Destacados, Portada, Textos — 9 octubre, 2022 at 12:56 pm

NEONORTINOS

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LITERATURA FRONTERIZA EN EL NORTE GRANDE

por Rodrigo Ramos Bañados | fotografías Samuel Salgado

El denominado norte grande es un territorio anexado a Chile tras la violenta guerra del pacífico o del guano. entendemos por el Norte Grande la zona geográfica que comienza en Arica y termina en la ciudad de Taltal. Las conexiones comerciales y la confinidad cultural, en este caso la literaria, nos permiten visualizar a otro norte, desde el punto de vista chileno, en los últimos quince años. Este territorio abarca el sur de Perú, incluyendo Arequipa y especialmente Tacna; además de Cochabamba, en Bolivia, y en menor medida Salta, en Argentina.

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Puede decirse que «Norte Grande» es un concepto acuñado después de la novela homónima de Andrés Sabella. La denominación ha sido cuestionada con el tiempo desde la literatura, como veremos más adelante, «porque el norte de Chile de grande tiene poco», escribió el poeta Luis Moreno Pozo, en una metáfora de desencanto.

El desarrollo del comercio, a través de tratados y carreteras, bautizó al citado territorio como la Zona de Integración del Centro Oeste de América del Sur (Zicosur). De esta manera, Zicosur se ha transformado en una palabra para catalogar todo tipo de actividades transfronterizas comerciales con un alcance que llega hasta Paraguay. En el área cultural de Antofagasta, por ejemplo, el apellido Zicosur lo lleva una feria del libro, un festival de teatro y un festival de orquestas. Hasta antes de la pandemia, la feria del libro era el principal evento cultural de Antofagasta, por su cantidad de asistentes y por el respaldo económico de la gran minería y del Estado, a través de financiamientos para la cultura. La excusa era el libro para desarrollar una feria donde se vendían hasta jabones.

El vínculo literario al que nos referiremos en este texto es más profundo y silencioso, pero a finales de la segunda década de este siglo logró una visibilidad nacional.

Puede considerarse como un hito mayor la premiación del concurso para jóvenes Roberto Bolaño desarrollado en Arica, con el anexo de una presentación en Tacna de los ganadores y escritores peruanos. La actividad se realizó por cuatro años consecutivos, cuestionando el simbolismo de la frontera en un territorio con intereses comunes.

Arica y Tacna pueden ser entendidas como un área metropolitana que alberga alrededor de un poco más de medio millón de habitantes. La frontera, en este caso, cumple más bien un rol buro- crático. Más al sur de Arica se encuentran Iquique, Tocopilla, Calama y Antofagasta, ciudades unidas por la Pana- mericana, que mantienen el común denominador de estar emplazadas en el desierto más seco del mundo.

Si podemos cuantificar el impulso literario respecto al surgimiento de nuevas editoriales y a la creación literaria, es el eje Arica y Tacna el más prolífico de este Nuevo Norte Grande. Luego Iquique, y en menor medida Antofagasta, que en los últimos años ha estado concentrado como un importante polo de gestión literaria y cultural.

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Retrocedamos en el tiempo. Antes del conflicto bélico, en las medianías del siglo xix, Iquique era un puerto mayor para Perú; Arica había sido fundada en 1541 y Calama ya era capital provincial en 1540, bajo la bandera boliviana. Antofagasta, puede decirse, es la única ciudad novel surgida en la década de 1860 como puerto utilitario para la floreciente industria minera que comenzaba a extenderse cerro arriba.

Todas estas ciudades, a las que podemos sumar a Tacna, en los años posteriores a la guerra experimentaron un proceso de «chilenización», a veces solapado y en otras cruento. El punto más extremo lo encontramos en las Ligas Patrióticas, una suerte de clanes paramilitares amparados por la autoridad para expulsar por la fuerza a peruanos, bolivianos y todo lo que pudiera ser considerado de «rostro andino».

La floreciente industria salitrera atrajo inmigrantes de todas las nacionalidades a los nuevos territorios chilenos. Es en Antofagasta donde el crecimiento fue más explosivo y donde se evidenció con mayor fuerza esta ola inmigratoria proveniente mayormente del sur de Chile y de países limítrofes y europeos, especialmente balcánicos. De esta manera se va conformando una identidad social más acorde al momento de la Revolución Industrial, di- ferente al Chile del sur, don- de prima una oligarquía terrateniente y conservadora que se acomoda en el poder a través de la política.

Desde el centro del país, donde históricamente se han tomado las decisiones, estas tierras de riquezas insospechadas son vistas como un botín de guerra. Surge en el norte una fuerte crítica hacia el centralismo, opinión que se extiende hasta nuestros días. El caso más patente es el de Antofagasta, donde el extractivismo privado y estatal ha invertido lo mínimo en la región.

En ese territorio en movimiento de principios del siglo xx, la imprenta cumple un rol fundamental para manifestar las molestias, demandas y propiciar el debate. Surgen diarios: en las paredes son desplegados avisos de las más diversas índoles. A medida que avanza el siglo, las malas condiciones laborales en la minería son denunciadas a través de folletos. Las imprentas, en manos de las organizaciones obreras, cobran un real protagonismo comparable a las actuales redes sociales.

