Entrevistas, Portada — 1 septiembre, 2016 at 9:21 am

“Chile es tres comunas de Santiago”

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Marcelo Mellado, escritor:

“Chile es tres comunas de Santiago”

por Cristian Rau

chi1Marcelo Mellado es quizás el único escritor chileno que tiene un pie en la literatura oficial –esa que publica, recibe premios y goza de cierta fama– y con la otra extremidad, la más hábil, le da patadas y hace zancadillas a todo lo que suene a mundo central. Mellado es consciente de esa doble militancia: por un lado escribe regularmente en The Clinic; obtuvo el Premio de la Crítica UDP por Ciudadanos de baja intensidad (2007); publicó en la editorial internacional Sudamericana; comparte colección con ilustres como Parra, Sarlo, Uribe, Donoso y Bolaño; por gusto trabaja con Hueders (la única grande de las independientes nacionales) y habla de sus amigos el Rafa (por Gumucio) y el Zambra pero les deja caer la maldad: son sus “amigotes santiaguinos, cómodos, qué están seguros que Santiago es Chile”; ellos para quienes “la literatura es un fenómeno editorial que se sanciona en Europa”, dice Mellado con sorna pero con un poco de pica. Por otro lado, ocupa estas concesiones de escritor conocido para desarrollar su discurso basado en un odio hacia la capital y ciertas figuras de las denominadas élites. Por ejemplo, del intocable gurú de izquierdas Gabriel Salazar dice: “En una palabra, insoportable. El Quelentaro Salazar tiene por cierto esa soberbia y voluntad de representación de verdad revelada”. En una carta abierta al ex presidente Piñera le dice directamente que lo odia, y luego escribe “tú erís de la generación más posmoderna, de la que no tuvo complejos y armó los tremendos negocios privatizando hasta la ordinariez. Tú perdiste el pudor, de ahí tu abacanamiento de chulo enfermizo”. Y a su país lo nombra, citando a Lihn, como el “horroroso Chile” o ya más directamente como el país culiao.

Dices por ahí que uno de los aspectos importantes de tu narrativa es “desarmar ciertos grupos de poder”. ¿Parece que las chuchadas, la ironía y la mala onda son las armas más utilizadas para ese fin?

Será por cuestión de verosimilitud narrativa. También trato que no se me identifique demasiado con eso, para no parecer obvio. Acabo de escribir una novela de fantasía heroica, que también es una metáfora del Chile posible. Tengo la obsesión de territorio, por eso de pronto elegí la estrategia reprochadora. Puede que ahora cambie, que me ponga más amoroso, más emotivo, porque uno se pone vieja. Ahora, todos te recuerdan lo otro; me imagino, sin querer compararme con Sinatra, pero él debe haber estado hasta las weas con que le pidieran cantar My way. Esto de la tecla reprochadora o imprecadora, a veces es una lata, a veces quieres ser más señorita.

¿Esta postura te ha dado una imagen de tipo difícil?

Soy como idénticamente igual (sic). En lo personal no soy tan descriteriado, pero no tengo protocolos muy serios. Trato de ser respetuoso de las señoras, de los mushashos (sic), y no ser epatador, er niño mardito (sic again).  Pero soy descreído, hay cosas que ya no son para uno, entonces probablemente me sale muy natural una cierta dinámica del desprecio, pero es como un gesto de duda, como que no creo. Yo no soy un rockstar con la sonrisita, uno es nada.

De alguna forma una de las bases de tu discurso es la siguiente: “En el horroroso Chile, si quedas fuera de ciertos circuitos o sectores de Santiago estás fuera de la modernidad”. ¿Será tan así?

Es la crítica a la clase política que decidió que Chile es tres comunas de Santiago. El resto del país son lugares donde ellos van a veranear o tienen parcelas. Es una decisión político-administrativa perversa que tiene que ver con el clasismo chileno endémico. Chile es un roto de mierda, un huevón roto, Chile es clasemedianía. Y la oligarquía también lo es.

En un artículo dices que los desechos que arroja el Mapocho a los pueblos vecinos son la perfecta metáfora de qué significa vivir en provincia. ¿Ves así de terrible la situación? ¿Son las provincias el basurero de la capital?

No te quepa ninguna duda. Es la definición misma de Chile,   o sea del Chile no santiaguino, que es casi todo: el basurero de Santiago. Esto no es sólo en un sentido metafórico, sino que también práctico, a Valparaíso van los santiaguinos a mearlo, a cagarlo.

Tus personajes no son tan malditos ni tan perdedores, más bien de la mitad de tabla para abajo. Quizás por eso los sentimos reales, no se hace necesario situarnos en un contexto novelístico para reconocerlos. ¿Te parece?

