Por Samuel Maldonado de la Fuente
Claudio Giaconi fue un dandy en su juventud: alto, flaco y de impecable negro, se sentaba a fumar un cigarro tras otro, fantasmal y de mirada vigilante. El año 2004 estuvo al borde de la muerte por la tuberculosis, después de este episodio se recluyó en Lo Barnechea alejado de los círculos literarios en la meditación, quizás previniendo su cercana partida. El poeta Armando Uribe recuerda que lo conoció en la década del 50, “cuando todos éramos jóvenes y Lafourcade publicó la Antología del nuevo cuento chileno. El mayor talento literario de ese grupo lo tenía Giaconi; un escritor que tuvo experiencias muy variadas; era secreto, en sus conversaciones no imponía lo que estaba escribiendo. Aunque uno no tuviera una gran amistad con él, se conversaba con gusto e interés, era ingenioso y a la vez impávido”. Se rumoraba en los círculos literarios nacionales de la época que Giaconi fue una especie de gran murciélago de los bares neoyorkinos, que al igual que Alsino de Pedro Prado, volaba con sus ensoñaciones sobre los rascacielos de la ciudad y era inalcanzable para los de su generación.
EXILIO
En mi simbólico adiós a esta ciudad
me emborraché con tres margaritas
y fue la cuarta la fatal
a cuenta del mesonero ebrio
la que me hizo mirar atrás.
Hallé una antesala de años dilapidados
una recámara de cámaras en desuso
una despensa de máscaras en reciclaje
un cementerio para días no vividos
sonámbulos en una maratón de catacumbas
ufanos en ser los primeros en llegar.
Es hora de volver; pero de volver adónde?
Claudio Giaconi perteneció a una familia de inmigrantes Italianos radicados en Curicó, donde hizo sus primeros estudios que luego continuó en el Colegio Hispanoamericano de Santiago. Giaconi no tuvo estudios superiores sistemáticos, como otros de los miembros de su generación, la del 50, pero sí tuvo sagacidad, voluntad y un don natural en su arte de escribir. No quiso entrar a la universidad: trabajó en una fábrica de conservas en Bélgica, fue becario en Roma y luego en París; las hizo de periodista para la agencia UPI en Nueva York y compartió en Manhattan un trago con Thelonious Monk. Tres años antes de morir se le detectó tuberculosis. El último año de su vida lo pasó en la parte alta de Santiago, aquejado de la rebeldía de una lenta agonía. Sufría de una trombosis que amenazaba con amputarle sus piernas, y por eso los médicos le recomendaron intervenir la aorta, aunque le advirtieron del riesgo de muerte. Antes se había sometido a una difícil intervención a su fémur, su convalecencia al cuidado de una dama, le trajo mucha calma y afinidad casándose finalmente con ella por agradecimiento. La unión no prosperó. Vivió en el populoso Cerro 18 de Lo Barnechea. Murió en Santiago años a los 79 años un viernes 22 de Junio de 2007.
El escritor falleció en el Hospital El Salvador, como el fuego que anidó en su existencia, fue cremado y en una noche oscura de invierno, unos pocos parientes cumplieron su última voluntad, reposar en el territorio de su niñez, Curicó. No asistieron Nicanor Parra, Enrique Lafourcade, Alejandro Jodorowsky, Jorge Edwards, ni muchos quienes lo admiraron, porque así lo quiso. Algunos poetas y admiradores hicieron un velatorio, en un bar cercano a la Sech. Todos se mostraron compungidos por la muerte de Claudio, no hubo llantos y todos en patota se largaron de ahí, “haciendo perro muerto”.
MALA SEÑAL
Sentarse a comer y ser tú
el único comensal
es mala señal
no tener a nadie
con quien conversar
a la hora de los postres
es mala señal
ser tú el único comensal
es mala señal
no tener a nadie
mala señal a nadie con quien.
TCHAIKOVSKY
Soy un pájaro lúgubre, compasión!
fatídicamente desgarrado en un ala
por los picotazos rabiosos de Melancolía
y por ahí por la herida me desangro a chorros.
Ah, pero con mi ala diestra prestísimo
voy a despeñar al monstruo al abismo
y apenas restañe las heridas en sordina
voy a remontar como antes la gran altura
y que Mozart me acoja en su reino.
Giaconi estuvo siempre en total desacuerdo con lo tradicional y mantuvo cierta desilusión al no poder transformar la sociedad tan rápido como él lo quisiera. Por eso expresa con angustia en una entrevista para la revista Ercilla:
“No creo en lo que he hecho (su literatura). Hay gente que le interesa la proyección neurótica de mí mismo. La necesidad de expresarse y escribir es una neurosis. Y yo he combatido mi neurosis y he triunfado sobre muchos defectos míos y cualidades que a la postre resultaron ser defectos…..Hoy no tengo necesidad de expresarme. Es más, desconfío de tal necesidad. Siento que he practicado la literatura como un error persistente”.
Su influencia en la literatura chilena parte con el libro de cuentos, La difícil juventud, Premio Municipal de Santiago (1955). Sólo cinco años después, con la publicación de Un hombre en la Trampa, que lo hizo merecedor del Premio Gabriela Mistral, guardó silencio literario por largas jornadas, exiliándose voluntariamente en Estados Unidos sin publicar. A Giaconi le interesó la poesía tanto como la narrativa, la música clásica y vagar por el Barrio Lastarria, al igual que releer a Dostoievsky. Su último libro editado en vida fue un poemario titulado Etc., aparecido en librerías meses antes de su muerte debido a un infarto al corazón. Disfrutó y padeció de una eterna soledad que lo convirtió en mito. En alguna oportunidad dijo: «Regreso a Chile a hacer mi nido o a hacer mi hoyo, como se quiera», y cavó su propia tumba. Murió en su ley. Su religión, la literatura, la marihuana y el cigarrillo.
PLIEGO DE PETICIONES
No borren del mapa a la plaza de mi pueblo
para cuando vuelva algún domingo estival
al reencuentro de una infancia inconclusa
al son de la retreta municipal de mediodía.
Bienvenido a tu cuna, me dirán
las palmeras rotundas ahora tan precarias.
Yo también soy hijo vulnerable de Hiroshima
diré al jazmín humilde y al abejorro zumbón.
Ve y diles a los enemigos de las flores
que se achicharren entre sí, me dirán
y a los demás pétalos que los dejen tranquilos
o las abejas morirán y la miel se acabará.
Los poemas presentes en este texto, provienen del libro El derrumbe de Occidente, de Claudio Giaconi, publicado por Pequeños Dios Editores en 2013.