Destacados, Ensayos — 9 agosto, 2024 at 5:06 pm

G. Bastías frente a T. S. Eliot: elucubraciones terrígenas

by

Por  Jonnathan Opazo

 

 

Tierra en trance, tierra pobre, tierra invisible, tierra baldía o yerma, tierra de tradiciones, tierra y libertad, la tierra es de quien la trabaja, tierra para los pobres, trágame tierra, tierra privada, planeta tierra, defensa de la tierra, tierra en los ojos, comer tierra hasta morir ahogado, tierra sobre la tumba, comprar tierra, terraformar, terrícola, terrígena, terrateniente, terremoto, terra australis, terreno, territorio: parece que una parte de la sensibilidad de fin y comienzo de siglo puede guarecerse tranquila bajo el amplio paraguas cronotópico de la Tierra. Ora como vindicación de un origen y arraigo común que deviene relato sobre sangres privilegiadas para orientar el correcto rumbo de la historia ―no en balde el término kultur gozó de buena salud en lengua teutona—; ora como divisa susceptible de acumulación concreta y abstracta para la fundación de una clase, bien descrita por Marx en esa historia del expolio que es la tesis sobre la acumulación originaria en El Capital; ora como fuente de alimento y su consiguiente relación entre tierra y cultura, cultivo, abono, etcétera; y así. Historiadores, geógrafos, poetas, filósofos y narradores dicen tierra y dicen una o diez cosas al mismo tiempo.

borrosa

                                                                                                                                                                                                             © Elde Gelos

Raymond Williams, faro insigne en estos mares semiológicos, dedicó horas de su valioso y militante trabajo en el planeta (¡tierra!) a examinar el modo en que la sensibilidad de su Inglaterra natal iba transformándose a medida que ese enorme tábano llamado capitalismo crecía, expropiaciones e industrialización mediante. Su pesquisa, por cierto, es una aventura intelectual de fuste y también, en un doble movimiento, un ejercicio de exploración biográfica. «De modo que, antes de entrar en materia ―escribe en el primer capítulo de El campo y la ciudad—, diré inmediatamente que, para mí, la vida campestre tiene muchas significaciones. Son los olmos, la flor de espino y el caballo blanco que veo ahora en el prado, a través de la ventana junto a la cual estoy escribiendo». Y continúa con una larga lista de objetos que, diría Jane Bennett, aparecen ante su mirada con una vibrante vitalidad.

Williams sabe muy bien que la vida en el campo, término profusamente polisémico aunque distinto de su par la ciudad, está en permanente transformación: es, si nos permiten la figura, como el Jano de la mitología romana. El bien absoluto y el mal rotundo, el lugar de retiro y el miasma donde la vida queda estanca para pudrirse. Caluga y menta. Dios y el diablo. Es en una pequeña cabaña rural donde los personajes de Antichrist del filonazi Von Trier pierden la cabeza, ven zorros que anuncian el triunfo del caos y terminan en un extraño festín que incluye mutilaciones genitales justificadas por el guion, para tomar prestada una expresión de Verdugo Mario. Es también en una zona rural de Inglaterra donde los protagonistas de Straw Dogs del buen Peckinpah sufren los estragos de compartir vecindad con individuos inmorales, licenciosos, jotes, intrínsecamente malos. Y podríamos continuar con una larga lista. Para Williams, todo es un problema de perspectiva. Cuenta Ray una breve experiencia de lectura: llegó a sus manos un libro cuya frase inicial, a la manera de los rotundos juicios de los consumidores de cocaína fabricada por Juan de Patmos, reza como sigue: «Un estilo de vida que llegó hasta nosotros desde los días de Virgilio súbitamente ha terminado».

Así tal cual.

