Ensayos — 5 enero, 2015 at 4:13 pm

EL LUGAR SIN LIMITES

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Por Eduardo Bravo

Los ladridos de los perros dibujan las distancias del campo en la noche, acá el tiempo se mide en aullidos. A veinte minutos de El Lugar Sin Límites, la fetidez del carburo sale de los chonchones. El paso afuerino por la helada y desierta plaza de Pelarco es seguido de cerca, invisible, el templo está cerrado y el cielo es azul y no hay música audible. Las identidades culturales se mezclan en La Higuera, bar-restaurant de la plaza, y en el gimnasio al aire libre, moderna tera­pia para evitar la obesidad mórbida, donde nadie ejercita. El pueblo es de Alejandro Cruz y sus cuatro perros ne­gros; se adivina en el aire, hace frío.

Con El lugar sin límites José Dono­so ayuda a cuestionar la memoria sucia, su propia memoria, lo hace desde el rezago agrícola y la sequía, pero sobre todo desde la oscuridad. ¿Por qué Donoso escribió El lugar sin límites pensando en Pelarco, en Talca? ¿Por qué hablaba del far west católico Latinoamericano?

En Conjeturas sobre la memoria de mi tribu, Donoso, habla de Talca como una ciudad fea y polvorienta en verano, con sus tías beatas, con su parsimonia y olor a orines. ¿Por qué esa misma ciudad lo venera hoy con un premio Iberoamericano y al mismo tiempo deja en ruinas la casa donde se crió cuando niño?

Sabemos que en lugar de la casona de 1 Oriente, donde pasó parte de su infancia, se levantará una torre de 22 pisos, y que eso molesta a los veci­nos de los edificios contiguos, donde vive el alcalde, el intendente, un ex senador, un director de Extensión, todo porque les sepultará su fantásti­ca vista a la plaza.

 

Talca, septiembre de 1996. Conocí a José Donoso, hablamos mi padre y yo con el autor de Coronación a escasos días de su muerte. El Premio Nacional de Literatura fue amable, lúcido, preguntó por Juan Emar, su primo. Pensé que era una broma. No, José Donoso ya estaba hablando con fantasmas, sus propios fantas­mas, como Emar.

“En este país no es gratuito ser talquino, esto implica un orgullo, un verdadero o falso orgullo, orgullo sin embargo, cuando no cierta vanidad bien o mal formulada (…)”. Esa frase extraída de su discurso de agradeci­miento a la Universidad de Talca por la medalla Abate Molina es potente.

EL INFIERNO

El infierno queda probablemente en el Maule, aunque es un infierno lite­rario, ubicuo. Como el demonio -al igual que Dios- está en todas partes, en todos nosotros. Rescato de mi vie­jo computador lo que alguna vez el académico Roberto Cabrera apun­tara, lúcidamente: “La clave princi­pal para entender el decadentismo

del Lugar Sin Límites se encuen­tra en el epígrafe, extractado del “Doctor Fausto”, de Marlowe, novela sobre el infierno. Así, el espacio de El Lugar Sin Límites es el infierno, pero esto va más allá de lo físico; lo físico mismo está en función de lo psíquico: el pueblo es una estación, es decir, no tiene un punto fijo, aquí hay desplazamiento. El Olivo puede estar en cualquier parte: Talca, Iquique, Magallanes, no importa; lo cierto es que ese infierno está – principalmente – en los perso­najes, en el laberinto interno de cada uno de ellos”.

Casi han desaparecido los rayos de sol tibio del feriado del 21 de mayo de 2012. Queda en su lugar sombras, el frío y el movi­miento.

LOS SIMBOLOS

Hay otros libros de Donoso que hablan del huacho, de los perdedores, de esa sensibilidad que aparece en un prostíbulo de Pelarco y en el símbolo de la casona en ruinas frente a la plaza de Talca, destruida por un buldócer a media noche, años antes del terremoto de 2010, como presagiando esa derrota. La casona se habría caído igual, la tierra moviéndose no la habría perdonado, como tampoco per­

donó a la aldea de Talca, dantesca y elegante sucesión de polvo.

Tengo la película que hizo Arturo Ripstein basada en el libro El Lugar sin Límites, es una cinta mexicana, terrible, con poco y nada de Pelarco, nada realmente, pero con esa tur­biedad de la que Donoso sabía muy bien. Este filme ocupa el lugar 9 den­tro de la lista de las 100 mejores del cine mexicano, según la opinión de 25 críticos y especialistas del cine azteca, publicada en 1994.