De estas imprentas relacionadas al quehacer de los trabajadores surge en Iquique la que para algunos es considerada la primera novela fundacional del norte. Se trata de Tarapacá (1903), escrita bajo el seudónimo de Juanito Zola.

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La anécdota que rodeó a la novela resume las consecuencias de la aparición de una obra crítica hacia la industria minera y las clases privilegiadas que emanan de esta. En este caso, el li- bro fue inmediatamente silenciado. Luego, incluso, se atentó con fuego contra la imprenta y hasta con la vida de los autores. Pero vamos por parte.

Nicanor López y Osvaldo Polo dieron vida al seudónimo Juanito Zola. Ellos mantenían una imprenta y un periódico llamado El Pueblo, cuya línea editorial era delatar las malas condiciones laborales de los obreros en contraposición a los privilegios de la clase adinerada de Iquique, visible en espaciosas casonas de pino Oregón de la calle Baquedano, todavía muy bien conservadas. La novela, a su modo, se adelanta a la fatídica matanza de la Escuela Santa María, el 21 de diciembre de 1907. Tarapacá lleva las ideas críticas del periódico a la literatura. Las opiniones posteriores sobre la calidad del texto son dispares, sin embargo, lo valioso es que retrata muy bien una época de profundas divisiones sociales.

Más adentro del siglo pasado, un caso menos extremo lo padeció la novela Carnalavaca (1932), de Andrés Garafulic. Carnalavaca hace referencia a una gran mina de cobre que cambiará la historia del país. La alusión es a Chuquicamata. Con un discurso crítico y político, Garafulic aboga por la nacionalización del cobre que en Carnalavaca está en manos de capitales estadounidenses. El mérito de esta novela es que proyecta el actual mapa de la minería en el norte de Chile, donde a excepción de Codelco, todas las minas son privadas. Carnalavaca padeció el silenciamiento en su tiempo, especialmente en los medios de la propia región minera. El crítico literario Yerko Moretic, en un artículo de época, puntualiza que «a causa de razones obviamente políticas, ha sido olvidada o subestimada por la mayor parte de los críticos».

Un relato más amable es la novela Norte Grande (1944) del carismático poeta Andrés Sabella Gálvez. A diferencia de las novelas anteriores, Norte Grande ha sido muy difundida en esta zona a través de la cofradía literaria que el escritor formó durante su vida. Si bien el nombre de Sabella está más relacionado a la poesía, aquí incursiona en la prosa con una obra que en su momento generó todo tipo de reacciones por englobar la crónica, la poesía, la historia y, por cierto, la prosa. El libro sigue provocando polémicas por la omisión de cruentas matanzas, sin embargo, es una pieza fundamental en la historia literaria de aquel territorio del país. Norte Grande contó la historia del salitre con sus logros y desesperanzas.

La literatura nortina predictadura es generosa. Las temáticas comunes pueden englobarse en la minería con las alabanzas hacia su trabajador; un hombre rudo que soportó desventuras sociales y climáticas para arraigarse en la hostilidad del desierto. Hay frases significativas como «el hombre que domó el desierto». Siempre la figura masculina en el pedestal, dejando a la mujer en un segundo plano o sumida a labores de esposa, cantinera o prostituta. En menor medida, la literatura hace referencia al mar, especialmente con Salvador Reyes en sus cuentos de El incendio del astillero (1964).

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Los narradores que mejor reflejan estos tópicos son Mario Bahamonde y Luis González Zenteno. A ambos los une la raíz comunista, en una época en que la intelectualidad nortina simpatizó con las ideas que acuñaron los obreros del salitre y luego del cobre.

Bahamonde se transforma en una figura fundamental dentro de lo que se puede hablar de identidad. Mezcla un trabajo poético, ensayístico y en prosa. La mayoría de sus cuentos están basados en este hombre nortino, a ratos vivaz, alegre, violento y otras veces triste, que abrió camino en la pampa agreste. De Bahamonde es la frase que dice que «el nortino es hijo legítimo de la aventura», que se desmarca de los pueblos originarios y hace referencia a quienes poblaron el norte pese a todas las inclemencias climáticas y laborales.

La cita de Bahamonde permanece vigente en el tiempo al revisar las nuevas migraciones, especialmente de colombianos y venezolanos que se han asentado en dicha zona. Bahamonde también podría decir de ellos que son nortinos, «hijos legítimos de la aventura».

El iquiqueño Luis González Zenteno, cuyo legado es poco conocido, reflejó muy bien el movimiento obrero de Luis Emilio Recabarren en las obras Caliche (1954) y Los pampinos (1956). Al igual que Bahamonde, y tantos más como Homero Bascuñán, su trabajo no ha sido rescatado ni conectado con las nuevas generaciones de lectores.

Es Andrés Sabella, con su labor de articulador en los medios de Santiago y carisma, el principal responsable de la visibilización de la literatura nortina a nivel nacional. La frase de Pablo Neruda es clara: «Mientras Sabella nortiniza la literatura, yo la ensurezco». En Antofagasta es, sin duda, el escritor más influyente, en una ciudad que siempre lo buscó y encontró como maestro, poeta y amigo.

