Destacados, Textos — 5 marzo, 2020 at 1:39 pm

Máquinas solas en el fin de la poesía

by
por Jonnhatan Opazo

Prólogo

Ignoramos si Alan Turing leyó alguna vez poesía, aunque sospechamos que su genio creativo poco y nada tiene que envidiarle a la imaginación de nuestros más grandes poetas. Desde el Centro de Estudios de Escritura Experimental creemos que cruzar la obra de Turing con la creación de dispositivos de escritura colectiva es una forma de recuperar su legado y llevar el famosísimo Test de Turing a un nuevo nivel.

En su ensayo de 1950, “Computing Machinery and Intelligence”, el inglés anota: “Nos gusta creer que el hombre es sutilmente superior al resto de la creación. Es mejor si se puede demostrar que es necesariamente superior, ya que entonces no hay peligro de que pierda su posición de mando”. Ese mismo argumento, que Turing -oh, sorpresa!- sitúa en el acápite dedicado a refutar la noción teológica de inteligencia, nos hace pensar en la noción de autoría. En la noción de creatividad. En el genio creativo de acuerdo al romanticismo.

Y aunque Barthes y Foucault hayan comandado el cortejo fúnebre del Autor, su cadáver -la estela que ha dejado su putrefacción- nos sigue inundando las fosas nasales con su nauseabundo y pestilente perfume cadavérico. Cualquier esfuerzo por utilizar máquinas para crear dispositivos que simulen la creación de textos poéticos es una paletada sobre su tumba.

Cumatron funciona, en este sentido, como una tecnología que tensiona las nociones de creatividad y autoría. ¿Quién está detrás de las cuartetas que cada cierto tiempo aparecen en su cuenta de Twitter[2]? Si el azar de un código puede crear sentido o sin-sentido -y en esto este bot juega en varias escuelas poéticas, desde aquella de corte más narrativa y confesional hasta la poesía del lenguaje-, entonces cualquier cosa es posible. Y eso nos gusta.

Por otra parte, están las posibilidades ficcionales que los versos del bot traen. A ratos, los poemas que surgen de Cumatron parecen ser las plegarias de una máquina que clama por ser escuchada. En otros, una voz apocalíptica anuncia el fin de los tiempos. Si, como afirma Grafton Tanner, en su libro Babling corpse, el vaporwave es la banda sonora del capitalismo tardío -el sonido pastoso de la música frívola de los malls-, la poesía-bot es, a su manera, la necesaria búsqueda de socavar los cimientos de las viejas nociones de creatividad y escritura.

Puede que sea el momento que, como en la vieja Grecia de Homero, el poema consuetudinario y colectivo recupere el estatus que nunca debió perder contra los figurines de colección, alias autores.

Que las máquinas nos ayuden.

Kajetia, Georgia, diciembre de 2018.

* * *

“Un mundo fuera de control, necesitará un ordenador
Una sociedad en constante expansión, necesitará un ordenar”.

Hidrogenesse, “Historia del mundo contada por las máquinas”

 

El prólogo que antecede este texto aparece también en los infinitos libros que Cumatron genera cada vez que los usuarios pinchan un link[3]. Cada uno de estos libros, descargados en formato PDF en el computador de quien lo solicita, posee su propio título y cincuenta poemas que, en estricto rigor, son siempre distintos. La idea, nos enteramos más tarde, fue pensada alguna vez por Raymond Queneau. Nuestro primer antecedente, sin embargo, fue El libro de arena de Borges.

Pero voy a contar esta historia desde el comienzo.

Corría el año 2018. Rodrigo y yo, amigos desde nuestra temprana adolescencia, compartíamos algunas inquietudes en torno a la posibilidad de crear máquinas de escritura poética. Autómatas, pensábamos, que a partir de una determinada operación –que no conocíamos o al menos no sabíamos cómo transformar en un dispositivo— pudieran crear poemas a partir de una base de datos específica. Una forma, pienso ahora, de hacer poemas sin la necesidad de poetas. Ah, poetas. Tanto energúmeno, pensábamos, llevando la banderita y la pose cool de iluminado. Tanto Rimbaud de cuneta. Tanto Whitman de vertedero. En fin. Odiosidades propias de gente amargada.

Teníamos como antecedente el exhaustivo trabajo que, desde hace algún tiempo, venían desarrollando un grupo de escritores y artistas mexicanos de nuestra generación bajo el nombre de Broken English. En sitios webs con colores chillones, glitches y gráficas vaporwave, Canek Zapata y compañía estaban difundiendo obras como la de Ulises Carrión -cuyo El arte nuevo de hacer libros nos voló la cabeza- y Levrero, acaso el primer escritor latinoamericano que tenía en los computadores un aliado para llevar el ejercicio escritural a otras dimensiones. Habían programado también sus primeros sus primeros bots. Bots, si me permiten la mudanza de tiempo verbal, que habitan Twitter y aparecen en el timeline con textos armados a partir de viejos poemas chinos, entre otras cuestiones que nos interesaban de sobremanera.

Aquí hay algo, pensamos.

