Destacados, Portada, Textos — 16 agosto, 2019 at 4:24 pm

Una máscara en la maleta

by
Por Bruno Montané Krebs – Fotos Héctor Labarca Rocco

Una modesta elucubración sobre un fondo mítico

Aquí, para comenzar, debemos expresar la incertidumbre acerca de una sospechosa cuestión: que el poblamiento de un territorio pueda ser mucho más que la silueta carnal -oculta y ósea- de seres que en distintas y variadas épocas hayan llegado a vivir en el misterio natural de un paisaje (y comenzamos por aclarar que la palabra ‘misterio’ puede ser tan ambigua como la palabra ‘mito’). Paisaje humano, lo llaman a veces, y a uno se le ocurre discurrir que es probable que, al fin y al cabo, este sea el único que vale, que es lo único que, si se trata de hablar de la noción de mito, entra en tensión con este, se vuelve posible y acaba volviéndose real. El mito congrega esa masx3figura retórica y empecinadamente positiva que alienta la noción de exaltación y, además, nos regala y suma la ironía -esta siempre debidamente soterrada, pero no por ello menos crítica y siempre proclive a toda clase de resistencias-. Pues queda claro que lo que en Chile se piense de sí mismo es, más o menos, lo que cada uno de sus habitantes cree y/o piensa sobre ese asunto mítico e ideológico -y con este último tema siempre saltan las alarmas-. Aquí el plural de una colectividad variada y al mismo tiempo singularizada mediante la existencia de cada uno de sus habitantes -obviando el constructo social-jurídico de la ley que somete y trabaja con el supuesto de defender a cada uno de los habitantes de tal territorio dado, en este caso Chile- viene a ser el tema que afianza o diluye la imagen de identidad, conciencia nacional, soberanía, y, también del mito, como aquí nos empecinamos en elucubrar.

En este punto, copio (y advierto) una definición bajada de la Red y que me parece aclaradora: «Mito. Historia imaginaria que altera las verdaderas cualidades de una persona o de una cosa y les da más valor del que tienen en realidad». Una vez leída esta definición, hay que reconocer que el individuo que la redactó es una persona bastante incrédula; sin embargo, para el caso, es lo que interesa. El tema apunta a aquello que, sacándonos una vez más de la manga el terminajo, se ha venido nombrando como imaginario. Esa «historia imaginaria que altera las verdaderas cualidades de una persona o cosa» parece encarnar un sintagma que se las trae y que pone en tensión la percepción, el lenguaje, las pesadillas y las buenas nuevas vividas y protagonizadas por las personas de un territorio que se viene llamando Chile. A partir de aquí la cosa se complica, pero por otro lado esta estratigrafía conceptual pone en evidencia o juega a mostrar modelos conceptuales (o caricaturas serias del pensamiento) que pueden explicar algunas cosas. En este punto se cumple una precisa, o siniestra, función social de aquello que cierto señor europeo y economista del siglo XIX definió como máscara.

masx1La máscara debe ocultar lo que no queremos ver

Pensemos en dos maletas. Una es más grande que la otra. Supongamos que una contiene el mito y es más grande que aquella que contiene la máscara. Metemos la máscara en la maleta mítica. Ahora todo está listo y tenemos que ver qué pasa. Viene la ideología y agarra esa maleta, se da un paseo, suelta algunas consignas -pero más bien gruñe en una frecuencia muy baja, casi imperceptible, un rumor o zumbido que «en realidad» amenaza con volverse persistente-. Un rato después, la ideología se decide a abrir la maleta, agarra la máscara y se la pone. En ese instante el viejo economista se da un revolcón en su tumba londinense, un movimiento de lucidez y reconocimiento que cruza el sangriento aire del siglo XX, siglo de desarrollo y expolio económico, golpes de estado, bombardeos, tumbas y cenizas.

Recapitulación de la escena: el ente conceptual que hemos llamado ideología se ha puesto una máscara. ¿Qué significa esto? Una máscara cubre su rostro, sin embargo, ante esta escena un observador lúcido se haría algunas preguntas. ¿Por qué se ha puesto la máscara? ¿Qué quiere o pretende ocultar con ese gesto? ¿Hay alguna pulsión festiva en ese acto que a todas luces no parece nada gratuito? Sí, de acuerdo, podríamos seguir formulando preguntas hasta que el redactor y el lector de este texto pierdan la paciencia.

La metáfora del mito de Chile -o de cualquier otro país- también nos invita a imaginar la del cajón de sastre. Pero esa es otra historia. ¿Es otra historia? La ideología -considerada como otro mito ruidoso e incólume- lleva máscara y anda por ahí, abriendo y cerrando los cajones de sastre de un montón de mentes y así llamadas culturas nacionales, y, como es de suponer, Chile ni nadie se libra de ella. Tampoco yo, chileno que creció lejos de su país y de su mito.

 

 

admin

Comments are closed.

shared on wplocker.com