Yolanda Nana Gutiérrez, poeta de Arica que vivió gran parte de su vida en ese lugar, es una autora a quien le faltó más reconocimiento nacional en vida o, por lo menos, eso dicen las crónicas sobre ella. Sus poemas, que caben en lo que Nicanor Parra desarrolló como antipoesía, recorrieron el mundo; fueron recopilados en The South America of the Poets (1970) con traducciones al inglés, francés e italiano. Recibió elogios de Parra, Pablo Neruda y del mismo Andrés Sa- bella por su poesía. También cultivó la narrativa y apareció en varias antologías.

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En Arica surge Tebaida, una revista literaria-poética que va a transcender. Aparece en 1966, pero hay que esperar hasta 1968 para ver editada su primera publicación con ese nombre, bajo el alero de Alicia Galaz y Oliver Welden, donde sobresalen las xilografías de poesía visual de Guillermo Deisler. Este último es una figura trascendental en la primavera de las artes plásticas en Antofagasta, a finales de la década del sesenta y principios de los setenta. Fue académico de Artes Plásticas de la sede Antofagasta de la Universidad de Chile, época que coincidió con Mario Ba- hamonde como jefe de Extensión de esa sede.

El nombre Tebaida proviene de Tebas como concepto, una fortaleza en el desierto, «un desierto de amistad», señaló Galaz en una de sus entrevistas.

En Tebaida, que conectó los setecientos kilómetros que separan Arica de Anto- fagasta, participaron, entre otros, los poetas Óscar Hahn, Ariel Santibáñez, Guillermo Ross-Murray, Andrés Sabella, Miguel Morales Fuentes, el tocopillano Luis Moreno Pozo y Héctor Cordero. Miguel Morales Fuentes, conocido bajo el apodo de Tipógrafo Huraño, se ha transformado con el paso del tiempo en un referente poético de Antofagasta, cuya pequeña obra, en cantidad, ha conectado generaciones por su sutileza.

Un hecho importante de Tebaida es el vínculo con Perú, el más prolífico que se había dado entre ambos países, a través de autores como Winston Orrillo, José Luis Ayala, Alberto Varcárcel, Omar Aramayo, Rosa del Carpio, Arturo Corcuera, Alejandro Romualdo, entre otros autores. El grupo además organizó numerosas actividades como talleres de poesía y recitales. No solo es referencia a nivel nacional, sino que internacional a través de Guillermo Deisler. Esto transformó al trabajo de Alicia Galaz y Oliver Welden en quizás el proyecto literario de mayor trascendencia acuñado en el Norte Grande hasta la segunda década del siglo xxi, teniendo a Arica, nuevamente, como escenario.

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En dictadura la edición de libros decrece, como es de suponer, por las propias limitaciones de la época. Ariel Santibáñez es perseguido y desparecido; Eduardo Díaz Espinoza es proscrito y perseguido; y Andrés Sabella es sacado de su cátedra de la Universidad Católica del Norte, liderada por un mi- litar, por razones políticas. Las carreras humanistas van desapareciendo y, a su vez, surgen otras enfocadas hacia los negocios y la minería. Sabella se refugia en su casa de calle Uribe en Antofagasta, donde continuó escribiendo artículos, algunos crípticos contra la dictadura, para revistas como Hoy, y reuniéndose con sus discípulos.

En un aciago panorama para la edición de libros sobresale la novela Ruta Panamericana (1979) de Mario Bahamonde, que puede considerarse la primera «novela contemporánea del norte», es decir, una novela cuyo leit motiv no es la minería y todos sus vericuetos. El texto puede leerse como una metáfora de un viaje al desarraigo o al exilio; o tal vez, la referencia a la dictadura y el viaje sin retorno.

No podemos dejar de mencionar la labor de varios ensayistas e investigadores como Sergio Gaytán Marambio, Germana Fernández, el profesor Huberto Plaza, Osvaldo Maya o Mauricio Ostria, quienes durante décadas sistematizaron el trabajo de los escritores y escritoras de generaciones anteriores, y fueron capaces de hacerlos circular a las nuevas generaciones.

Destacados de los años ochenta, en Iquique, son los poetas Cecilia Castillo, Jaime Ceballos y Juvenal Ayala, quien también se ocupó de la investigación literaria. A mediados de esa década surgió una peña conocida como La Guayaba, que fue escenario para trovadores, algunos inspirados en la poesía de Miguel Hernández. En Antofagasta, por su parte, sobresale la poeta Nelly Lemus, cuyas letras inspiraron canciones del grupo Illapu, como «Arrurrú la faena», «Morena Esperanza» o «Escribo», por ejemplo.

El Norte Grande como concepto es cuestionado. Luis Moreno Pozo escribe en un poema: «Yo descubro todo un norte diminuto, empolvado de hambre, sombra y silencio, gimiendo con olor a perros».

Andrés Sabella fallece en Iquique el 26 de agosto de 1989, terminando una de las más sobresalientes carreras literarias en la historia del norte. Dejó un legado profundo y brillante, aunque sin buscarlo opacó la carrera de otros autores menos carismáticos.

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El regreso a la democracia marca a nivel nacional un reinterés por nuevas voces narrativas. Las editoriales multinacionales buscan autores y, de esta manera, comienzan a fijarse en escritores que vienen llegando del exilio o de zonas periféricas del país, como Punta Arenas.

