Destacados, Entrevistas, Portada — 5 enero, 2017 at 12:02 am

Germán Marín: “Si no escribo me siento culpable”

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Por Cristián Rau y Daniel Rozas

s1Cinco minutos antes del mediodía el escritor Germán Marín figura ovillado sobre un cigarro escribiendo imperturbable en un ajetreado café de Providencia. La hora es importante ya que la puntualidad es un asunto fundamental para el escritor: él mismo contará que estuvo varios meses sin hablarse con su amigo Álvaro Bisama porque éste lo dejó plantado.

Los más de ochenta años de Marín ya se notan: su porte, otrora incluso codiciado por Ava Gardner, está hoy bien abrigado con un chaquetón y bufanda, y su mesa está debajo de una estufa con forma de callampa; su vozarrón profundo –consignado en cada entrevista que se la ha hecho– es hoy un hilo cavernoso que obliga a agudizar el oído para escucharlo en un ambiente lleno de ruido de autos, cagüines y músicos callejeros que defectuosamente versionan a los Beatles. Germán Marín dice que lo peor de la edad es que se le van olvidando algunas cosas. Pese a eso, impresiona su capacidad de revivir relatos de manera oral, casi calcados a como los ha dejado plasmados en sus libros.

Los años, eso sí, no logran hacer mella en su producción literaria: publicó este año el Bolígrafo o Los sueños chinos, una novela con la que el autor quiso cambiar su modus operandis: parrafadas larguísimas y encajes de frases subordinadas por un lenguaje más sucinto, de oraciones directas ordenadas en formato de diario de vida. La crítica Patricia Espinosa dijo a propósito de Boligrafo que: “claramente, son muy pocos los narradores que intentan desubicar al lector y probar una inagotable capacidad de renovación, como sucede con Germán Marín”. Además tiene “oleado y sacramentado” otro libro llamado Adiciones Palermitanas con Alfaguara, una novela sobre la vida en un hotel, el Palermo, en el barrio Brasil. Luego, en abril del próximo año, publicará con Seix Barral un texto que está inédito desde hace veinte años y que apareció entre sus papeles el año pasado. Después y para variar, ya que siempre ha publicado en editoriales grandes, reeditará su debut la novela Fuegos artificiales –publicada originalmente cuatro meses antes de septiembre del 73 y que fue censurada y desapareció– con la editorial independiente Lecturas Ediciones. Saldrá de imprenta recién en 2018 y Marín ya alertó al editor: “de repente estoy muerto y tú lo publicas conmigo fallecido”.

Pese a este listado de novelas listas, Marín no amaina y adelanta que en lo que trabajaba antes de que sonara el cañonazo de las doce, con su letra pequeña y ordenada, era en una nueva novela que se llamaría Póstumo y Sospecha y que versaría sobre un par de compinches, ladronzuelos de mala muerte, en el mundo de los billares del centro de Santiago.

Vida y obra, como en los grandes autores, se confunden en el trabajo de Marín. Los países donde ha vivido (Chile, Argentina, China, México y España); los grandes artistas con los que se codeó: Borges, García Márquez u Onetti; los amigos marcadores como Lihn, Teillier o Ruiz; la desaparición de seres queridos en la dictadura y el exilio, son los tópicos por donde se mueve la literatura de Germán Marín. Una obra que se nutre de los saldos de las peores transacciones y personajes de la dictadura trazada con una visión desencantada del presente y del futuro; una literatura que parece escindida –cómo no– por el Golpe: antes del 73 se habla de cines de barrio, de la sombra de las muchachas en flor y de recorridos por Buenos Aires y el centro de Santiago. Después la vida se vuelve gris y solitaria: los amigos desaparecen y sus personajes no tienen ni ética ni valores. Marín dijo en algún momento: “uso a Chile como un enorme basurero en el que puedo rastrear para escribir. Soy un novelista que vive de escarbar la basura”.

Memoria y Ficción

Yo era muy joven, en Buenos Aires. Me había marginado de mi familia con el propósito de irme a Europa y no me dio el pellejo. Tuve suerte porque entré a trabajar en lo que hoy llaman discoteque, entonces les llamaban boîte. Ésta estaba en la calle Maipú, al llegar a la avenida Córdoba, un local bastante pituco que pertenecía a un director y compositor de tango de nombre Osvaldo Fresedo. Éste señor decidió abrir durante las tardes para conseguir un público más joven. Entré a trabajar ahí de disc jockey, gracias a un amigo, Joaquín Prieto, hermano del famoso cantante Antonio Prieto. En una de esas, me dijeron: “esta noche viene una celebridad, así que por qué no vienes después y aprovechas de conocerla”. Pregunté quién era y me dijeron que era un misterio, para que no apareciera la prensa. Entonces me fui a un bar y esperé hasta las diez. Volví y había una mesa con muchos invitados: la encabezaba Ava Gardner. Yo la miraba, desde una segunda fila, porque había llegado tarde. Y la miraba, a ver qué pasaba, hasta que en un momento empezó a sonar la orquesta y le preguntaron a la Gardner si sabía bailar tango y ella dijo que sí. Entonces todos estos pelusones que estaba ahí al agarre la querían sacar a bailar; ella dijo no, yo voy a elegir a alguien. Y eligió al más pendejo de toda la gente que había, que era yo. Bailé con ella, pero jamás pensé que se iba a convertir en tema literario, pero me sentí muy orgulloso.

