El Mito — 5 octubre, 2015 at 2:03 pm

Jorge Teillier y El hilo de la ausencia*

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Por Leonardo Sanhueza

 

 

Una de las primeras cosas que pensé después de leer el libro Nostalgia del futuro. Biografía de Jorge Teillier, de Luis Marín y Carlos Varverde , es que la vida de Teillier plantea un problema interesante en relación con el género biográfico.

La biografía es un género espinudo, cuya justificación depende de factores que no siempre se relacionan sólo con su objeto, que son las vidas particulares. Hay miles, y qué digo miles, millones de vidas que nunca llegarán a ser estudiadas ni escritas, a pesar de que puedan estar llenas de episodios extraordinarios, dignos de ser contados, y sus protagonistas sean sujetos atractivos, cuya experiencia sea comunicable y pueda significar algo para muchos. Son vidas que, a lo más, en caso de llegar a las orejas de algún escritor, podrían inspirar alguna novela, algún poema, algún ensayo; es decir, obras que las usarían para un fin, digamos, superior; un fin lejano a ellas, un fin en que la vida misma quedaría postergada en calidad de ejemplo, alegoría o punto de partida para una idea de un autor. En contraste, hay vidas que carecen de todo interés, en el sentido de que son predecibles, planas, sin relieve narrativo, etcétera, y sin embargo llegan a ser “biografiables” sólo por la circunstancia de que su protagonista significa algo en el ámbito cultural: un gran artista, un gran asesino, un gran mercachifle. Pongo un solo ejemplo: actualmente está entre los libros más vendidos una biografía de Agustín Edwards, el dueño de El Mercurio. ¿A quién le interesa, realmente, esa vida? Me atrevo a decir que a nadie, salvo a sus familiares y cercanos. Lo que interesa no es su vida, sino su rol en la historia de Chile, sus acciones, el alcance de sus negocios, etcétera, pero su vida, su personalidad, sus ideas, sus sentimientos, sus contradicciones, etcétera, no le interesan a nadie.

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El caso de Jorge Teillier es interesante, decía, porque su vida no tiene grandes relieves, no al menos si la comparamos con la de otros poetas como Pablo de Rokha, Vicente Huidobro o Violeta Parra, que parecen grandes construcciones llenas de aventuras, pasiones, desgracias, enredos y, en fin, logran ser inmensos relatos que uno quisiera leer, siempre asomándose a lo inverosímil, e independientemente de la calidad de las obras que produjeron esas vidas. Comparada con esas vidas extraordinarias, la de Teillier fue, por así decirlo, una vida de baja intensidad, como esas lejanas señales de onda corta que captan apenas las radios a pilas en el extremo del dial cuando lo único que se escucha en el campo es el canto tenebroso de las lechuzas o el aullido triste de algún perro. Y sin embargo, a pesar de su carácter tenue, casi invisible, es una vida que nos atrae y que, al igual que aquellos grandes relatos extraordinarios, quisiéramos leer.

Esa aparente paradoja biográfica tiene al menos dos explicaciones, que este libro viene a subrayar. Por un lado, está la identificación que planteaba Teillier entre poesía y vida. Numerosas veces y de distintas maneras él expresó esa especie de manifiesto literario-vital, según el cual un poeta debería aspirar, más que a escribir poemas, a ser y a habitar el mundo poéticamente. Ese ideal de raíz romántica me parece una de las razones por las que la biografía de Jorge Teillier ha andado de boca en boca durante décadas y ahora es escrita por primera y, es de esperar, no única vez.

Pero hay una segunda explicación, acaso más sugerente desde el punto de vista literario. La vida de Teillier tuvo una marca constante desde la niñez: la ausencia. A eso creo que apuntaron certeramente los autores de este libro al encabezarlo con dos famosas líneas de Rimbaud: “La vraie vie est absente. / Nous ne sommes pas au monde” (“La verdadera vida está ausente / No estamos en el mundo”). Esos versos han sido interpretados de mil formas, pero casi todas conducen a cierta dislocación del individuo que no halla su lugar, es decir, cierto exilio, cierta pérdida de lo propio. En suma, ausencia de los dominios perdidos, nostalgia producida por el recuerdo de ese despojo.