Los “Donoso” no tienen nada que ver con México, son hombres de todos los pelos y categorías, linajudos con AudiQ7 a la puerta, guachos, ganapanes, señoritos, todos tejen la metáfora de El Lugar sin límites, con o sin manta de castilla. Todos llevamos un señor feudal y un peón, quien da la luz y quien la muerte. Como en los claroscuros de la película Ocaso de Theo Court, el inquilino no es sino los recuerdos de su patrón. Su sufrimien­to es real, el del patrón es literario.

Es el misterio fundacional que siem­pre habrá de persistir en las tierras del gran Pepe, o de don Alejo Cruz, el patrón de El Olivo, sobre un caballo mojado por el invierno maulino con una manta de castilla y un revólver, enfrentado a un huaso nazi, artero, escondiendo el cuchillo en cada palabra, torvo, con el ladrido y la sangre de los cuatro perros negros.

 

LA HIJA

Pilar Donoso ha muerto, murió de la manera más trágica, se suicidó: “Mi padre plasmó en sus 64 diarios (su última anotación es de 1994), su lado más oscuro que muestra ciertas aristas de su personalidad que yo, y creo casi todos los que lo rodeába­mos, desconocíamos, aunque de algún modo intuíamos que su mundo interno era de una complejidad sin límites”.

“Verano 2006. Sentada en el bow-window de la casa en Cachagua de mi suegra, descansan sobre mis rodillas seis de los 64 tomos de los dia­rios de mi padre. Tengo miedo… los observo, tomo su peso, los hojeo a la rápida y reconozco la letra, casi de hormiga. Intuyo lo que pueden con­tener, la posibilidad de encontrar las divagaciones, revelaciones de una mente creadora que explora las an­gustias profundas del alma: en esas páginas a las que debo enfrentarme hay un mundo paralelo, oscuro, ocul­to, cercano al de la muerte”.

 

FUNDO CERCANO

El Lugar sin límites es un fundo cerca­no a Talca, en un tiempo que puede ser ubicado a mediados de los sesen­ta, cuando comienza a gestarse la caída del negocio ferrocarrilero y la llegada de inversiones en carreteras. “Junto a ello, es posible ver las olas migratorias del campo a la ciudad y el estado de abandono creciente de la ruralidad”, escribe el profesor Cabrera.

La vida del pueblo depende en gran medida de las acciones que haga o deje de hacer don Alejandro Cruz, don Alejo y sus perros, el dueño del fundo y de la riqueza, de la vida y de la muerte: metáfora del campo que levanta este artículo citadino.

“La Manuela suspiró. Tanta plata. Y tanto poder. Y tan bueno don Alejo. ¿Qué sería de la gente de la Esta­ción sin él? Andaban diciendo por ahí que ahora sí que era cierto que el caballero iba a conseguir que pusieran luz eléctrica en el pueblo. Tan alegre y nada de fijado, siendo

senador y todo.” Don Alejo logró la instalación de la luz, efectivamente.

Pero también Cruz es él y son sus perros: la presencia vigilante en los cuatro puntos cardinales; las cuatros estaciones del año son perros negros: Sultán, Otelo, Moro, Negus, dan miedo con sus dientes y sus ojos que saltan en la noche, como cuando despedazan la piltrafa sanguinolenta que vuela hacia ellos. Y los perros danzan tras ella y después los cuatro juntos caen hechos un nudo al suelo, “disputándose el trozo de carne caliente aún, casi viva. Lo desgarran, revoleándolo por la tierra y ladrán­dole, babosos los hocicos colorados y los paladares granujientos, los ojos amarillos fulgurando en sus rostros estrechos.

Los hombres se apegaron a los muros.

Devorada la charcha los perros volvieron a danzar alrededor de don Alejo, no de don Céspedes que fue quien los alimentó, como si supieran que el caballero de manta es el due­ño de la carne que comen y de las viñas que guardan. Él los acaricia -sus cuatro perros negros como la sombra de los lobos tienen los colmillos san­guinarios, las pesadas patas feroces de la raza más pura” (El Lugar sin Límites).

“Donoso se pasó buena parte de su vida hurgando en el tercer patio de nuestra identidad, obsesionado con viejas desdentadas que por la mañana desaguaban la bacinica en la acequia, bajo el palto”, dice el escritor Óscar Bustamante.

Fausto agrega a sus palabras en el epígrafe de esta novela universal:

“Primero te interrogaré acerca del infierno.

Dime, ¿dónde queda el lugar que los hombres llaman infierno?

Mefistófeles: Debajo del cielo.

Fausto: Sí, pero ¿en qué lugar?

Mefistófeles: En las entrañas de estos elementos.

Donde somos torturados y permane­ceremos siempre.

El infierno no tiene límites, ni queda circunscrito a un solo

lugar, porque el infierno es aquí don­de estamos

y aquí donde es el infierno tenemos que permanecer…”.

 

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