Editorial — 9 abril, 2016 at 2:39 pm

Éxodo

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En su figura originaria, en Grecia y Roma, el exilio era una alternativa que tenían los ciudadanos para capear una pena. Es decir, un delincuente podía tomar el camino del éxodo,   y la vergüenza civil, para no pagar tiempo en la sombra o algún otro tipo de condena. Esto, claro, tenía sus consecuencias, sobre todo en Grecia, ya que los que elegían esta opción perdían sus derechos cívicos y políticos, y eso según Aristóteles convertía a la persona en algo “inferior al humano”.

“Sácame de aquí”- grita el gran poeta español Leopoldo María Panero desquiciado, desdentado y desesperado en medio de la noche santiaguina a un escritor nacional que publicó tres novelas que sangran las desventuras del exilio y la incapacidad del artista retornado de sentir Chile nuevamente como su casa; las mismas que seguramente vivieron el pintor Guillermo Deisler y el músico/poeta Redolés. Una senda similar recorrió Juan Balbontín, quien publicó una novela de vanguardia en los ochentas, pero la paranoia producida por la dictadura lo obligó a abandonar su carrera literaria y refugiarse en el laberinto de su mente y en el sur doméstico

“Sin patria ni tribus”, como decía León Felipe, este séptimo número de Medio Rural está dedicado al Éxodo, a nombres e historias obligados a dejar el pasado y los recuerdos para echar el futuro al viento. Ofrecemos una especie apología triste, inspirada en personajes curtidos por la resaca de la vida, marcados por el designio de la militancia, de la locura o de la pobreza.

A Brodsky, Joseph, ruso y ganador del Nobel, lo de ser poeta, judío y opositor a la URSS no le fue cosa fácil: desde muy joven pasó por la cárcel, el psiquiátrico y después vivió recluido varios meses en el invierno frío de Siberia; años después y luego de un peregrinaje por Europa recaló en Estados Unidos. A su encuentro con los periodistas dijo que desde su éxodo, se había convertido en «una entidad autónoma: mi mejor amigo y también mi peor enemigo».

La cita de Brodsky no es al azar. Esta dualidad es como una presencia intangible en este número, que exuda un modo de relato en que los sufrimientos propios son contados desde arriba, como por un narrador omnisciente, que todo lo sabe y que a través del lenguaje intenta encontrar respuestas.

 

Ya lo dijo Joseph Brodsky en un poema:

“Allí en la razón cada hora se borra
y los rostros etéreos de los años perdidos
se escapan -más aún si se acerca el invierno,
que llena el zaguán de cabras, gallinas, carneros.”.

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