Destacados, Entrevistas, Portada — 11 diciembre, 2015 at 11:01 pm

Antonio Gil escritor, heterodoxo y plebeyo: “Soy un convencido que la ciudad nace alrededor del cadalso, de la horca”.

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Texto y Fotos: Daniel Rozas

 

Antonio Gil nació en Santiago en 1954. En otro mundo. Una ciudad donde la comuna de La Florida era aún campo y no la aberración inmobiliaria con pretensiones de suburbio gringo que es hoy en día. Gil cuenta que se educó en el Instituto de Humanidades Luis Campino y que luego tuvo un intempestivo paso por la Facultad de Periodismo de la Universidad de Chile pero no quiso titularse por un conflicto con el decano. “¿Te imaginas lo que era estudiar periodismo en dictadura?”, pregunta.

Actualmente se gana la vida como publicista y escribe semanalmente en varios medios de prensa chilenos como Las Últimas Noticias, El Centro de Talca y la revista del Cajón del Maipo, Dedal de Oro, cuyo director es nieto de Juan Emar y Eduardo Barrios. También es conocido por su prolífica producción ficcional que incluye títulos como el poemario Mocha Dick (2006) y la novela Retrato del Diablo (2012) entre otros.

Nos juntamos al mediodía con Gil en su segunda casa: el restaurante capitalino Tomate Palta Mayo donde los garzones lo reciben con la cordialidad que se merece un cónsul de la Casa Real de Portugal para la Argentina y Chile.

Lo primero que destaca a la vista del aspecto de Antonio Gil es su barba tipo capitán Ahab con efluvios de nicotina coronando la columna de hiedra blanca.  Tampoco destiñe su sombrero panamá negro ni sus anillos en cada mano –refulgentes a más no poder- ni esos pecaminosos ojos azules dilatados que denotan algún exceso provocado por su inveterada propensión a la gula, la bebida y la lujuria.

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Gil saluda con mano firme y sonríe maliciosamente, tira un chiste al mozo, bebe un sorbo de su Coca Cola con dos hielos y limón, lubrica la garganta, y afirma rotundo:

 “Vinimos a hablar de la ciudad. Gran tema. Convendrás conmigo que hablaremos de un asunto muy complejo y que se puede tomar desde miles de lugares pero me parece una muy buena reflexión para comenzar esta charla”.

Así, mientras llama al garzón para que baje la espantosa música que emana de un lugar que está semi vacío, tomando una pausa para encender un Kent rojo, prosigue:

 “Yo te diría que lo más importante es que la ciudad es un artefacto construido sobre el campo. Eso nunca lo olvido. Durante años me he preguntado cuál fue el punto central. Es decir, ¿dónde está el inicio de la ciudad? ¿Será acaso como afirmaba Kavafis en su inmortal poema?: «La ciudad irá en ti siempre/ Volverás a las mismas calles/ Y en los mismos suburbios llegará tu vejez/Pues la ciudad es siempre la misma»”.

La Ciudad

Antonio Gil dice que siempre recuerda el episodio cuando Pedro de Valdivia mandó a llamar a Pedro de Gamboa y le dijo: “Te daré la posibilidad de ser inmortal y que tú nombre viva para siempre”. Y Gamboa respondió: «don Pedro, debo recordarle que yo soy albañil, no alarife. Yo sé cómo levantar construcciones pero no como trazar ciudades»”.

Gil asegura que Santiago fue trazado por un albañil que cobró su sueldo en sacos de chuchoca.

“Pedro de Valdivia le mandó a decir a sus capitanes que los quería formados a las seis de la mañana porque tenía que darles una noticia. Valdivia salió de su tienda, con toda su armadura puesta (peto de malla, espada larga, espada corta y puñal), y montó en un caballo y dio tres grandes vueltas al galope. Luego se bajó del animal y anunció perentorio: «He resuelto fundar aquí una ciudad. ¿Hay alguien que se oponga? Acto seguido, le dio de beber agua de su casco a cada uno de sus soldados y con una rama los santiguo»”.

En ese momento se produjo el acto mágico: la fundación de la ciudad.

Antonio Gil sonríe con maldad. Se sabe un plebeyo ilustrado –como se autodenomina- y goza con entusiasmo del pasmo de su interlocutor. A esas alturas el restaurante ya comienza a llenarse, y las voces de los comensales suben en intensidad dificultando la conversación.

¿En torno a qué espacios se levanta la ciudad?

Personalmente soy un convencido que la ciudad nace alrededor del cadalso, de la horca. Ése es el punto central: el lugar a donde iban los campesinos a ver cómo se ejecutaba el ejercicio de la justicia. La otra posibilidad sería pensar que las ciudades se han ido construyendo alrededor de ciertos oficios y artesanías que se eran indispensables para el trabajo agrícola. ¿Quién afilaba los arados? Porque recuerda que los arados se hacían en caliente. Esto lo sé porque yo acompañaba a mi padre a llevarlos para que los afilaran. Y te estoy hablando de La Florida cuando era puro campo. Por eso conozco perfectamente cómo se instala la ciudad sobre el campo. A veces tú pierdes la memoria del campo, pero el campo sigue ahí como una especie de remanencia fantasmal.