Patricio Riveros Olavarría es un autor que viene retornando del exilio. A mediados de los noventa regresó a Iquique para radicarse en el barrio El Morro, luego de vivir afuera, primero en Holanda y luego en Cuba. Tras casi un año en el exterior, Riveros Olavarría zafó de la expulsión con ingenio. Junto a su tío propiciaron que un conocido empresario de derecha enviara una carta a un diario de Iquique, afirmando que Riveros era un extremista. La misiva le significó asilo político en Europa. A fines de los noventa publicó su libro de relatos en una editorial multinacional y fue cronista del diario El Nortino de Iquique, momento donde pude conocerlo personalmente en mi calidad de estudiante en práctica.

Entremedio destaca en Antofagasta el prolífico Víctor Bórquez Núñez. Este, que ya despuntaba en los años ochenta como discípulo de Andrés Sabella, genera un relato urbano, detallista, de atmósfera, muy influenciado por su pasión que es el cine. Un cuento suyo fue llevado a cortometraje por la fallecida cineasta Adriana Zuanic. Uno de los grandes méritos de Bórquez es abordar la temática homosexual. Es el primer autor que se dedica exclusivamente al tema en el Norte Grande, con ciertas excepciones en su obra.

En la misma década, en 1994, aparece publicada La reina Isabel cantaba rancheras (1994), de Hernán Rivera Letelier, novela que puede considerarse como el primer best seller del Norte Grande y el inicio de la carrera de uno de los escritores más vendidos, traducidos e importantes en los últimos veinte años en el país. El mayor mérito de Rivera Letelier es generar una gran obra sobre la pampa salitrera, a través de un anecdotario que combina los problemas sociales con el humor negro, en una suerte de picaresca. Todo esto, a través de una singular prosa poética que ha sido elogiada a nivel internacional, como también criticada de cursi por algunos críticos nacionales.

Captura de Pantalla 2022-10-09 a la(s) 09.54.02Antes de La reina Isabel, Rivera Letelier era un poeta pampino cuyos textos no eran desconocidos en el ambiente literario de Antofagasta y María Elena de finales de los años ochenta. Sin embargo, su destino de escritor autodidacta, como le gusta definirse, cambia totalmente al publicar su primera novela. Luego vienen Himno del ángel parado en una pata (1996) y la que es quizás su mejor obra, Fatamorgana de amor con banda de música (1998).

La presencia de Rivera Letelier es parte del paisaje urbano de Antofagasta. El escritor habitualmente toma café en la peatonal Prat, oportunidad donde comparte con sus lectores, firma libros y se da tiempo para sorprender a más de un transeúnte con su peculiar sentido del humor. Ha sido postulado al Premio Nacional de Literatura en varias ocasiones, sin éxito hasta la fecha.

Uno de los momentos literarios más vibrantes lo produjo la desaparecida universidad privada José Santos Ossa (ujso), a través de un inédito programa de literatura encabezado por la académica Patricia Bennett. Aquí se publicaron libros con una edición cuidada y un diseño que sobresale. Destaca, entre otros, el autor Patricio Jara, que se había hecho conocido a nivel del underground como fanzinero de metal. Llega a la literatura influenciado por autores como Lovecraft o Stephen King, además del incentivo del profesor Huberto Plaza. Sus cuentos sobresalen en las primeras versiones del naciente concurso de cuentos para escritores de la Universidad Católica del Norte. En adelante, Jara se transforma en un actor importante de la literatura en Antofagasta, corriendo por un carril distinto al de Hernán Rivera Letelier. Jara, con un tono preciso, riguroso y en momentos amparado en investigaciones histórica, sobresale desde dicha ciudad a nivel nacional. El interés por la historia genera obras notables como El Sangrador (2002) o Quemar un pueblo (2009), que abordan una Antofagasta anterior a la Guerra del Pacífico.

Las temáticas en narrativa dan cuenta de un norte urbano, con personajes que evaden la realidad y, en otras ocasiones, cometen actos propios de cuento negro. En los relatos hay un concreto cuestionamiento hacia la condición de ciudad de paso minera o universitaria, con su población flotante, nombre de una antología. Lamentablemente en el mejor momento de este proyecto editorial, la universidad es vendida y pasa a ser parte de la cadena de la Universidad del Mar. Patricio Jara se radica en Santiago. El resto de los autores como Juan Luis Castillo, José Ossandón o Enrique Pizarro no sigue publicando, a excepción de Iván Ávila, quien con el paso del tiempo interactúa como guionista y escritor. Ávila retoma las publicaciones en los últimos tres años, con un nuevo impulso a través de Ediciones Hurañas, editorial cuyo trabajo revisaremos más adelante.

Más joven, pero conectado con este nexo de la ujso y los talleres de Patricio Jara, es Francisco Schilling. Este autor antofagastino se radica en Santiago, donde publica la novela Los Héroes (2015), sobre la Batalla de la Concepción. Esta revisión de autores nortinos sobre la Guerra del Pacífico se complementa con la novela Prat (2009) de Patricio Jara y la antología Pacífico: historias de la guerra (2020), donde, entre otros, participan Jara y Schilling.

La época del programa de literatura de la ujso coincide con la aparición del suplemento «Sabella» de El Mercurio de Antofagasta, que fue una revista originada por el director Marco Antonio Pinto y el periodista Sergio Concha Gamboa, que dio la posibilidad de publicar textos literarios a autores locales, como también fue un espacio de entrevistas y rese- ñas para libros. El arribo de un nuevo director al diario, Arturo Román Herrera, sacó de circulación a la revista al calificarla carente de interés.

