Destacados, Editorial — 25 septiembre, 2019 at 2:21 pm

La destrucción de la retórica de Chile

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Desde que partimos con Medio Rural, la figura del colectivo de los Pueblos Abandonados ha estado rondando siempre. Los abandónicos fijaron la mira en una serie de conceptos que nos parecían -y nos siguen pareciendo- fundamentales para concebir un proyecto desde la manoseada provincia. El primero, y quizás el más osado, fue el imperativo de superar el larismo latismoso del poeta de provincia (pidiéndole desde ya las excusas al amigo de piedra), ese marditismo (sic e hic), el spleen de taberna pobre que tanto daño le hace a la posibilidad de crear cualquier cosa en serio.

Luego, entendieron que los proyectos realizados fuera del centro (“excéntricos”, por ponerle) no podían seguir defendiéndose desde la inocencia proveniente de San Rosendo; había que crear una especie de programa ideológico-discursivo altamente enredado para entrar a pelearle el poder a los académicos, editores y amiguitos bien del principado de Providencia – con sus gatos y doctorados (Mellado dixit). Cristian Geisse, en el texto de apertura de este número especial, denomina a esta operación política como “la densidad teórica pichulera”.

La última idea, para no mostrar todas las cartas en la primera mano, tiene que ver con entender a la provincia ya no como locus amoenus, ese lugar que aspira a perfección memorística, a recuerdo de la infancia, a reducto de pajarillos y bandoleros, si no que desde el esfuerzo por producir, a través de estas ficciones territoriales, maquetas aún más reales y salvajes que el escenario real que habitamos a diario.

A fines de la década pasada, en Llolleo, en la última pieza del último preuniversitario del mundo, emprestada por un compañero comunista, un grupo de escritores -casi todos narradores con sensibles inclinaciones poéticas- se juntaron a debatir en torno a la destrucción retórica de Chile y de ahí salió el ya famoso Manifiesto de los Pueblos Abandonados, que remata: “Esta práctica territorial de escritura se reconoce en la voluntad de participar en el rediseño crítico de la república, no sólo para generar otras, sino para desarrollar una poética de la nueva habitabilidad”.

Los PPAA -horrible abreviatura que decidimos usar igual porque suena a rama de las Fuerzas Armadas- son altamente conscientes de que su retórica es chamullenta y poco efectiva frente a los perros grandes y se sienten orgullosos peleando los puestos de avanzada de la segunda o tercera categoría. Se saben “cabeza de ratón”, y a mucha honra.

Disfrazados bajo una coraza de jerigonza indexada por la que se cuela una mala leche y un humor altamente codificado, los Pueblos Abandonados, han digitado un plan colectivo y persistente, que tiene por objetivo último e inalcanzable: “mover el centro del universo a la provincia”.

En el magnífico soneto “Poeta de provincia”, el primer abandónico, Pablo de Rokha, se define como “magníficamente masculino”. Ese ego machista, tan presente en casi todo proyecto provinciano, no podría pasar colado y había que afrontarlo. Pese a que varias mujeres suscribieron el Manifiesto y participaron de los encuentros, a la hora de los quiubos solo los machitos discurseaban. Es más, los textos que aquí presentamos -y que iban a ser publicados por una editorial bacana y santiaguina- están todos firmados por “varones de antiguos cultos”. Conscientes de este asunto insoslayable, cuando les hicimos ver la necesidad de ampliar el arco de voces, no solo por el asunto de género, sino que también de relatos, aceptaron altiro.

Les dejamos entonces nuestra selección del abandono de los pueblos. Por los PPAA juegan: Cristián Geisse, Marcelo “el Gestor” Mellado, Claudio Maldonado, Óscar Barrientos, Cristóbal Gaete, Mario Verdugo y Daniel Rojas Pachas. A ellos les sumamos una clase maestra con la poeta Verónica Zondek; una defensa al lenguaje champurria por Daniela Catrileo; una entrevista a Carmen Gloria Núñez, centrada en la educación rural y una selección hardcore de poemas de Rosabetty Muñoz.

Zondek propone que el concepto “pueblos abandonados” no solo nombra a un grupo de escritores que trabajan desde la provincia, ella va más allá y también define aquellos lugares despreciados por el poder central y que ya no son rentables, o donde ya no queda nada más por explotar. “En esos territorios, el abandono erige cáscaras u osarios arquitectónicos que se convierten en «instalaciones de la historia» y es posible leerlos como a un libro abierto y tri-dimensional”, dice sabiamente.

Rescatamos y compartimos, entonces, ambas visiones acerca de los pueblos abandonados. Por un lado, ese afán aguerrido de trabajar a espaldas del poder central y, por el otro, la obligación de dar cuenta de los territorios que botó la ola.

admin

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