Antonio Gil toma y obliga. Pide unos crudos al garzón y dice que la mayonesa del local es la mejor de Santiago.

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-Cuéntame de la urbanización

Bueno, eso es un tema aparte. En el caso de la urbanización española se aplica el principio del cuartel militar romano con un orden preciso,  exacto. A diferencia de los griegos, las espadas del campamento romano estaban a diez pasos de donde dormía el jefe. El otro establecimiento que también se puede usar como analogía para ciertas formas es la del pensamiento. O sea, tú siempre puedes imponer un criterio sobre la realidad. O hacer como los griegos,  que adaptan el pensamiento a la realidad. Yo creo que la ciudad tiene mucho de pensamiento.

-¿Y qué lugar tiene la memoria en todo esto?

Yo creo que la ciudad crea una memoria común que tiene dos aplicaciones. La primera es la ciudad construida según los griegos. En cambio nuestras ciudades son en un cien por ciento construidas como los campamentos romanos. Y El Damero de Pizarro es una cosa absolutamente chilensis (El Damero de Pizarro se refiere a la zona que constituye el centro histórico de la capital) por lo menos en lo que respecto a la plaza central.

-¿Qué lugares desconocidos tiene la ciudad?   

Hay un pueblo que estaba dentro de Santiago que se llamaba San Juan y que era una conurbación. Era un pequeño pueblito que se formó a partir del campesinado de los inquilinos de Don Ricardo Lyon y que estaba situado a la altura de Hernando de Magallanes. Concretamente en calle Renato Zanelli. Y ese campesinado se convirtió en masa industrial gracias a las malterías que se instalaron ahí. Entonces, la ciudad surge como paso superior del campesino al trabajador industrial. Ahora va quedando muy poco pero si tú vas aún puedes identificar ciertas fachadas que son del pueblo.  

-¿Y en base a qué se construye la ciudad chilena?

Siempre en torno a una base productiva. El principio es que se puebla un lugar donde hay una importante producción de cereales o de lo que fuere –puede ser un puerto o una mina- que requiere de la ciudad.

También es importante recordar que Benjamín Vicuña Mackenna rodeó la ciudad con un cinturón de hierro, esto es, un sistema de tendido ferroviario que se conformaba por las siguientes estaciones: Plaza Italia, San Eugenio, Franklin, Estación Central, Matucana y Yungay. Por eso hay algunos arquitectos y urbanistas que dicen que el espacio que se produce del Parque Forestal hacia arriba fue por donde se escapó la ciudad con posterioridad a Vicuña Mackenna.

Santiago se escapó del cerco de hierro y se constituyó Providencia. Luego hay que agregar que Providencia es una cosa relativamente nueva porque antes todo era Ñuñoa. Una comuna inmensa que albergaba Las Condes, Providencia y La Florida, incluso. Retomando lo anterior, es la figura de Ricardo Lyon –que era un magnate ilustrado- quien leyó los principios de un filósofo norteamericano  que planteaba el principio de la ciudad jardín y que consistía en la idea de que el campo debía invadir la ciudad. Es decir, debía existir una suerte de entrecruce donde el campo penetraba la ciudad. Y el señor Lyon aplicó ese principio en el caso de Providencia.

El gallinero lineal

-Se suele decir que Chile es un pasillo sin salida. Un gallinero estrecho que está sitiado por los cuatro costados. Por el Norte: la frontera con Perú y Bolivia; hacia el Sur: el fin del mundo; al Este: la cordillera minada con bombas antipersonales y por el Oeste: el Pacífico. ¿Cómo lo ves tú?

¿Te conté la historia de Borges?

-No.

Estaba almorzando solo en el Hotel Dora en Buenos Aires a las doce del día y de repente veo que el  otro comensal es Jorge Luis Borges. ¡Casi me morí! Me paré a saludarlo y le dije:

-«Don Jorge Luis, yo no lo quiero molestar, simplemente quiero presentarme y darle gracias por su obra.

-¿Cómo te llamas vos?, che, me respondió.

-Antonio Gil, le dije.

-Ah, por el acento veo que eres chileno.

-Sí, soy chileno.

-Ustedes los chilenos tienen un problema.

-¿Y cuál sería?

-Son un país que tiene solo dos puntos cardinales y por eso son lineales».

Gil dice que hasta el día de hoy la respuesta del autor de Historia Universal de la Infamia lo persigue como un espectro. “No te puedes imaginar la cantidad de respuestas que he imaginado con respecto a esa invectiva. Puede ser cierta o no. Pero es muy borgeana”

Educación sentimental

Antonio Gil termina el plato y pide dos expresos dobles. “Ahora se viene la sobremesa”, dice con humor. Los oficinistas del sector ya han vuelto al trabajo, y hemos quedado en silencio.

Gil cuenta que el Santiago en el que se crió era una ciudad partida en dos; con una desigualdad brutal. Según el escritor existía un verdadero abismo entre las clases y que la pobreza era inmensa.

-Dame un solo ejemplo

Adultos descalzos.

