Destacados, Entrevistas — 10 septiembre, 2015 at 2:36 pm

Entrevista con John Banville: A great fucking writer

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Por Medio Rural

 

Una longeva pareja de extranjeros beben acurrucados en un paradisiaco paisaje. Sonido de cataratas de fondo, palmeras y flores tropicales; faltan sólo los tucanes y un hombrecito con traje a lo chino Ríos para que se sientan en la Isla de la Fantasía.

No estamos en el Caribe sino que en el Hotel Hyatt en Santiago.

El extranjero, vestido con un terno gris, corbata, pañuelo rojo italiano y con una copa de vino blanco en la mano es el escritor John Banville. Se maravilla por el apacible escenario y dice que es increíble un lugar así en el centro de la ciudad.

Banville nació en 1945 en Wexford, un pequeño pueblito al sur de Irlanda donde la pobreza, la censura y el miedo reverencial por la Iglesia Católica eran el pan de cada día. En ese ambiente, Banville tenía una sola preocupación: largarse. A los 17 entró a trabajar en una línea aérea, en un trabajo detestable, pero que le daba la posibilidad de comprar pasajes a un precio ridículo.

 

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Mr Banville: ¿Cómo fue nacer en un pueblito olvidado?

Eso es relativo. Hace años, un par de periodistas van a entrevistar al poeta Phillip Larkin, que estaba viviendo en el norte de Inglaterra y le preguntan: ¿Por qué vive usted tan lejos del centro?

¿El centro de qué?

Según el crítico George Steiner, Banville “es el escritor de lengua inglesa más inteligente, el estilista más elegante”. Ha ganado premios importantes como el Príncipe de Asturias, dos veces el Booker y es candidato permanente para el Nobel. Como si esto fuera poco, desde hace unos diez años, inventó un alter ego: Benjamin Black, con el que ha escrito una media docena de novelas negras extraordinarias. Tan buenas, que la familia de Raymond Chandler le pidió que reviviera a Phillip Marlowe, su gran héroe. Black/Banville lo hicieron, y de manera notable.

El prestigio del autor se basa en una carrera iniciada con una trilogía sobre la vida de científicos (Copérnico, Kepler y Newton), y luego una veintena de novelas centradas en protagonistas densos, desencantados y egocéntricos. Pero más importante que las tramas, lo que sobresale en este autor es el cuidadísimo ­–hasta obsesivo– uso de las palabras. En este sentido, el escritor Martin Amis dice: “una frase tan devaluada como «maravillosamente bien escrita» recupera todo su valor cuando nos referimos a las novelas de John Banville”.

En una de las charlas que dio en Chile, se le preguntó cómo se llega a esta perfección en el idioma. Banville, fríamente, respondió que no sabía la respuesta, que simplemente él escribía hace cuarenta años, que ese era su oficio.

En la página web de Alfaguara, en la sección de El libro de las Pruebas, Pepe Rodríguez dice de su obra: “literatura de alta calidad solo para lectores avanzados”. Incluso donde se debería publicitar masivamente a Banville –en la página de su propia editorial– se lo reduce a un nicho, a esto de “escritor para escritores”.

¿Mr Banville, es usted un “escritor para escritores”?

Yo no escribo para escritores. Son aburridos. En lo único que están interesados es en el dinero. Detesto los festivales literarios porque está repleto de escritores, y me fastidian especialmente los exitosos. La peor cosa que puede pasar en este mundo es darle éxito a un escritor. Los ves sentados ahí, pagados de sí mismos, diciendo: “Soy un gran hombre”. Y no es cierto. Al interior de ese gran hombre hay un pequeño individuo que grita como un loco por salir afuera.

La pregunta, sin duda lo mosquea, se la han hecho infinitas veces y se la seguimos haciendo. Pese a eso, continúa:

“Yo escribo para la gente. De hecho, la mejor crítica sobre mis libros la hizo un hombre en 1989 y consistió en solo tres palabras. Resulta que una mañana, antes de abordar el tren, un obrero que pasaba en bicicleta me reconoció y me dijo: “Great fucking book”, por El libro de las pruebas. Ese es el mejor cumplido que he recibido hasta ahora”.

Ha dicho muchas veces que él es un poeta que escribe en prosa y se emociona al ver sobre la mesa el libro La Torre de Yeats. “Este es el mejor libro de poesía jamás publicado en un volumen”, dice, mientras se concentra para leernos una parte de Navegando hacia Bizancio:

“Oh, sabios que estáis en el fuego sagrado de Dios

Y en el dorado mosaico de un muro,

Venid del fuego sacro, girad hasta mí,

Y sed los maestros de canto de mi alma.

Consumid mi corazón; enfermo de deseo

Y atado a un animal agonizante

No sabe ya lo que es; y llevadme

A la ilusión de la eternidad”.

 

                           -Beautiful, remata.

 

 

La otra pregunta que le hacen hasta el hartazgo son las diferencias entre Banville y Benjamin Black.

Si Banville es un narrador complejo y sus personajes son cultos artistas o científicos que monologan largamente sus pérdidas; en Black la prosa es rápida y al hueso, y sus personajes son policías o tanatólogos sedientos que monologan a la velocidad de la bala sus derrotas. El escritor ha dicho de sus dos vertientes, que si John Banville es “el artista”, Black es “el artesano”. Con su alter ego puede escribir más deprisa y pagar holgadamente sus deudas.

Lo que partió como una aventura de un solo libro –escrito a la Simenon– terminó seduciéndolo. La mayoría y los mejores trabajos de Benjamin Black suceden en Dublín de los años cincuenta –la ciudad del verdadero Banville en la época de su adolescencia­– y nos relatan las desventuras del inolvidable doctor Quirke.

Bajo la espesa neblina y a orillas del río Liffey se cocinan a fuego lento las retorcidas historias de este forense obeso, alcohólico y mujeriego con un insano gusto por meterse en las patas de los caballos. Es cierto que la propuesta de Black no es novedosa, se maneja dentro de los códigos y clichés característicos del género –curas despiadados, mujeres fatales, ricos perversos, hijas perdidas– pero probablemente es ahí donde radica la gran virtud de estos libros: en la capacidad del “artesano” Black de, con las reglas del juego manidas y usadas por miles, convertir libros de consumo rápido en piezas urdidas con estilo y una maña literaria notable.

Y John Banville, “el artista”, medio en broma, medio en serio, lo presiente: “creo que en cincuenta años más cuando alguien consulte sobre Banville será derivado a Benjamin Black. Y la obra del señor Banville será olvidada por completo”.

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