Destacados, Portada, Textos — 10 marzo, 2020 at 4:59 pm

Risa al fin

by
por Milagros Abalo

Cuántas veces se acaba el mundo sin que se acabe en realidad. Cuántas fechas quemadas, cuántas ceremonias en vano, cuántos túneles, cuevas, sectas, cuántas muertes antes de la gran muerte. El fin del mundo existe en la imaginación, nunca llegaremos a enterarnos de él, porque no hay fecha ni hora ni día señalado, salvo para Hollywood, ese gran creador de fin de mundos. Si el fin ha de ser, no alcanzaremos a decir ni pío, todos/as por igual, lo que es un gran alivio. Nada en realidad sabemos del mundo; apenas suponemos su comienzo, menos su final y ante tal incertidumbre creo que el mundo empieza a terminar el mismo día en que se nace. “El fin es el comienzo que nace sabiendo”, escribió William Burroughs. Desde entonces se acaba siempre y en cada uno de sus desconocidos movimientos, vive agonizando y la posibilidad del fin siempre está, aunque no debe vivirse como una desdicha sino como la condición intrínseca de estar acá, en el mundo.

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Cuántas veces no se ha acabado ya el mundo en Auschwitz, en Dachau, en Treblinka, en Hiroshima, en Nagasaki, en Chernóbil; En Pisagua, en Villa Grimaldi, en Colonia Dignidad, por nombrar algunos de los lugares donde se le ha puesto fin. En la soledad de esos nichos oscuros que las manos de los hombres han creado y cavado. ¿Ya no vivieron el fin del mundo esos corazones que han sido protagonistas y testigos de tanto horror y sobrevivieron quedando rotos para siempre, endurecidos para siempre? Con qué palabras se sigue, con qué imágenes, con qué idea del hambre, del hombre, ya lo decía Sor Juana: “Hombres, si es que así se os puede llamar, siendo tan brutos”. Cuántas veces se puede acabar el mundo y volver a empezar. Se desenfoca su imagen. Desaparecen imágenes y aparecen otras. El fin del mundo es olvido.

“Hoy se habla del fin del mundo”, le comentaron en una entrevista del año 88 a la poeta uruguaya Marosa Di Giorgio y ella respondió: “Tonterías del hombre, tonterías que nunca se van a dar. Desde las cavernas, la humanidad está siguiendo un camino que no se va a cortar porque el hombre quiera. Vamos portando en algo”. Cerró con esa frase: “vamos portando en algo”. Por qué entonces tendríamos que ser nosotros los protagonistas de un fin que se ha pensado desde siempre. Cíclicamente.

El mundo que habitamos y pisamos vive muriéndose, nuestros pasos solo hunden más la tierra de esa tumba. En la gran tumba del fin no habrá flores. La sequía es quizás el comienzo de nuestro fin, pequeño agricultor, pequeño ganadero: rogativas por el agua. No más pinos. No más eucaliptus. Un grafitti en el Paseo Ahumada habla por nosotros: “No es sequía, es saqueo”. Nos ahogaremos en tierra seca, en polvo. Nada crece, los perros aúllan y el crujido de los árboles es un monótono y marchito lamento, el de una naturaleza ya sin tiempo y envenenada por la humanidad. La tierra está cansada y nerviosa ante tal depredación. Mira cómo arde la tierra, las llamas son tan grandes que el humo se puede ver desde el espacio. A propósito, unas líneas que Mark Fisher escribió: “El mundo no termina con un golpe seco: más bien se va extinguiendo, se desmembra gradualmente, se desliza en un cataclismo lento”. Dejémosla un rato que respire.

«No importan los finales, nunca han importado, igual que en los libros lo que importa es cómo imaginamos el camino recorrido.»

Ni entierros, ni sepultureros, ni ritos, ni rezos, ni rosas, ni voces, ni fotos, ni música, ni palabras, ni los huesos tendrán un destino, ni las estrellas guiarán a nadie, ni habrá antepasados a los que saludar; un velo negro cubrirá al mundo y no habrá alma que añore volver a su cuerpo. El infierno sería volver a la luz de cuatro soles que giran sobre las líneas punteadas de un mapa llamado mundo. ¿Y qué puedes decir de las afueras del mundo?

Tantas creencias, tantos malos entendidos, tantas preguntas: ¿Dios muere con el mundo? ¿Cuál de todos tus dioses? Tantos finales para tantos mundos ¿de qué mundo hablamos? ¿de esa pelota que gira en la antigua mesa del profesor? ¿El mundo que yo veo es el mismo que tú ves? A qué mundo le ponemos fin, ¿al tuyo o al mío? ¿bajo qué imágenes de qué pantallas vacías? Cada uno es su propio y pequeño mundo, un mundo que entra en contacto con otros mundos y que se acaba cuando ese cada uno se acaba, se acaba con sus palabras, las mismas que lo crearon. Se acaba con los ojos que lo vieron nacer y que luego se cierran. “Se anularán súbitamente las miles de palabras que han servido para nombrar las cosas, las caras de las personas, los actos y los sentimientos, que han ordenado el mundo, que han hecho latir el corazón y humedecer el sexo” escribió la autora francesa Annie Ernaux. Son tantas las formas de final como imaginaciones concibiendo ese final. No importan los finales, nunca han importado, igual que en los libros lo que importa es cómo imaginamos el camino recorrido. Un final puede pensarse como un comienzo, como la posibilidad de concebir las cosas desde otro lugar, un nuevo lugar, un nuevo mundo. Los finales obligan a moverse, a espabilar, activan nuevamente los cauces de la vida, sin esperar que amanezca.

r1Habría que imaginar más seguido que todo se acaba, que todo se desmorona, quizás entonces se vuelvan a abrir las preguntas que estaban cerradas bajo siete llaves de preceptos, de ideologías. ¿Quién dijo verdad? ¿Cómo lo dijo? ¿A quiénes? Lo que llaman verdad tendrá que hacer ayuno en la boca de los artistas que crearán con autenticidad, y con la exigencia de lo último, así de paso nos ahorramos tanta vana parafernalia.

Pensar en el fin ayuda a vivir más despojado del presente del mundo y de su ser contrariado, con el Yo a suficiente distancia para no marearse. La risa como sinónimo de alegría es un Rize contra la idea de fin, un gesto de resistencia, un contraveneno. La risa es desapego y hace más llevadero el peso de tener que lidiar todos los días con esta certeza, la única por cierto. Es pequeña nuestra humanidad, pequeño el paso por aquí y todavía creer que el futuro existe nos hace aún más pequeños. Frente a esa mezcla de inocencia y arrogancia, la risa otra vez, como el soporte para esta gran rueda que gira destemplada y caótica y ruidosa y en la que a cada uno le toca su vuelta o hasta por ahí nomás. El mundo gira pese a todo, pese a nosotros, y no queda otra que acoplarse con la mayor alegría a ese movimiento. La risa es un alma entregada, no puede ni debe pasar desapercibida, es acercamiento, serenidad, es interior en un mundo afanado por el afuera del like, es alegre humildad cuando las coordenadas de lo humano se pierden y caen al vacío. “En el último suspiro de alegría otra alegría”, escribió Clarice Lispector. La risa abre, libera, respira. En fin.

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