El círculo Manuel Durán Díaz siempre se mantuvo presente en medio de los años noventa, con Eduardo Díaz a la cabeza y una generación de poetas como Rogelio Cerda, Miko Cepeda, Eduardo Farías Alderete, Álvaro López Bustamante y Esperanza Díaz, entre otros, que se mantuvieron aparte por una posición más crítica o política en algunos casos. Y, en otros, puramente estética. El círculo Manuel Durán Díaz generó publicaciones como fanzines y libros durante esos años, sin embargo, su fuerza radicó en los recitales poéticos. Fuerza que se mantiene hasta la actualidad, con otros nombres pero quizás con más camaradería entre sus integrantes.

En los próximos años, la literatura en Antofagasta entra a una fase donde interesa más la gestión cultural.

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En 2005 Antofagasta es sede del Segundo Encuentro de Poetas Jóvenes. La actividad, organizada por el poeta Eduardo Cuturrufo, contó con la presencia de Tomás Harris, Teresa Calderón, Miguel Morales Fuentes y Juan Malebrán, entre otros, además de cincuenta poetas provenientes desde Arica hasta La Serena. Hubo po- nencias, recitales poéticos y una recordada bohemia en la residencial que los cobijó.

Una aparición fugaz en la escena literaria de Antofagasta fue la del Colectivo Nueva Nortinidad, donde participan autores como Álvaro López, Kamila López, Juan Luis Castillo Yupanqui, Eduardo Farías Alderete, Víctor Escobar y quien escribe. El objetivo de este grupo fue proponer temas que cruzan a las ciudades del norte, los cuales, en muchos casos, no habían sido descifrados como un fulgurante nacionalismo provocado por la inmigración, el diario vivir en una población periférica y la nueva clase media aspiracional, efecto de la minería y la narcocultura. El colectivo propuso tres manifiestos, un ciclo de cine, carretes y luego se diluyó. Parte de los autores del grupo participaron en 2009 en una antología virtual de escritores de Arica y Antofagasta, impulsada por la editorial Cinosargo de Arica, cuya edición estuvo a cargo de Daniel Rojas Pachas, siendo un enlace entre autores de ambas ciudades después de Tebaida. El trabajo puede encontrarse en Google.

La gran minería, a través de sus recursos destinados a la cultura, se transformó en la plataforma para que gestores culturales organizaran grandes proyectos, especialmente en Antofagasta y, en menor medida, en Iquique. Estos millonarios recursos, sumado al aporte estatal para la gestión literaria, se concretaron en la Feria Internacional del Libro Zicosur, Filzic.

El evento, organizado por el poeta e ingeniero comercial Patricio Rojas Figueroa, surgió con el objetivo de enlazar diversas expresiones artísticas en torno al libro. Y esto, con una variada oferta artística, transformó a la feria en un esperado panorama de entretención cultural en Antofagasta. La Filzic logró sus mejores momentos cuando se organizó en el patio de la empresa de ferrocarriles en dicha ciudad, oportunidad en la que participaron autores de la talla de Leonardo Padura o Gioconda Belli, entre otros. La amistad entre Patricio Rojas Figueroa y Hernán Rivera Letelier permitió a este último transformarse en el anfitrión de la feria. La poeta antofagastina radicada en Santiago, Soledad Fariña, también fue una invitada habitual. La crítica que se le hizo a la actividad en sus últimas versiones fue la abundancia de comercio ajeno a la cultura. Un stand con libros podía ser vecino de uno que vendía jabones u otro con quesos artesanales. Claramente se había perdido la esencia.

Un momento alto de Filzic se logró en agosto de 2013, cuando Antofagasta, como ciudad y sorprendentemente como referencia literaria chilena, fue invitada a la Feria del Libro de Lima. La delegación nortina fue encabezada por Hernán Rivera Letelier y Víctor Bórquez. Junto a ambos autores viajaron alrededor de treinta artistas, de diversos géneros, quienes se presentaron en el escenario de la actividad. Fui como periodista acompañando a la delegación. Lo que rescato más fue la conexión de los escritores antofagastinos con los de provincias peruanas, diálogo que coincidió en cuanto a la crítica hacia el centralismo de Santiago y Lima.

A una menor escala surgió en Antofagasta la Feria del Libro Crea, Arma tu Libro, organizada por el poeta Danilo Pedamonte. A diferencia de la grandilocuencia de Filzic, esta feria dio cabida a editoriales independientes de Santiago y de regiones, lo que permitió un diálogo concentrado solo en la literatura. La falta de recursos desvaneció al evento, después de tres versiones. Pedamonte más tarde se transformó en un reconocido librero, además de continuar con su labor de poeta, cronista y pintor, transformándose en una de las personalidades carismáticas del ambiente literario antofagastino.

La minería, a través de empresas como sqm y Escondida, levantó una serie de concursos de cuentos, con premios millonarios que contrastaron claramente con la realidad de otras ciudades de Chile. Es decir, en un momento, y esto a principios de la década de 2010, Antofagasta era una suerte de El Dorado literario. Por ejemplo: dos millones de pesos al primer lugar del concurso de cuentos de la pampa, impulsado por sqm, con Rivera Letelier como jurado principal; un millón y medio de pesos para el primer lugar del concurso de cuentos de la Universidad Católica del Norte, auspiciado por Minera Escondida, y los consabidos «100 palabras», apoyados por la misma minera. Esta inusitada cantidad de dinero por escribir un cuento generó masivas participaciones.