El trabajo del héroe es complejo de construir. Evidentemente yo pienso en medianía, un mero testigo ilusorio sin mucha capacidad de síntesis del mundo; un habitador complejo. No son víctimas, sino que observadores complicados, que la realidad los afecta, pero que no sufren tanto. Personajes que no son tan víctimas, precisamente porque como son paranoicos y desconfiados, logran sobrevivir. Pero no son demasiado heroicos, son sólo observadores.

PUEBLOS OLVIDADOS

Marcelo Mellado parece un escalador citadino. Zapatillas de montaña, pantalones de poliéster negro, chaqueta roja media hippie, anteojos con la montura negra y blanca; el pelo un poco desordenado, el Mac bajo el brazo y un té, que toma a disgusto (acaba de salir de una clínica por un problema gastronómico; “tuve que renunciar al sistema público para sobrevivir”, se justifica).

– Se ve bastante joven.

Cuchichea por lo bajo una profesora, con el colmillo largo, desde los primeros asientos de una sala a medio llenar en la Universidad Autónoma de Talca. La exposición de Mellado se titula Escritura y Territorio en la Provincia.

– ¿Qué chucha haces en San Antonio?- es una de las ciudades más feas de Chile.

Con esta sofística pregunta que le hizo una amiga, Marcelo Mellado parte su charla sobre el territorio y la experiencia narrativa. Él ha vivido casi toda su vida en ciudades provincianas: Concepción primero; Chilóe después, durante la dictadura; San Antonio por un buen tiempo, hasta que como profe no le daban pega en ningún lado y ya se había peleado con casi todos y de ahí se fue al Puerto con mayúscula, a Valparaíso. Esta vida de provincia o mejor dicho: esta vida de profesor con inclinaciones artísticas en provincia, ha sido uno de los aspectos que mejor se pueden percibir en su obra; todas, o casi todas sus narraciones suceden en pequeños circuitos provincianos.

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La obra de Mellado está circunscrita en la precaria vida de profes, de artistas y, peor aún, de los culturosos (una de las palabras favoritas del autor y que describe a los operadores culturales de escaso pelaje: “eso es típico de operador PPD”, dirá a modo de ejemplo). “He sido un escritor todo terreno que trabaja, que hace crónica, que le hace los discursos al dirigente de la constru que se está presentando a algún cargo menor, hace canciones para los rockeros locales. Eso fue lo que me tocó hacer. Y ser despreciado por el mundo oficial. El arte, la producción cultural en general, fue siempre secundarizada”, explica.

En Llolleo, hace tres años, en un preuniversitario que les prestó un profesor comunista, un grupo de narradores, poetas y editores –puros culturosos de provincia– entre los que destacaban Mario Verdugo y Claudio Maldonado por el Maule; Rojas Pachas por el Norte y La Frontera; el magallánico Óscar Barrientos y el propio Marcelo Mellado camiseteado por el puerto del chupete Suazo, crearon un colectivo denominado de los Pueblos Abandonados. La idea nace inspirada en el concepto de Cortázar, de la joda, que sería según Mellado, simplemente el webeo. Y como dice el dicho: “entre webeo y webeo, la verdad se asoma”, estos olvidados le agregaron un concepto crítico.

En el manifiesto del grupo dice que buscan “una nueva voluntad de escritura, centrada en la independencia y las autonomías locales, y que pretende ensayar la reescritura territorial como registro de estas prácticas, se propone como una poética que le hace frente a la ofensiva canónico institucional que las políticas culturales de la derecha y de la concertación han promovido”.

¿Cuál es la idea detrás de los Pueblos Abandonados?

Eso está bien explicado en el manifiesto, que parte diciendo “un fantasma recorre la república”, parafraseando el Manifiesto Comunista de Marx y Engels, que dice “un fantasma recorre Europa”, y el fantasma es la política. Ahí se hablaba del martinrivismo, concepto que acuñó Óscar Barrientos, y que alude a esa anécdota en la novela de Blest Gana, en que el protagonista, una especie de Carmela que viene a hacerse a la ciudad, a trabajar, pero en la novela no se dice bien cuál es la razón porque Rivas llega a Santiago. Eso es como nebuloso, hay algo de una deuda, pero más que una deuda monetaria, él viene a cobrar un favor. En Chile el favor es una deuda. Y ahí, en esa deuda, está el origen de la putrefacción de la República.

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¿Cuál es el fin de este colectivo?