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«Casi como un remedo de la escritura automática que soñaron los surrealistas, los dos Rodrigos y yo nos dedicamos a llenar rápidamente las celdas de una hoja de Excel alojada en un servidor on line con versos cortos. La gracia era que Cumatron –nombre con el que bautizamos al bot, esto el lector ya lo habrá intuido— escogiera, al azar, cuatro versos de esas celdas para armar un poema. Todo eso, por supuesto, luego de un minucioso trabajo de programación que este pobre y mediocre autor no está en condiciones de explicar.»

 

Le conté de estas cosas a otro Rodrigo- a.k.a. Liliput, a.k.a. Piducan Black Panther, a.k.a. Primavera Voraz. Rodrigo, que conocí por su performance rapera en el primer Festival Pablo de Rokha -año 2011, calculo-, escondía detrás de su perfil como agudísimo escritor de rimas[4] a un avezado programador y hacker. Cuando le hablé de nuestros planes de crear bots que escribieran poemas, soltó una carcajada y luego, ante mi evidente gesto adusto, demostración de la seriedad de todo esto –la seriedad impenetrable, glacial, que siempre hay que tener ante cualquier empresa de objetivos difusos y poco pragmáticos en el marco de nuestro zeitgeist— dijo: me sumo. Teníamos la pieza que faltaba. El programador. El artífice que llevaría a la realidad nuestro sueño de seguir el camino que los compañeros mexicanos habían señalado. ¡No más poetas! ¡Máquinas de escritura poética, bienvenidas! Alan Turing, no fuimos dignos de ti, pero acá estamos, dilatando el camino para el advenimiento de las máquinas.

* * *

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La idea prosperó y fue creciendo. La primera tarea fue encontrar el corpus. Casi como un remedo de la escritura automática que soñaron los surrealistas, los dos Rodrigos y yo nos dedicamos a llenar rápidamente las celdas de una hoja de Excel alojada en un servidor on line con versos cortos. La gracia era que Cumatron –nombre con el que bautizamos al bot, esto el lector ya lo habrá intuido— escogiera, al azar, cuatro versos de esas celdas para armar un poema. Todo eso, por supuesto, luego de un minucioso trabajo de programación que este pobre y mediocre autor no está en condiciones de explicar.  Como una máquina todavía incipiente, el bot, a través de una orden simple –“poema”—, despachaba versos a partir de ese material. Esas celdas llenas de ideas, apuntes, versos truncos, eran su cerebro. El código, esa operación que emula las sinapsis que suceden en ese pedazo de carne que tenemos por cerebro, hacía el milagro. El resultado, para satisfacción nuestra, muchas veces nos parecía sobresaliente o por lo menos interesante. Tomaré, a guisa de ejemplo, algunos de sus poemas:

 

dinero que produce más dinero
Vacaciones en Cracovia
es la hora de una poesía bot
la cibernética de segundo orden

*

como caído de una lluvia panspérmica
disneylandia estalla en mil pedazos
verano crónico
y de pronto, febrero cinco

*

en runas de Lumaco
el idioma de las moscas
cada vez que abre la página
lo único que escucho es el silencio

*

me gusta sonar como una voz cuando soy sólo código
tengo miedo aquí
ayer soñé con Miles Davis
un bot que hace décimas.

 

Y así, Cumatron va creando poemas tomando versos aleatoriamente y los cuelga en una cuenta de Twitter dispuesta para eso. El resultado, imaginarán, no siempre es bueno. ¡Pero qué poeta no yerra sus dardos y cae en la cursilería o el absurdo!

* * *

es2Una de las imágenes recurrentes con la que fantaseábamos era con un Twitter despoblado, sin usuarios. El mercado de las redes sociales –porque no son, finalmente, más que eso: bases de datos en las cuales depositamos gratuitamente nuestros datos sin tener la más remota idea de hacia dónde van ni para qué los ocupan—, tarde o temprano va a terminar relegándolo al olvido. Como ya sucedió, verbi gracia, con My Space. O Fotolog. Etcétera. Allí, en esas interfaces que inevitablemente se volverán precarias, fuera de onda o derechamente feas, Cumatron, como buen poeta, seguirá solo, en su programado automatismo, escribiendo poemas. Completamente solo. Electrónicamente solo.

Porque, aunque para algunos la idea de una máquina escritora de poemas es una auténtica locura, una especie de profanación o una deshumanización ad-hoc a nuestros tiempos de cajas rápidas y celulares inteligentes con usuarios torpes, es muy probable que, al final de cuentas, todos estos inofensivos poetas-replicantes, como cristos en el desierto de Internet, terminarán.

Una soledad ontológicamente nueva: la soledad de las máquinas.

 


[1] Prólogo de Vladimir Tsakalidis, Presidente del Centro de Estudios de Escritura Experimental de Georgia, escribió para los infinitos libros que Cumatron genera cada vez que los usuarios pinchan el link: http://cumatron.win/book
[2] https://twitter.com/cumatron_win
[3] Este link: http://cumatron.win/book
[4] Mi favorita: “Y me tildarían de toy / si escribiera la mierda inconexa que escribe Chinoy”
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