Un ganador que se repitió en estos concursos fue el escritor Andrés Olave, bajo el seudónimo de Sebastián Furios. Olave, quien es un lec- tor empedernido y seguidor de autores estadounidenses como Thomas Pynchon, se radicó en San Pedro de Atacama. Publicó una novela de- nominada La tienda de regalos (2015) por la editorial Ab- ducción de Santiago. De es- tos concursos, solo sobrevive el de la Universidad Católica del Norte para escritores de la zona comprendida entre Arica y La Serena, y que ya lleva veintitrés versiones. Ganadores de este concurso, ente otros, han sido Patricio Jara, Sergio Moya, Álvaro López y Patricio Riveros Olavarría. Sin embargo, la deuda de este evento es con el género femenino. A la fecha no hay ninguna mujer que lograra el primer premio, considerando una serie de autoras que participan constantemente como Aida Santelices, quien sí ha sido destacada en otros certáme- nes literarios.

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A finales de la primera década del 2000, Arica mantiene una comunidad literaria bastante activa que puede revisarse en la antología Heptadárica (2001), donde participaron autores como Rodolfo Kahn, Reinaldo Hugo, Jorge Cannobbio y Markos Quisbert, entre otros. La actividad literaria también estuvo presente en la labor del grupo Rapsodas Fundacionales, con diversas publicacio- nes en narrativa y poesía.

A mediados de la década irrumpió en el panorama ariqueño el escritor chileno-peruano Daniel Rojas Pachas. El autor estudió Pedagogía en Lengua en la Universidad de Tarapacá. Junto a él, otros jóvenes ariqueños como Mauro Gatica, Rolando Martínez y Tito Manfred, por mencionar a algunos, provocaron una nueva renovación del panorama literario ariqueño. Gatica proyecta una mirada cruda de vivir una nacionalidad impuesta en un contexto de frontera.

Un hito trascendente que representa el interés de mirar hacia al norte, de profundizar la frontera, en vez de dirigirse hacia el centro de Chile como lo propone Filzic en Antofagasta, es el encuentro Guillotina en 2011, que propiciaron Daniel Rojas Pachas y Gatica. Guillotina, desde su origen, encadenó un trabajo asociativo entre autores de Arica e Iquique con Perú y Bolivia, logrando réplicas en Arequipa y La Paz. En los encuentros circularon editoriales como Canita Cartonera de Iquique; Yerba Mala de Bolivia; Dragostea, Cuadernos del Sur y Cascahuesos de Perú; además de la naciente editorial Cinosargo. De aquellos nexos y la participación de autores como Juan Malebrán, Mille Torrico, Martín Zúñiga, Rolando Martínez, entre otros, surgió luego el encuentro literario Tea Party, que en un lapso de cinco versiones llevó a Arica un centenar de poetas latinoamericanos, que cimentó un espíritu de confraternidad.

Cinosargo es el proyecto de página web y posterior editorial de Rojas Pachas, que comienza a desarrollar un catálogo que llama la atención a nivel nacional, a pesar de las desprolijidades en la edición. Genera espacios para textos de narrativa que se sumergen en los videojuegos, la ciencia ficción y especialmente el terror, a través del autor Pablo Espinoza Bardi quien exalta una versión del género muy explícita donde confluyen el canibalismo y el gore, lo que le ocasiona una serie de fans tanto en Chile como en Perú. Sin duda es un autor que quizás por la aspereza del tema no ha sido valorado en su real magnitud.

La editorial Cinosargo y después La Liga de la Justicia, encabezada por Mauro Gatica y Tito Manfred, editan sus libros en Tacna. El propósito es abaratar los costos. A través de un trabajo hormiga, los libros en mochilas llegan a cuentagotas a Chile, en un tránsito con un sabor hasta romántico. Rojas Pachas, por ejemplo, hasta arrienda una bodega en Tacna. A veces viaja dos o tres veces a la semana a buscar libros.

El nexo con Perú se hace estrecho. Autores del otro lado de la frontera como Kreit Vargas son publicados en las editoriales de Arica. Cinosargo se inserta en el circuito de ferias del sur de Perú. Mientras, editoriales del otro lado se hacen conocidas en el norte chileno. Una de estas editoriales es Cuadernos del Sur, liderada por el carismático autor peruano Willy González.

A principios de los años 2000 el panorama literario en Iquique está remitido al ya mencionado autor Patricio Riveros Olavarría y a la Universidad Arturo Prat (unap). La publicación más popular de los años noventa tuvo relación con la crónica sociológica, como el libro Del Chumbeque a la Zofri (1970) de Bernardo Guerrero. Esta obra se transforma en un fenómeno que revalora la historia de la ciudad.

A los anteriores autores se suma el trabajo silencioso del poeta Pedro Marambio, quien ha publicado libros de poesía como Reinos extraños (1990) y Corazón a tientas (2002).

