tengo una relación entrañable. Entonces ahora está lleno de teóricos que han hecho que la escritura de textos sobre artes visuales sea una mierda. No hay divagaciones, no hay deseo, no hay pérdida, no hay nada. O sea un escritor bueno es malo. Tiene que equivocarse para mostrar su personalidad. Couve decía que Velázquez se ganó el derecho a pintar mal por pintar bien.
Barthes y Pasolini publicaron en prensa. Consideraban un rito de paso necesario para escribir obras mayores.
Estaban entrenando. Hasta Messi tiene partidos malos. Aparte yo no sé si estamos hablan de errores en el escritura, sino que creo que más bien son desprolijidades necesarias. Solo los tontos no se dan cuenta. No todos los escritores son buenos todo el tiempo, ni Pasolini ni nadie. Muchas veces una cosa fallida hace que tu próximo texto salga bien. La Natalia Babarovic dice que siempre es productivo mostrar los errores. Matías Rivas una vez me dijo algo parecido sobre este tema: “si vas a publicar en la prensa, nunca dejes de publicar, porque aunque no sea tan buena, al final saldrá algo que valga la pena. Nunca dejes botada la escritura”.
A veces, frases aparentemente oscuras, funcionan en un texto.
Si tu ya tienes un lector que te conoce, te va a seguir y te entenderá igual porque ya te lo ganaste. Y quizás con el tiempo esa frase medio oscura puede pasar a ser muy potente. Vaya a saber uno. Ese es uno de los problemas con estos nuevos artistas jóvenes, no tienen sentido del desapego. Está bien ser profesional, pero para alejarte de tu obra y verla con distancia y que te hable, debes tener necesariamente cierto desapego.