El buen Ray duda y sube los conceptos a una cinta transportadora que comienza lentamente a retroceder desde los cincuenta del siglo pasado hasta el siglo diecinueve, luego el dieciocho y así. Cada época, con sus respectivas variaciones ornamentales al uso, ha expresado añoranzas o malestares vinculados a la vida en el medio rural. «La nostalgia, puede decirse, es universal y persistente; solo las nostalgias de los demás nos ofenden». La nostalgia, por cierto, también puede ser corrosiva: en la introducción de El futuro de la nostalgia, Svetlana Boym cuenta una historia que leyó en un periódico ruso. Trata de dos alemanes que vuelven nada menos que a Königsberg después de la caída del Muro. Al pasear por el pueblito donde Kant urdió un sistema filosófico que ha dado de comer a muchos doctorandos y docentes de filosofía, uno de ellos decidió mojarse la cara con las aguas del río Pregolya. «»Pobre río”, observaba el periodista ruso con sarcasmo. “Imagínense la cantidad de basura y de desechos tóxicos que se habían vertido en él […]”». Remata Boym: «El hombre añoraba el gesto ritual que señala el regreso al hogar en las películas y en los cuentos. Soñaba con satisfacer esa añoranza a través de la apropiación final. Poseído por la nostalgia, había olvidado el pasado real. La ilusión le había quemado la cara».

De alguna forma, Williams quiere advertirnos sobre los riesgos de querer mojarnos la cara con cualquier río: más de algún nostálgico encontró, en un paseo poblado de añoranza, condones usados y restos fecales en las aguas mansas del Loncomilla; pañales de guagua e innúmeros botellines vacíos de cerveza Sol en algún meandro del Río Claro; o, como en las playas de Rosabetty Muñoz, un mar que escupe plástico y medusas muertas. La nostalgia es un género literario que la historia material juzga con prudencia.

 

* * *

 

Entonces habría que interrogar, a la luz de estas primeras desordenadas disquisiciones, qué hay en The Waste Land (1922) de T. S. Eliot y El poema de las tierras pobres (1924) de J. G. Bastías que permita obtener algo así como una imagen común del siglo en el que ambas aparecen, con apenas dos años de diferencia, en sus respectivos lindes geopolíticos, que no geopoéticos, ya que estamos. Intentar, si aquello merece la pena, indagar en torno a la posible imposibilidad de poner a un poeta campesino nacido a orillas del Maule junto a uno de los grandes poetas del siglo veinte; poeta, todo sea dicho en honor a la verdad, de profunda raigambre metropolitana. Un poeta completamente menor junto a un poeta absolutamente mayor, clave cultural, imprescindible, y todos aquellos adjetivos que ustedes juzguen pertinentes asignarle al buen Eliot, el de Misuri y no el de Nebraska ―el Eliot con dos ele y dos te―, el Smith, otro poeta del desamparo total.

Todo esto surge, cabe aclarar, como parte de una indagación, hasta ahora más o menos fructífera, en torno a la potencial riqueza de las imágenes (la fanopeia poundiana) encontradas en ciertos libros de poesía escritos en las últimas dos décadas. Imágenes que leo, eso apuesto, como escenas de un mundo que ―otra vez― parece caerse a pedazos. Cada cual, con sus respectivos procedimientos escriturales y un variopinto uso de figuras retóricas, tiene, digo yo, a la devastación ecológica como ruido de fondo. El capitalo-antropo-falo-etcétera-ceno como radiación de fondo de microondas. En medio del trabajo con esas lecturas, la acumulación de lomos sobre el escritorio, que siempre comporta una cuota importante de locura y diálogo de sordos, es que apareció la ocurrencia ―comentada vía whatsapp al editor de la revista que están leyendo, al pasar y sin mucha intención de ponerme serio―, de leer y pensar paralelamente en The Poem of the Poor Lands  (1924) de J. G. Bastías y The waste land (1922) de T. S. Eliot como textos cuya estructura de sentimiento, para seguir con el bueno de Ray, parecen prefigurar los desmadres históricos que tienen lugar aquí, en el mundo material real, en el que también fueron escritas.

Por supuesto que ambos textos son radicalmente distintos en muchos aspectos y de seguro algún profesor de literatura juzgaría, con toda razón, la imperiosa necesidad de quitarnos de una vez y para siempre de esta clase de escarceos infértiles, yermos, baldíos: abrojos nacidos de las tierras pobres de un intelecto esquilmado por la confusión. Pero ya estamos.

