El Mito — 13 enero, 2015 at 8:56 pm

Paul Newman: El buscavida

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Por Cristián Rau

hustlerNo hay nadie como Newman.  Sobre eso no hay discusión.

Seguramente Paul Newman no tenía ni la frivolidad ni la potencia de Brando; ni la tranquilidad ni los dedos tatuados de Mitchum; tampoco  la grandiosidad y el poder de Welles; ni la expresividad y el camaleonismo de Peter Sellers; tampoco podríamos destacarle la locura e ironía de Jack Nicholson y, ni siquiera, la versatilidad única de De Niro.

Reconozcamos, como un axioma, que han habido actores más grandes y talentosos que Newman  pero insisto: no hay nadie como él.

La tranquilidad con que se movía frente a la cámara, la sonrisa pícara y la seguridad de que, aunque el mundo se desplomara frente a su  par de ojos azules, a la larga todo se le solucionaría. Aventurándome podría decir que la única persona con un carisma similar fue Marilyn Monroe. Según el maestro John Houston a  la rubia – a quien dirigió en The Misfists – la cámara la seguía; Marilyn se comía el teleobjetivo y lo hacía, según dicen, casi sin querer. Con Paul Newman pasa algo similar: cuando está en escena parece que los camarógrafos sólo están pendientes de él y el resto de los actores son un simple decorado. Ustedes, sabios, le llaman  «ángel» otros lo definimos, simplemente, como  Newman.

Ahora imagínese una película en que, tal vez, Paul Newman se despacha su mejor interpretación, la trama es exclusivamente sobre el pool, el secundario es el poderoso actor George C. Scott (“Patton” y “Dr. Strangelove”),  todos los personajes son ligera, o profundamente, alcohólicos y,  a todo esto,  súmele unos diálogos notables y una secuela maravillosa filmada décadas después por Scorsese con Newman como protagonista: esto es The Hustler (traducido como «El buscavidas»).

Eddie «Fast» Felson (Newman) se ha pasado la vida timando a inocentes y mediocres jugadores de pool con la vieja técnica de perder las primeras mesas para luego humillarlos y desplumarlos. Cansado de este fácil juego Eddie decide enfrentarse al mejor jugador de pool del país, el «Gordo de Minessota», un elegante jugador que no ha perdido una partida en los últimos diez años. Uno de los grandes aciertos del film es que este duelo ocupa la primera parte del film y sirve para describir las características de ambos oponentes: Felson es un pelmazo arrogante que cree sabérselas todas y, en cambio, el «Gordo» es un viejo zorro – que realmente se las sabe todas –  que gracias a una serie de artimañas logra desconcentrar a su joven retador y vencerlo en varios  partidas maratónicos dejándolo  sin niuno y con la moral por el suelo.

Eddie decide retornar a los bajos mundos a juntar el dinero necesario para volver a enfrentar al «Gordo». Deprimido, nuestro protagonista cae en un abismo de soledad, acohol y locura que se ve acentuada al conocer a una beoda compañera (interpretada magistralmente por Piper Laurie) y a Bert Gordon (George C Scott) un tipo dispuesto a todo por el dinero.

Como usted se podrá imaginar luego de este paso por el infierno, un viaje que culminará plagado de muertes y venganzas, Eddie «Fast» Felson junta el dinero necesario para enfrentarse a su rival y, lo más importante, logra entender que para triunfar el caracter es más importante que el talento.

Películas como esta hay varias:  destacaremos, al menos, «Fat City» –  sobre el boxeo – de un señor Houston  y «El Hombre del brazo de oro»- de drogas y cartas-  con un Sinatra que demuestra que su fama tiene algo que ver con el talento y no sólo los cagüines que tanto le gustan a Ellroy. El principal atractivo de este tipo de film tiene que ver con el morbo y la pasión que generan tipos de vidas a las que  los mortales comunes y silvestres, no suelen vivir directamente;  es decir aventuras donde el azar del juego y los bajos mundos llenos de apuestas, veneno alcohólico, muertes y, una que otra,  mujer fácil son el pan de cada día.

El otro gran atractivo, en este tipo cine,  tiene que ver con la creación de un ideario del «macho”- no piense en estupideces misóginas-  sino que en la creación de una ética masculina inquebrantable: una concepción heredada y compartida por los Marlow, los Ford, los Wayne, los McQueen y un largo etcétera.  Tal vez donde mejor se explica esta condición es en el diálogo entre Jack Nicholson y Sam Shepard, en «The Pledge» de Sean Penn,  en el climax del film, un demente Nicholson (era que no) le pide a Shepard su ayuda diciéndole: «tu tienes la edad suficiente para entender el valor de una promesa».

Este tipo de cine está en peligro de extinción, seguramente desde la muerte del western, pero a veces oímos a lo lejos sus inquietos estertores.  Incluso, el último gran héroe de los duros de verdad, es reciente, tenía una larga melena rubia, usaba lycras y lo interpretaba el viejo Mickey. El resto, como me dijeron hace poco, es proselitismo.

http://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=9jHrBSHc14E

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