La estrategia es una postura crítica que recobra más por una voluntad de archivo que por continuidad histórico-cultural las viejas prácticas de las escuelas literarias de las vanguardias artísticas. Es también una astucia para la ampliación del campo cultural, como si fuera un campo de batalla, una manera de decir: “oye, ¡aquí estamos!”. Es también una pataleta.

Ustedes “proponen la precariedad, el desamparo, como registro de identidad”. Reconocen la mala situación de los territorios extra santiaguinos y la eligen como discursiva.

Yo aprendí a vivir precariamente, lo que es una astucia, pero tiene que tener un componente de diseño muy brutal porque al lado está la depresión, lo miserable. Vivir precariamente no es miserable, pero no se lo recomiendo a nadie porque no sé todavía si lo he logrado. Pero desde el punto de vista político-cultural, sobretodo en este país que es brutalmente arribista, donde las clases dirigentes son asquerosamente no empáticas, miserables. En la provincia hay una estética de la precariedad, una poética, y ésta, incluso, tiene cierta productividad que obviamente es un discurso que va totalmente en contra del proyecto neoliberal de desarrollo.

¿Qué pasa con la clase media?

Ese es un tema no menor. Ahora estamos trabajando en un proyecto para terminar con el duopolio en Valparaíso y hemos tenido que aliarnos con el cuiquerío, claro uno tiene que aliarse con los que tiene que aliarse. Y esto es bastante paradojal: muchas veces los pobres no son lo más aliados. Eso en San Antonio ya me pasó, con los más pobres hay sintonía, como con los pescadores, pero las clases medias de los pueblos chicos y abandonados son los peores enemigos, son los martinrivistas, son los yanaconas. Ellos quieren el mall, quieren el consumo, quieren el McDonalds, y uno puede entender por qué.

chi2¿Cómo se hace para que esta literatura producida en los márgenes no se quede ahí y tenga cierto efecto?

La legitimidad de esa práctica tiene que ver con estrategias de sobrevivencia y de producir obra, que ocupe lugar en el campo cultural. Hay que ser muy fino en el diseño de estas estrategias, porque si no caes en el margen justificatorio, donde vives de modo miserable porque no tienes estrategias. El típico poeta sobreviviente de Valparaíso, que está lleno, porque ahí se pude vivir miserablemente pero bien; tení espacios, hay tribus.

Volvemos a algo recurrente en tus textos: “los poetas son como ratas”.

(Risas) Ahí hubo una estrategia perversa de mi literatura: pelar a los poetas. Es divertido cuando uno habla de estas cosas en otra parte, en México decíamos “la poesía en Chile es una lata”, hablando de Neruda y Parra que son considerados cánones. De Neruda decir que era política cultural del Partido Comunista, “que era un invento”, eso es rebajar a los poetas. Fundamentalmente la poesía en Chile es un método de sobrevivencia de ciertas capas clasemedianas –haciendo una reducción ridícula, obviamente–. Por supuesto, la estrategia es decir cosas absurdas y luego fundamentarlas; varios poetas cayeron en el juego y terminamos en unas disputas estúpidas. Porque, claro, si uno tira una frase como esta y alguien engancha, hay claramente síntomas de locura. Era un juego de generalizaciones.

Pero algo hay

En la artificialidad hay una estrategia de sobrevivencia, que uno puede rastrear en la literatura renacentista, done el pícaro es un poco eso: un engañador, un poeta, un sobreviviente. Es como una estrategia peñera, jodíamos con el tema de la peña, “chuu, viene un tipo a recitar”. Jugar con esos cánones que nos impuso la resistencia cultural.

Hace poco, en Viña, en un lugar muy raro con una amiga cuica – a todo esto, a uno lo exhiben como bufón, “tu erí artista” te dicen – había un tipo que iba a recitar. Le dije a mi amiga: “Te apuesto que va a recitar La casada infiel” y partió: “Y que yo me la llevé al río/ creyendo que era mozuela, / pero tenía marido, etc”. La idea de cultura que existe en provincia, en las municipalidades, tiene que ver con solemnidad. Una vez llevé a Germán Marín a San Antonio, y él con ese vozarrón me dice: “huevón a la wea que me trajiste, a una velada artística, qué humillante”. En ese sentido, una de las claves dentro de los Pueblos Abandonados, y que lo aprendí siendo profesor en liceos rudos, es estar siempre atento a lo que viene de la galería. Cuando uno está en un acto en el gimnasio y el profesor sube al estrado y va a decir una serias palabras, empiezan los murmullos de atrás, de la galucha, ese mundo a mí me falta mucho. Esa cuestión de tener siempre ojos en la espalda, la mirada crítica, de no creérselas nunca es fundamental, porque cuando empiezas con la solemnidad, tú te mueres.

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