En ese sentido, la vida de Jorge Teillier, como puede seguirse capítulo a capítulo en esta biografía, se deja leer como una concatenación de ausencias, de fantasmas que se fueron acumulando desde la infancia e incluso desde antes del nacimiento.

Así tenemos la primera ausencia, los años del far west, como llaman los autores a ese tiempo que siguió a la ocupación de la Araucanía y que para el niño Jorge Teillier, nacido en 1935, representaba un tiempo mítico, del que sin embargo podía ver rastros presentes en cada esquina, rastros históricos que confirmaban su verdad. El niño Jorge nació, pues, en medio de una comunidad de trasplantados y usurpados, gente que había tenido un lugar y lo había perdido, gente que venía de lejos a vivir en el extranjero, gente obligada a hablar una lengua que no era la suya. Allí están los trigales infinitos, testigos de todo ese proceso de arraigo y desarraigo. Allí están los manzanos y las plumillas de cardo, el mismo cardo traído por unos pocos colonos escoceses que, junto a su lema “Nadie me hiere impunemente”, quisieron conservar consigo su flor nacional. Allí están los molinos, las carretas de mapuches, las chicherías, los clubes sociales: todo eso que parecía venir de un tiempo lejanísimo, portando un mensaje de ausencia, y que sin embargo estaba ahí, ante los ojos del niño.

De ese tiempo inicial, este libro remarca un hecho crucial, otra ausencia: su hermana muerta. La niña, de sólo dos años, murió en 1935, un mes después del nacimiento de su hermano Jorge. La ausencia de su hermana, sugieren los autores, marca la infancia y los posteriores recuerdos del poeta, que a pesar de no haberla conocido la llevó consigo siempre, como un fantasma, lo que por lo demás quedó escrito en algunos poemas.

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Después tenemos la pérdida de la casa familiar, arrasada por un incendio junto a la mitad de Lautaro. Y esa pérdida lleva a la pérdida del pueblo natal, pues a partir de entonces se inicia un periplo que va de Lautaro a Santiago, de Santiago a Angol y de Angol a Traiguén, donde nuevamente se quema la casa y la familia lo pierde todo.

Como vemos, el signo de la ausencia y la pérdida está presente en toda la niñez de Jorge Teillier, incluso en sus momentos felices, ya que pronto se encontró sumergido en novelas de piratas o relatos de mundos lejanos, encontrando así de nuevo el que sería su leit-motiv: la vida está ausente o, como lo parafraseó Jean-Luc Godard, la vida está en otra parte.

Es la ausencia la que marca sus días de estudiante trasplantado en Santiago, sus primeros triunfos literarios, sus primeros amores. Es interesante notar que incluso en ese aspecto, casi siempre feliz, igual que en la infancia surge una sombra de ausencia, como en ese poema dedicado a Beatriz Ortiz de Zárate que dice: “Eres el peso profundo y secreto / de los granos de trigo / en la balanza de mi mano”. Hasta en la plenitud amorosa se cuelan así las imágenes y elementos de la infancia y el mundo perdido, el trigo en la balanza de la mano, como si el presente, en lugar de sólo manifestarse, tuviera que ser evocado desde una ausencia original. La vida está en otra parte.

Y a los 36 años la vida sigue estando en otra parte y Teillier sufre su primera crisis alcohólica grave. A esas alturas, el golpe militar tuvo rasgos de golpe de gracia y Teillier prácticamente se retiró del mundo. Como poeta, hasta 1973 iba a todo galope, casi diez libros publicados y el reconocimiento casi unánime, y después apenas publicó dos libros en toda la dictadura.

Así pues, la vida tenue, casi invisible de Jorge Teillier, se dibuja en este libro en su cruda y paulatina desaparición entre “una y otra oscuridad”. Es una vida que en lugar de confiar en algún resplandor final en la muerte, abrazó como advertencia cotidiana ese verso de Rosamel del Valle que a él tanto le gustaba y que dice: “Tu muerte o mi muerte serán un día como el derrumbe fortuito de una lámpara”.

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[Texto leído en la presentación del libro Nostalgia del futuro. Biografía de Jorge Teillier, de Luis Marín y Carlos Varverde]

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