* * *

Un viaje de ida, un viaje de vuelta. Eliot nace en los Estados Unidos de América. Estudia en Harvard y luego se marcha a Europa. Bastías, nace en Nirivilo y migra joven a Santiago. Eliot conocerá, en Inglaterra, a Ezra Pound, Virginia Woolf y James Joyce. En Santiago, según leemos en algunas crónicas de época, Bastías trabaja en pequeños periódicos y cruza su camino con algunos poetas de la época, lo publican en Selva lírica y pronto vuelve a vivir al campo. Eliot no abandonará el viejo mundo hasta su muerte. Ya lo dijimos: es un poeta estrictamente metropolitano. Ambas tierras llegan al mundo con dos años de diferencia: la baldía el 22, la pobre el 24. La primera aparece publicada en The Criterion. La segunda, bajo el sello Soc. Impr. y Lit. Universo, domiciliada en Agustinas 1250, Santiago de Chile. No sin justicia, el año de aparición de la tierra yerma de Eliot es consignado como el año maravilloso: Joyce publica el Ulises, Rilke sus Elegías a Duino, Mistral publica Desolación. El 24 (un año bisiesto comenzado en martes según el calendario gregoriano, Wikipedia dixit), Neruda publica Veinte poemas de amor y una canción desesperada y D’Halmar su Pasión y muerte del Cura Deusto. Ambos fenómenos literarios pueden ser leídos en términos escalares: uno que juega en las grandes ligas, otro que chutea en los pequeños campeonatos de la fértil provincia. Mientras que un verso de Eliot equivale al vaticinio del horror de la Segunda Guerra, los del campechano Bastías apenas alcanzan para los desastres ecológicos post ciclo triguero y explotación no planificada del roble maulino. Eliot, que podría haber cantado al Misisipi, prefiere el Támesis. Bastías, al Maule, cuyo cauce podría llenar las mismísimas cuencas del infierno según el Abate Molina, otro pionero de la nature writing. Volvemos a Williams: asunto de perspectivas; ángulos de mirada y lectura, procedimientos distintos para ingresar el campo literario por la puerta ancha o por la chimenea.

* * *

Cuestión, también, de tradiciones: a uno lo ampara el mito y la Gran Literatura; al otro, la leyenda popular, el murmullo de los vecinos. T. S., en su vasto catálogo de citas, incluye la Biblia, Dante, Shakespeare, Frazer. The Waste Land es una vitrina de citas y parafraseos, el fichero de un obsesivo y absolutamente mateo tesista de letras. El poema de las tierras es pobres, en cambio, tiene más bien la estructura de una novela terrígena: no sabemos si Bastías leía periódicos internacionales, pero su lamento pastoral coincide con ese otro gran desastre rural que fue el Dust Bowl en los llanos norteamericanos, inspirador en partes iguales de John Steinbeck y Woody Guthrie, y algo así como un primer aviso de las consecuencias de una mala gestión de la agricultura: ¿explotación de monocultivos sin barbechos? Tormenta de arena, sequía, infertilidad. El gesto de Eliot es un gesto urbano, moderno. Williams, luego de citar unos versos del buen T. S., escribe: «Esta es la ciudad de la muerte en vida […] Esta es la moderna tierra baldía y, a través de ella, una potente convención de la metáfora urbana que llega a ser casi un lugar común». El lugar común, el commonplace for the common people: la ciudad es humo, suciedad, impureza. Williams va más allá: «En sus últimos poemas, Eliot relacionó la pérdida de sentido que hay en la ciudad como la pérdida de Dios. Por implicación, o de manera abiertamente declarada, Eliot atribuye a las agrupaciones humanas del pasado una significación diferente, y los asentamientos rurales ―aislados y remotos, visitados desde la ciudad―adquieren, aunque solo sea por ausencia, una significación tradicional». La tierra yerma es la ciudad, la tierra pobre es el campo. En Bastías, a diferencia de Eliot, no hay figuración alguna de entidades metafísicas susceptibles de intelección teológica: pura sequía, la tierra no es pobre por alegoría ―parece decirnos el poema—sino más bien por razones estrictamente materiales: aunque J. G. probablemente no acusó recibo de las recepciones latinoamericanas del marxismo, algo hay en su lamento de pura constatación de un hecho material concreto: donde hubo huertos ahora hay carencia. Lo único fértil es la miseria y esa miseria es nueva. Todo: la sierra, el monte, el alcor, trae lamentos, llantos, gritos, horror. Eliot tenía fe. Bastías es el no future: para el primero, la ciudad es la mella que puede ser llenada en un cómodo retiro espiritual en parcela de agrado; en Bastías, en cambio, no hay salida: la ciudad ni siquiera existe como posibilidad. This is the end. My only friend. The end.