-¿Adultos?

Sí, no estoy hablando de los niños del Mapocho. Te hablo de adultos descalzos. Eso me provocaba una gran angustia. Lo que pasa es que los zapatos eran muy caros y Santiago era un lugar de mucha escasez y donde había muy poca posibilidad de elegir. Era una ciudad tan primitiva que la gente andaba vendiendo leche de burra por las calles. Pero lo otro que era maravilloso era que en la época de los santos, en los meses de invierno, era la temporada de los pavos. Entonces veías a tipos arreando veinticinco o treinta pavos con un fierro largo por las calles de la capital. De hecho, pasaban por el frente de la casa de mi abuela y con un gancho dirigían el rebaño para que no se les arrancaran los animales. Una imagen totalmente surrealista.

-Cuéntame del Centro

Una cosa muy importante de la ciudad que me tocó fue que el centro era un lugar vivo. No era solamente un espacio donde la gente iba a trabajar. Muchísima gente vivía en el centro y habían lugares que estaban abiertos las veinticuatro horas.

-Me interesa saber qué tipo de personajes que poblaban el centro de Santiago. ¿Eran como los del Paseo Ahumada de Enrique Lihn?

Habían personajes que eran parte del folclore urbano. Ellos mismo se inventaban. Yo te diría que el último fue El Gloria al Pulento, que murió hace poco. Era mecánico y tenía una enfermedad con la cual no se podía quedar quieto. Pero había muchos otros personajes característicos. Por ejemplo, había uno que vendía el diario vestido de Piel Roja. Y otro que se disfrazaba de Rambo. Era una ciudad más extravagante donde había espacio para lo excéntrico. También recuerdo que en la Plaza de Armas había un viejo alto que se paseaba con una banda presidencial y que se dedicaba a cambiar sencillo. Era un cambista. Y te juro que tenía facha de presidente.

¿Y cómo eran los cines de Santiago? ¿Los frecuentabas? Raúl Ruiz y Gonzalo Millán  siempre hacían alusión a esos lugares como espacios mágicos de su juventud.

Efectivamente. Había mucho cine de barrio. Y era maravilloso. Ahí alcancé a ver las últimas películas que eran seriales. Ésas que llevaban el continuará la próxima semana. Recuerdo especialmente el Teatro Regina que era un cine que quedaba en Vicuña Mackenna con la calle Passy.

¿Y qué rol cumplía el cine en tu formación sentimental?

Para mí era fundamental porque todos los días miércoles iba al cine. En esa época se iba al colegio los mediodías del sábado. Entonces mi abuela (que me quería mucho y fue una persona fundamental en mi vida) me llevaba los miércoles al cine.

¿Qué películas veías?

Mi abuela me llevaba a ver todas la películas de Joselito que eran un horror. Espantosas, igual que las de Marisol. Y en alguna época me llevó a ver una serie de tres o cuatro películas de animación japonesa que eran extraordinarias. Y mi nana me llevaba a ver películas mexicanas al Cine Portugal que quedaba en Diez de Julio. Y ahí daban cinco películas de corrido. Entonces sucedía que las películas que pasaban en los cines del centro eran compartidas. Es decir, cuando se terminaba el primero rollo y el cojo sacaba el segundo,  partía un tipo en moto con el primero rollo a dejarlo a otro cine de la capital. Y por eso las películas corrían por las calles de Santiago.

¿Y cómo eran las galerías del Centro?

Yo creo que eso es súper importante. O sea,  es esta ciudad que rompe El Damero superficial de las calles y se interconecta. En el fondo, lo que hacen las galerías comerciales del centro es pasar por la chacra del primer tipo que recibió ese cuadrado. Entonces las galerías son un pasillo que pasa por encima de la chacra del vecino que recibió su casa desde la época de La Colonia.

¿Qué lugares auraticos tiene Santiago para ti?

Yo tengo la sensación de que hay lugares de la ciudad donde el tiempo está detenido. El otro día descubrí un sendero en el cerro San Cristóbal que ya existía cuando llegaron los españoles. Es decir, es previo al siglo XVI. Y pasa por debajo del funicular. Es un camino de cintura que tiene el cerro. Pero en el fondo yo creo que los lugares se van cargando de sentido en la medida que uno los habita y que tiene cierta memoria de ellos; en la medida que se hacen tuyos.

Por último. ¿Leíste El Santiago que se Fue de Oreste Plath? O mejor dicho: ¿Conociste alguno de los bares que se mencionan en el libro como El Iris o El Bosco?

Sí,  El Bosco era una maravilla porque cada escritor tenía su mesa, su coro y corte. Y entrar en la corte de determinados autores era prácticamente imposible.  O sea,  te podían echar cagando, y como yo era muy pendejo, me sentaba en unas mesas medio ambiguas, medio neutras, de viejos que trataban de construirse un una corte y un status a imagen y semejanza de la que tenía Teófilo Cid.

Antonio Gil cuenta que cuando se cerró El Bosco él fue el último día a tomarse un café. “Me tomé el último expreso de El Bosco y lo hice como un gesto de despedida a un tiempo que se fue”.

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