El galardón al poeta iquiqueño Óscar Hahn como Premio Nacional de Literatura, el año 2012, se miró desde lejos de Iquique, pues el autor hacía años que había dejado la ciudad. Algo similar sucedió en 2014 cuando el narrador antofagastino Antonio Skármeta recibió el mismo reconocimiento. Su relación con Antofagasta se remitía a sus primeros años de vida.

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En Santiago, el iquiqueño Diego Zúñiga publica la novela Camachanca (2009), la cual relata el viaje de un joven con su padre hacia Tacna. Al igual que Patricio Jara, Zúñiga desarrolla su carrera literaria en la capital. En ambos casos se desprende la idea de que quedarse en provincia significa estancarse. Los dos publican en editoriales multinacionales y cuentan con una red de medios a ni- vel local e internacional, que constantemente destaca su trabajo. Zúñiga reconoce que Iquique, donde pasó la infancia, es su lugar, su obsesión. Patricio Jara, al igual que Hernán Rivera Letelier, tiene una calle con su nombre en Antofagasta. A diferencia de Hahn y Skármeta, cuya obra literaria tienen poco y nada de guiños a sus ciudades de origen, Jara y especialmente Zúñiga, cuya obra alcanza insospechados caminos, siempre regresan a Antofagasta e Iquique, respectivamente, en sus textos.

Es a finales de la primera década del año 2000 donde se produce un movimiento literario acuñado en los bares de Iquique, en particular en los locales Democrático, Colocolo y Cupurucho. Aparecen poetas como Juan Ma- lebrán, Danitza Fuentelzar, Juan Podestá y Roberto Bustamante. Se genera un diálogo entre distintas instancias artísticas, enriqueciendo la calidad de las obras. En con- traste a Antofagasta, donde el arte y la gestión cultural dependen del paladar de la empresa privada, en Iquique se proyecta una creación más crítica y, por ende, vanguardista. La conexión con los autores de Arica se profundiza, a diferencia de Antofagasta, donde lisa y llanamente no hay vínculos.

Con el tiempo, el poeta Juan Malebrán y el poeta ariqueño Mauro Gatica se radican en Cochabamba, Bolivia. El primero dedicándose a la gestión cultural desde el centro cultural Matadero, donde lleva a cabo un intenso intercambio cultural entre ambos países, dando a conocer autores a ambos lados de la frontera. Gatica, en cambio, junto a su pareja Patricia Requiz, poeta boliviana, emprende la editorial cartonera Electrodependiente, desde donde publican a autores chilenos y bolivianos, a través de un sobresaliente trabajo de encuadernación artesanal. Esto provoca un renovado interés de parte de lectores bolivianos hacia obras de autores del norte de Chile.

A mediados de la década pasada, los poetas Roberto Bustamante y Juan Malebrán organizan el Festival Literario Matute. El nombre hace referencia a la bolsa matutera, donde se traslada mercadería entre ciudades fronterizas. Matute, junto a Tea Party, cumplen el propósito de generar lazos entre autores fronterizos, además de irrumpir en espacios públicos con el fin de difundir los textos.

Es Juan Podestá con su libro de cuentos Playa panteón (2015) quien devuelve la narrativa a Iquique, después de Patricio Riveros Olavarría. Podestá, con una fijación en el cuento negro, crea historias entre el desierto y la frontera. Un antecedente importante es que este es el primer libro de autores nortinos que publica la editorial de Valparaíso Narrativa Punto Aparte, con la editora Marcela Kupfer. Posteriormente y con el mismo sello vendrán los libros de mi autoría, Namazu (2013) y Pinochet Boy (2016), y dos novelas de Daniel Rojas Pachas, de las que más adelante hablaré.

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Arica con el paso de los años se consagra como centro de la literatura joven nacional, bajo el afán del Ministerio de la Cultura por descentralizar. La ciudad es sede por varios años consecutivos de la premiación del concurso para escritores jóvenes Roberto Bolaño. Otra razón más subjetiva para desarrollar este evento puede tener como antecedente el poema de Roberto Bolaño «Los neochilenos», donde el escritor narra un viaje hacia el norte, con énfasis en la frontera de Arica y Tacna.

Un hecho destacable se produjo en el marco de la premiación 2013 del Roberto Bolaño en Arica, cuando se lanza la antología Nunca salí del horroroso Chile (2013) ―nombre en alusión al poema de Enrique Lihn―, de Cinosargo, que incluyó a autores de ambos lados de la frontera, además de un grupo de Santiago al sur, con presentaciones tanto en Tacna y Arica. Los viajes a esta ciudad peruana son un cuento aparte para los au- tores de Santiago. Algunos, por desconocimiento, se sorprenden con la interacción fronteriza. Tacna les resulta una vía de escape donde parece estar todo permitido, a diferencia del frío y marcial Chile de la capital, o del sur.

En la segunda mitad de década pasada surge en Arica la editorial Lusevo, del narrador Luis Seguel Vorphal ―de ahí el nombre de la editorial―, que en el último tiempo ha sobresalido por abordar en sus novelas temas como la contaminación por el plomo en Arica y el abuso en la Iglesia ca- tólica. Es en Lusevo donde el académico antofagastino Benjamín Guzmán publica su Proyecto Citadelle (2019). Se trata de un ensayo sobre memoria, política y violencia sustentado en cuatro novelas del norte que son Random de Rojas Pachas, Los Héroes (2015) de Pablo Schilling, Los Tambores de Doménico Modugno (2015) de Luis Seguel y Ciudad Berraca (2018), de quien escribe.

