Por Samuel Maldonado de la Fuente
La ciudad de Curicó tiene una historia plagada de anécdotas, que van desde la risa, la ironía a la estupidez. Al decir popular, cabros huevones hay en todas partes, en especial cuando provienen de familias acomodadas, que se creen dueñas de la ciudad.
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Un día 8 de octubre de 1953, unos desalmados muchachos de familia, comandados por Mario Correa Bravo, se robaron la espada del monumento a Luis Cruz Martínez. Esto creó gran expectación y cominillo entre los habitantes que venían saliendo del colonialismo español, al menos así lo creían muchos. Esta ofensa fue difundida en los diarios locales como una afrenta a la memoria de los habitantes héroes que habían combatido en La Concepción.
Unos años después, otro grupo de hijitos predilectos, esta vez comandados por los hermanos de apellido inglés, a los cuales el vulgo tildaba de locos, unidos a un descendiente de españoles, se robaron nuevamente el sable de Luis Cruz. La Justicia actuó de inmediato deteniendo a los hechores, en una fecha de Marzo de 1985, cuando mediaba el reciente terremoto que asoló la zona central.
Se cuenta entre los mitos locales, que estos ladrones de sable, cayeron en estado de ebriedad antes de un festivo largo, por lo que debían pasar en la cárcel varios días. El poder familiar se manifestó, pero el Juez de primera instancia desde sus aposentos privados, dictaminó elevar un libelo a U.S., por medio de algún abogado local que tuviera al día su patente legal. La búsqueda fue infructuosa, no había abogado visible para soltar a estos desalmados, o estaban en el lago Vichuquén o fuera en otra ciudad.
Ante tanta impotencia de los afectados, se dirigieron al lugar del suceso, es decir en calle Manso de Velasco con Estado, en el mismo monumento al héroe de la Concepción y entre lamentaciones y angustia, pensaban de donde sacar un abogado.
A pasos del lugar, se encontraba la botillería “El Patito”, cuyo dueño era el suspicaz don Patricio, hombre de picardía y bromista impenitente; allí se dirigieron los familiares inquietos. Al requerir información por algún abogado que salvara la reputación de la familia, éste les dio sabia solución: en el Bar del Club Deportivo, donde don Oscar Aliaga, se encontraba el único salvador posible de dicha situación. Nada menos que el brillante abogado egresado con distinciones de la Universidad de Chile, litigante de lujo, don Jaime Goncálvez , hombre erudito y escritor de fuste, es decir un hombre lleno de imaginación. Un solo problema enfrentaron los solicitantes, este se encontraba en semi inconsciencia, ya que había estado de juerga toda la tarde, lo bebido lo mantenía chispeante y dispuesto. “¡Vamos aseguró¡”
Llevó al grupo de personas interesadas, camino al mismísimo lugar de los hechos, en el monumento a Luis Cruz Martínez. El viaje por esa época y a pie fue una verdadera proeza por el estado del defensor recién contratado, medio iba por la calzada y medio por la vereda. En el lugar de los hechos, llevándose una mano a la barbilla y entre abriendo un ojo más que el otro, observó con detención el lugar, dirigió su mirada a los cuatro puntos cardinales, al cielo y a la tierra.
El asombro de quienes vivían esta situación, los tenía inquietos.
Con inusitada voz sonora, exclamó: “Una máquina, una máquina, una máquina de escribir” – todos se miraron estupefactos. ¿De dónde sacar una a estas horas?
Don Jaime el defensor vuelve a levantar la voz: ¡Allí. Allí, en la botillería El Patito! - Exclama.
Con gran tumulto, todo el grupo salió tras los pasos del abogado raudamente, era como ver al maestro seguido por sus apóstoles.
Aún en jolgorio, don Jaime Goncalvez ingresa a la botillería y exclama: “¡Don patricio, una máquina de escribir¡”
Por aquí don Jaime – le replica el dueño de la botillería, sonriendo como cómplice de este hecho.
Una botella de buen vino y un vaso don Patricio. Ellos pagan. – agrega el defensor.
Entre vaso y vaso, entre sorbo y sorbo, teclea que teclea por largo rato la máquina de escribir, deteniéndose a veces para pensar. Ante la mirada atenta y silenciosa, que no volaba ni una mosca, los involucrados observaban inquietos.
¡¡ Ya está !! -acertó el abogado- aquí está el escrito para Usía.
Cogió el libelo y se transfirió a don Patricio para que lo leyera. Entre risas sarcásticas y jocosas, dio lectura a la defensa que decía así:
● En lo principal: A Ud. Usía expongo: Primer otrosí: se ordene con esta fecha, la liberación inmediata y total de los afectados en el caso del “Sable de Luis Cruz Martínez”, notable héroe de nuestra patria.
● Por tanto: Con fecha de cuatro festivos en este mes de Marzo de 1985, siendo altas horas de la noche, los jóvenes inculpados en esta causa, han explicado las razones de tal acto, el que consiste en lo siguiente:
● Después de haber celebrado en jolgorio de juventud, los cuatro muchachos en cuestión, aún alegres y chispeantes, se encaminaron inocentemente a vuestros hogares donde con inquietud sus padres les esperaban con ansiedad. Caminado cautamente por calle estado al oriente, hasta llegar a la Alameda Manso de Velasco, con inquietud vieron que algo inmenso y sospechoso les acechaba en la oscuridad de la noche. Sigilosamente encamina
encaminaron sus pasos hacia la esquina y ante la sorpresiva aparición de una gigantesca sombra que se les abalanzó, que era un gigante oscuro y penetrante, con unos inmensos ojos de toro, ardientes como el fuego, con unos dientes filudos de acero brilloso, estos jóvenes aun inmaduros, pero valientes, procedieron con entereza a desarmarlo.
● Esa es la razón Usía de tan noble petición.
Don Patricio al leer este escrito, no hacía más que a carcajadas sacar sílabas, ante la atónita mirada de los familiares. El libelo fue entregado al Juez de Policía Local, en su parsimonia aun no deja de reír. El cominillo se sintió en todo Curicó, pero el escrito quedo en la memoria de la gente.
El Abogado defensor volvió al Club Deportivo, para seguir bebiendo y comiendo a costilla de estos desgraciados