Portada, Textos — 20 abril, 2016 at 1:27 pm

Anotaciones sobre un viaje con Leopoldo María Panero a Santiago de Chile (noviembre de 2004)

by
Por Bruno Montané Krebs
Fotos de Héctor Labarca Rocco

“Si hay luz, no hay dinero ni pistolas.”
L.M. Panero

 

UNA NOTA ONCE AÑOS DESPUÉS
Escribí estas anotaciones en un lapso de tres o cuatro días. Las primeras las escribí en el aeropuerto de Las Palmas de Gran Canarias, esperando el avión a Barcelona, poco rato después de haberme despedido de Leopoldo María Panero, que acababa de subirse a un taxi que lo llevaría de vuelta al hospital psiquiátrico. El viaje a Santiago fue muy intenso. Estuvimos exactamente una semana, llegamos un domingo y volamos de vuelta a España el domingo siguiente. Aún recuerdo la sensación de rara felicidad que transmitía un Panero que aseguraba que Chile le gustaba porque lo dejaban mear en cualquier parte sin gritarle “¡guarro!”, como a menudo le había sucedido en España.

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El encuentro de poesía al que le había invitado Roberto Brodsky y Cristian Warken, absorbió la atención de Leopoldo. El poeta se sintió integrado a una variopinta comunidad de poetas y buenos versificadores. Recuerdo a Rodolfo Fogwill abrazando a Leopoldo y besándole en la coronilla, leyendo los poemas de Panero después de que, urgido por las exigencias de la próstata, Leopoldo interrumpiese la lectura para irse al baño. Recuerdo a Parra en el balcón de su casa de Las Cruces pidiendo que le explicaran lo que Leopoldo acababa de decir: “oye, Parra, a ver si escribes un prólogo para un libro mío que se va a publicar aquí en Chile”. Y un rato después, un poco cabreado porque los demás atendíamos fascinados a lo que Parra nos decía: “a ver si ya os ponéis de acuerdo y hacéis un sindicato para torturar a Panero”. El final de la visita lo marcó chistosamente el antipoeta, jugando al escondite y saliendo de improviso para hacer una alegre morisqueta de despedida, mientras el auto de Warken se alejaba de la casa de Nicanor, llevándonos de regreso a Santiago.
Las siguientes anotaciones intentan, no con poca modestia y sobre todo muy fragmentariamente, contar algunas cosas que vi, pensamientos que Leopoldo me contó –y que seguramente ya había expresado a otras personas–; en fin, gestos, frases sueltas y enigmáticas, escenas en la senda de un viaje. Una mirada encarnada desde el papel de “enfermero loquero”, la visión de un secretario de viaje y, sobre todo, de un fugaz amigo.

NOTAS EN 2004

Consignas-chistes de Leopoldo María Panero, habitualmente hechas en el ascensor:
   –“¿Y la virgen?”
Entonces tenías que contestarle:
    –“Era una bueeena mujeeer”.

Otra:
    –“¿Y la familia?”
    –Bieeen, graaacias”.

L.M. P.: chistes, salidas paranoico-políticas –suaves quejas o llamadas de atención que parecían sospechas sobre el estado general de la vida en este planeta–.

El primer día que estábamos en Santiago llamó a la mujer con quien tuvo un hijo, que se llama Gedeón. En un poema que le dedica veo cómo se escribe el nombre de esa amiga: Marava. “Brindemos con champagne sobre la nada…” (Poemas del manicomio de Mondragón, 1987).

Esquizofrenia y capitalismo, de Deleuze y Guattari. El libro estaba en el maletín de Panero que apenas parecía haber abierto durante el viaje, un bolso de lona roja de considerable peso en el que también guardaba sus gafas, el tabaco –por lo menos seis cajetillas–, unas fotocopias de Cadáveres exquisitos, que estaba escribiendo con Félix Caballero –un chaval de Canarias, creo– y otras copias de un trabajo que alguien ha dedicado a su obra. En el maletín también había un libro sobre métrica poética. Éstos son los únicos títulos que recuerdo, aunque en el maletín por lo menos había 10 libros. Leopoldo lo cuidaba como si hubiese sido su tesoro o el botín de su vida.

Me llama La Duros. Yo le digo que él es La Pesitos. Se ríe después de aclararle que no le llamaba La Besitos. Su conmovedor ego esquizoide aplicado al dinero. Cansado, viviendo en su hotel-prisión y quejándose un poco de ello. “Yo no estoy loco”.

“Tú y Brodsky sois un poco ingenuos”. Cuando le preguntaba por qué decía que éramos ingenuos, obviamente contestaba con evasivas. Ingenuos, pienso, por no darnos cuenta de su reconocimiento en España.

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“Yo no sé por qué me echan la culpa de ese golpe de Estado contra el rey por haberme creído el Anticristo en Barcelona”. Una de las tesis centrales de Prueba de vida.

“Me jode que te estoy tomando cariño”. Me lo confesó hacia el cuarto día, mientras desayunábamos en el hotel. Luego cada cual empezó a adoptar una prudente distancia, como si instintivamente hubiéramos caído en la cuenta de que, pasara lo que pasara, cada uno seguía su propio camino.