Editorial Aparte es el proyecto editorial del poeta y profesor ariqueño Rolando Martínez Trabucco, que se propuso sostener un catálogo exigente de poesía, ensayo y crónica con autores de diversas partes de Chile. De los autores nortinos destacan Juan Malebrán, Juan Podestá, Rodrigo Rojas Terán, la peruana Estefanía Bernedo y Mauro Gatica, de cuyo libro nos referiremos al final de este texto. La cuidada edición y la distribución de los libros le dieron una notoriedad nacional a esta editorial. Uno de los textos más emblemáticos de Aparte es el poemario Cumbia cida (2020), de Rojas Terán, donde utiliza la cum- bia chicha, muy escuchada en el norte de Chile, para revelar entre otras cosas la explotación laboral agrícola en los valles de Arica. Sin visualizarlo, y quizás solo describiendo su entorno, Rojas Terán creó uno de los textos poéticos más potentes aparecidos en los últimos años en el no

Iquique en la actualidad mantiene dos interesantes proyectos editoriales, Navaja y Sismo. La primera es liderada por el poeta Roberto Bustamante y mantiene un catálogo con autores locales y de otras partes del país. Sismo, a cargo del poeta e investigador literario Jonathan Guillén, también ha apostado por los autores regionales y, en especial, por las nuevas voces femeninas, a través de Áridas: mujeres poetas emergentes (2020). Es en Sismo donde Bustamante publica su libro de poemas Zaire (2021), en cuyas páginas hace referencia a hechos de África, a sus dictadores, sus luchas, para enrostrarnos en la cara lo parecidos que somos en Chile o en Sudamérica.

En Antofagasta surge Ediciones Hurañas, cuyo nombre es un homenaje al poeta Miguel Morales Fuen- tes, conocido como el Tipógrafo Huraño, a cargo de la académica de Periodismo de la Universidad Católica del Norte, Constanza Castro. Son publicados autores locales como Jorge Ci- fuentes, Verónica Arévalo e Iván Ávila, o el rescate de la obra de Miguel Morales Fuentes, con una traducción al inglés. Sobresale la antología Zona de sacrificio (2019), con cuentos que re- tratan la, a ratos, fútil vida en una ciudad minera. Uno de los libros más destacados de Hurañas es Geografía del desastre (2015) de Jorge Cifuentes, quien compone un entramado literario como una vía de escape ante una decepcionante ciudad, donde ni siquiera los bares ni la droga tienen un buen sabor. La distribución es local y puede considerarse como exitosa, si el éxito se puede medir en ediciones agotadas de alrededor de trescientos cincuenta ejemplares. Los libros son vendidos dentro del circuito de librerías y especialmente en los bares de Antofagasta, como La Leonera, que al igual que el Democrático en Iquique, o el Pacífico en Arica, se transforma en un reducto literario. Iván Ávila, reconocido periodista y guionista, es quien mejor vende sus libros en el circuito de bares.

Debemos mencionar también a tres narradoras antofagastinas: María Luisa Córdova y Andrea Amos- son, ambas provenientes del periodismo. La primera es oriunda de Copiapó y se da a conocer con su novela Mamerta (2017), que describe el proceso de la maternidad. Amosson, después de un periplo por varias ciudades de Chile y el mundo por estudios, se radica en Estados Unidos, donde publica varios trabajos, pero es su novela Las mujeres de la guerra (2019) la que le da notoriedad nacional e internacional. La autora adopta el tema de la Guerra del Pacífico desde el punto de vista de las mujeres. La tercera es la poeta Zuleta Vásquez, quien con una sobrecogedora sensibilidad ha desarrollado una silenciosa y valorada obra poética. Sus trabajos de a poco se han dado a conocer en otros lugares del país.

La gestión de Ediciones Huraña y de las iquiqueñas Sismo y Navaja permite sostener que ya no es necesario mirar al centro para mantener un proyecto editorial en provincia. A esto se suma la importancia, en ambos casos, de generar clubes de lectura regional.

A modo de conclusión, el panorama actual de la literatura en este Nuevo Norte Grande es de constante re- troalimentación entre las ciudades. Una muestra de lo anterior, a nivel de difusión, es el Ciclo de Escritores y Creadores del Norte, gestado por Roberto Bustamante y el artista plástico Fernando Ossandón. Salvo en el caso de Aparte, cuya apuesta es a nivel nacional, las editoriales locales pueden subsistir dentro de los circuitos locales, sin mayores problemas, lo que de alguna manera permite a los autores escribir desde y para sus territorios. El intercambio con escritores de Perú, Bolivia y Argentina se propicia en encuentros como Matute o Tea Party, y en una mayor escala en Filzic. Ciertamente para la literatura de este Nuevo Norte Grande las fronteras son imperceptibles, pero sus letreros, sus hitos y su historia hacen referencia a la procedencia de limitar violentamente el territorio.

Quizás Mauro Gatica en su libro La Comarca (2021), que se presenta como un ensayo poético, sea la voz más potente y cruda para diseccionar este territorio fronterizo impuesto, cuyo origen está en una cruenta guerra por intereses económicos. Gatica escribe: «En un Baño Público del Terminal Internacional», dice, «Imagino un Chile / sin chilenos».

 

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