Sin categoría — 24 diciembre, 2014 at 12:53 pm

EDITORIAL Nº1

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-La vanguardia ha muerto.

Gritó el vate anciano recordando sus actos poéticos donde se cortaba la cara con una Gillette.

-La vanguardia vive en todo.

Respondió con voz cancina el lírico de rostro angelical, arrepentido de haberle dado un balazo a su amante.

Pero y ¿qué diablos es la vanguardia?

¿Dónde vive?

Y, ¿vive aún?

El término vanguardia  tiene dos acepciones  (relativas al asunto): la primera tiene que ver con aquellos que van adelante del cuerpo principal de un grupo. La segunda definición habla de los miembros adelantados en un movimiento político, artístico, ideológico, etc. Entonces nos preguntamos, ¿los vanguardistas son, simplemente,  los primeros en llegar o son los que renuevan con su arribo un panorama imperante?

¿La vanguardia será entonces  esa brisa refrescante, pero pasajera, que cambia y renueva los aires del ambiente saturado de egos gigantes?; ¿existirá en  la novedad que trae la niña nueva del curso? o, nos preguntamos, ¿serán vanguardistas también  aquellos actos arraigados en el pasado eterno, que aparecieron hace centurias y  que siguen existiendo hoy, en un mundo que olvida tan rápido?

Entonces, a falta de seguridades, nos contentamos con  develar a la vanguardia como una constante lucha entre lo novedoso y lo primigenio; la patada en la mesa de la cordura y la fortaleza de lo que no puede morir.

Rimbaud, en las líneas finales de sus vacaciones en el abismo, declama ya viviendo en el futuro:

«Sí, la hora nueva es por lo menos muy severa. Porque puedo decir que la victoria me ha sido otorgada: el crujir de dientes, el chisporroteo del fuego, los suspiros apestados, van moderándose. Todos los recuerdos inmundos se borran. Mis últimas añoranzas levantan el vuelo, – celos de los mendigos, de los bribones, de los amigos de la muerte, de los rezagados de toda índole. – Condenados, ¡si yo me vengara! Hay que ser absolutamente moderno».

Pero, por el otro lado,  tenemos el valor de la pregunta que se hace Enrique Lihn en su nostálgico poema La Pieza Oscura:

«¿Qué será de los niños que fuimos? Alguien se precipitó a encender la luz, más rápido que el pensamiento de las personas mayores.

Se nos buscaba ya en el interior de la casa, en las inmediaciones del molino: la pieza oscura como el claro de un bosque.

Pero siempre hubo tiempo para ganárselo a los sempiternos cazadores de niños. Cuando ellos entraron al comedor, allí estábamos los ángeles sentados a la mesa

ojeando nuestras revistas ilustradas —los hombres a un extremo, las mujeres al otro—

en un orden perfecto, anterior a la sangre».

Entonces, asentados entre fronteras borrosas, dedicamos este segundo número de Mediorural a lo que denominamos  la Vanguardia desde Afuera. Páginas centradas  en  el relato de  personajes y obras que desde la periferia, desde fuera de las grandes ciudades o alejados de los centros de poder, han sido capaces de hacer de su vida, o de su arte, una creación indeleble.  Intentamos a través de éstas historias, algunas pequeñas y otras tan grandiosas como el Altazor mismo, demostrar que muchas veces el futuro, o la chispa para la explosión de la ruptura, no radica obligatoriamente bajo las barbas de la Academia o de lo establecido, muchas veces la necesidad de romper con los paradigmas reside en una Isla llena de fantasmas, en las laderas de roca, en los barrios callados entre el tumulto de la capital o, quizás, simplemente en un cerebro apesadumbrado e inquieto.

 

 

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