* * *

Abril es el mes más cruel, hace brotar
lilas en tierra muerta, mezcla

sutil y extrañamente
tengo el ánimo herido
memoria y deseo, remueve
lentas raíces con lluvia primaveral.

como si los dolores de otros hombres
en mí se hubieran recogido.
El invierno nos tuvo cobijados, cubriendo
de nieve olvidadiza la tierra, alimentando
La montaña que baja
a bañarse en el río
Aquí no hay agua sólo roca
roca y no agua por un camino arenoso

Y es un grito profundo
que se extiende a los lejos
serpenteante sobre las montañas
que son montañas de roca sin aguas
que se oculta en las piedras
y tiembla en los esteros

El poema de las tierras wasted – Jorge González Eliot, probablemente

* * *

Cuando Eliot dice «tierra» dice «qué». Y «qué»,  Bastías cuando dice «tierra». Qué son this lands? Desde Inglaterra son waste lands. Desde la estación Infiernillo, pobres. Lo yermo, lo pobre. Alegoría, por un lado; por el otro, constatación material hecha novela de campesinos que caen presos, niños sin comida, casas cayéndose a pedazos antes que las sucesivas reformas y contrarreformas del agro, como las reformas constitucionales, precedieran esos movimientos pendulares de la Historia como lucha de clases con todas sus malditas complejidades: primero lo queremos todo, después convencen a una mayoría de ese nosotros que lo mejor es no quererlo todo, querer-la-nada, querer nada más lo que corresponde, y después de voltear la mesa mejor volverla donde mismito estaba y tejerle un chal para que pase piola el ánimo destituyente: que no sepan los patrones, ni los patrones de los patrones. Algo de aqueste queda dicho en el fragmento noventaisiete de La novela terrígena del ya citado, laureado, poeta y ensayista: «Iba para gobernador, o para capataz, o / más bien para agazaparse entre los / berenjenales de su lengua tatarita».

* * *

Un último retorno a Williams, antes de cerrar este breve dislate: «Si el campo es el pasado y la ciudad es el futuro, quedamos en un presente indefinido». Si la nostalgia es peor que un brote de herpe zoster y el futuro no existe, ¿el presente qué? Es wasted y pobre: ni la ciudad ni el campo. O la ciudad y el campo, al mismo tiempo. Puerto Varas y Nueva York. Talca y China. El Maule y el Támesis. Puras dislocaciones escalares superponiéndose: jovencitos bailando ritmos coreanos frente al espejo de una intendencia en una ciudad agropolitana; un carro de comida rápida con dibujos del Chavo del Ocho en la playa Los Molinos; una casa de adobe que funciona como mall chino; Mehuín y Misisipi; Carahue es China, Jorge Teillier es Sergei Esenin: Enrique Lihn es Mayakovski; J. G. Bastías comparte pesadillas con J. G. Ballard; y así: un revoltijo que es puro movimiento, dislocación y apertura. Desplazamiento de signos para bien de nuestras centenarias neurosis patrióticas y republicanas: Moldavia es Osorno, Las Vegas es el mundo entero. Somos el peor país de Chile. Hay que ser absolutamente terrígeno. El desarreglo de los sentidos es el desarreglo de las escalas. Cuidado con el río radiactivo. Cuidado con el futuro cancelado. Esta es tu tierra: «de Camarico / una garrafa plástica, de Vietnam / una camiseta acrílica, de Talca / huesos de pollo, de Santiago / un botellón, un pañal / una pila que se oxida en la nieve / ¿de dónde proviene la pila?» (del poema «Bolsas» de Felipe Moncada).

admin

Comments are closed.

shared on wplocker.com