El bebedor (de Coca-Cola Light) y fumador compulsivo, el bebedor de agua mineral (su bebida chilena). Leopoldo dice que quiere proponerle a la Coca-Cola un anuncio publicitario en el que aparecería bebiendo mientras una voz anunciaría: “¡El monstruo que hace gluglú!”.

Cuenta chistes y canta canciones. Recita a poetas franceses, ingleses y españoles. Aunque muchas veces repite esas citas, la sorpresa siempre las hace parecer sorprendentes, como si citara para interlocutores siempre nuevos.

Me contó que quería irse a vivir a un piso, alquilarlo, tener una sirvienta. También dice que quiere tener una editorial de libros de ocultismo. “Si yo no estoy loco…”

Panero dice que su mejor libro, o el que más le gusta, es Prueba de vida (Autobiografía de muerte).

Las risas inagotables de Warken y Brodsky. Brodsky se equivoca en la salida hacia Las Cruces y Cristian le hace bromas. Vamos a visitar a Nicanor Parra.

Recita muchas veces el poema Réquiem: “Yo soy un hombre muerto al que llaman Pertur…” (primer poema de El último hombre, 1983). En el hospital siquiátrico de Canarias escuché que sus compañeros también le llamaban Pertur.

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Cada vez que lo entrevistaron procuré dejarlo solo con el periodista. “Nunca he creído en la psiquiatría”. La primera vez que dijo esta consigna fue en la muy buena entrevista que le hizo Leonardo Sanhueza. Por otra parte, suprimir la medicación era una negociación que hacíamos a cuento de las entrevistas, porque había pastillas que le relajaban demasiado, lo cual hacía que al hablar apenas farfullase. Adoptaba la claridad del declamador que habla entre dientes, siempre con la voluntad de hacer una declaración poético-política.

Como si no hubiese sido capaz de acordarse del asunto, siempre quería asegurarse de que yo le acompañaría de vuelta a Canarias. También me hizo esa pregunta en Barajas a las 7 a.m., cuando volvíamos de Chile. El policía de la aduana revisó su pasaporte, se lo devolvió y, mientras Leopoldo pasaba por el lado de la cabina, el policía giró la cabeza para mirarle con un gesto muy extrañado (una mirada humana, no profesional). Minutos después un tipo de barba me preguntó si Leopoldo era L.M. Panero. Le respondí que sí. Se dirigió a él y le contó que había seguido su obra y que lo respetaba mucho. L. habló orgulloso de sus colaboraciones en el diario Egin. Luego el tipo me preguntó –un poco en voz baja, como si disimulara– que si Panero estaba bien de salud, creyendo que L. no nos escuchaba a pesar de estar sentado a menos de dos metros.

Lo llamo al manicomio y me dice que padece cansancio de sí mismo. Insinúa que no puede escribir poemas solo y me da entender que de verdad cree en ese libro que ha escrito con F. Caballero, el libro que quiere que Parra le prologue.

La sensación de que Leopoldo ha regresado a una cotidianidad en el fondo deseada. El viaje le gustó, el reconocimiento que recibió (“Claro que me acuerdo de Chile”); pero parecía no querer perder la seguridad de su internamiento. En algún momento mencionó la palabra inercia, la del interno que padece y consigue ambiguas ventajas de su internamiento y de la inercia de la psiquiatría, una parrafada conmovedora pero un poco críptica…; quizá una diferida llamada de socorro. Le recordé su proyecto de querer vivir en un piso, alquilarlo y vivir con una sirvienta, proyecto para el que no sé si tiene suficiente dinero.

Al final de una conversación telefónica me dice: “Te tengo que cortar porque tengo que ir a hacer la cama”. Me sorprendió este comentario, como si fuera un niño aplicado que no quiere que le den la bronca por no hacer algo que hace rato debiera haber hecho.

Último título de Leopoldo: El pájaro y la oruga. Luego en otra llamada menciona El hombre elefante. Hay que aclarar que hasta la fecha no ha usado ninguno de estos dos títulos.

La despedida. Estamos cansados. Nuestro vuelo de regreso a España ha durado más de 30 horas. Leopoldo toma un taxi que lo dejará en Triana. Le doy la mano y le pregunto si me permite abrazarlo. Acepta el abrazo y, sin mirarme, se sube al taxi. De repente siento una extraña aprensión –supongo que porque Leopoldo lleva bastante dinero– y se me ocurre anotar la matrícula del taxi. Días después, en una conversación telefónica, me cuenta que en aquel viaje en taxi había perdido una maleta, pero no pude saber si se refería a una maleta mía que no había llegado en el vuelo de regreso a Canarias y que días después recuperé en Barcelona, o si se refería a su maleta…

Escribo un texto sobre el viaje. De repente tengo clara la imagen de Leopoldo María tirado en la gigantesca cama del hotel NH de Santiago, durmiendo y roncando, rodeado de ropa desordenada y de un cenicero llenísimo de cigarrillos a medio fumar.

Leopoldo cuenta que como epitafio quiere una lápida donde sólo aparezcan las figuras de un perro y un sol.

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