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¿Cómo era?

Era hermosa. Nunca imaginé que estaba viviendo una situación literaria. Al principio fue sólo memoria y luego, al hacer el relato, empezó a tomar rasgos de ficción al pasarlo a través de la literatura. Para muchos constituye un acto de ficción, o sea una mentira, pero yo siempre me he defendido porque fue real. No es culpa mía haber bailado con Ava Gardner.

Su editor, Matías Rivas, dice que cuando usted volvió del exilio no estaba disponible para tensiones  o peleas en el presente, “ya que sus fantasmas son otros y vienen atormentándolo hace años”. ¿Cuáles son esos fantasmas?

La persona, no solamente el creador, tiene un mundo fantasmático que lo rodea. Eso es producto de la memoria y del propio pasado. A veces el pasado se reinventa en esos fantasmas permanentes que aparecen. Es eso, me imagino, que quiso señalar Matías.

¿La memoria es ficción?

Sí, parte de la memoria es ficción. Yo lo compruebo en que mi memoria a veces se entrelaza mucho con la ficción, y lo noto en los demás. Más de una vez testimonios comunes que tengo con ciertas personas, me han rectificado sobre cosas que yo pensaba que habían sido fidedignas, reales, a veces han terminado siendo creaciones mías.

¿Después de que volvió del exilio nunca se sintió incorporado?

Volví porque echaba de menos y porque sentí que mi materia prima estaba acá y no es España. Yo sobre España, creo, no haber escrito una línea. Cuando colaboré, por ejemplo en prensa, siempre fue sobre autores chilenos. En España me sentí un extranjero y, más aún, en vez de incorporarme me sentía más extranjero. Allá tuve poco trato con los chilenos y con los españoles menos. Viví una vida bastante solitaria. No quiero decir con eso que al volver a Chile haya vivido lleno de gente. Soy solitario.

¿En su último libro aventura que Chile es como Sísifo.

Quiero decir que parece que Chile así como asciende, cae. Logra subir la montaña, alcanza cierta altura y luego cae. Y así. Creo que en estos días estamos en esa situación, se avanza y se retrocede. Entiendo los distintos momentos que ha tenido el asunto de los estudiantes, pero hay otros aspectos que me desesperan como esto que ocurre en el Sename: eso me sobrecoge, me desespera. Al igual que las pensiones, la cantidad de gente que jubila con sueldos miserables, eso me duele. Por eso Sísifo avanza y luego retrocede. Con Allende hubo avances, con respecto a la nacionalización del cobre, luego entraron los extranjeros y el cobre ya no es nuestro. Todo ese ir y venir es lo que entiendo.

¿Usted estudió en el INBA?

Estuve interno durante un año y lo pasé muy bien en ese colegio. Tengo un muy buen recuerdo, pero es comparativo, porque yo venía de una experiencia nefasta que tuve en la Escuela Militar de donde fui dado de baja por mala conducta. Entonces mi vida en el Barros Arana fue una vida de mucha libertad y buenos profesores. Se comía mucho mejor que en la Escuela, se dormía bien, si queríamos nos duchábamos, nadie te obligaba a nada, pero había mucho rigor en lo educacional.

¿Qué piensa de las tomas en el INBA?

Hicieron muy mal. Pintaron con brocha al Barros Arana que está en la entrada, es un desastre. En esa época en IMBA había un centro de alumnos, el año que estuve el presidente fue una persona con quien seguí siendo amigo y fue fusilado por la Caravana de la muerte. Mi buen amigo Roberto Guzmán Santa Cruz que fue asesinado por ser interventor en una industria. Él era mirista. Lo que me dolió mucho.

 

s3Pornografía y Densidad

En la calle Florida, al llegar a la avenida de Mayo, en un subterráneo había un cine porno y fuimos con un amigo a ver la película Cómo se bañan las damas. Y mientras se daban el baño de tina aparecía un brazo, un seno, pero no había más que eso. Salimos muy desilusionados del cine porque nos costó mucho entrar. Yo tendría unos catorce años y era una época muy sobria sexualmente. Hace muchos años, cuando yo estaba en el colegio, había un libro que todos los jóvenes leían (el autor firmaba bajo el seudónimo del Caballero Audaz) y habían infinitos libros y eso correspondía a la pornografía como tal.

La escritura, dice en su último libro, tiene a veces el defecto de transformar la escena íntima en pornografía. Pero usted suele decidirse por un lenguaje más duro.

El caso de Ídola es un buen ejemplo, ya que ese lenguaje era necesario debido a los personajes que estaban presentes. Si hubiera tenido una actitud liviana con ellos se hubiera perdido esa densidad, que buscaba en el texto, no más allá. Pero si eso me llevaba al rasgo pornográfico, no lo niego.

¿Qué pretende con esa densidad?

Lo primero es interesar al lector, buscarlo, no rehuir a aquello que se está dando en la escritura. Cuando una pareja está en la cama, hay situaciones que se están dando y yo trato de ser fiel a ellas. Pero no hay una intención de hacer pornografía porque sí; hay un fondo literario.

Sus personajes, comunes y silvestres, pienso en Ídola o Guarén, por los azares de la vida terminan convirtiéndose en tipos malvados y usted, en tanto autor, no los critica.

Sí, yo no puedo entrar juzgar códigos, yo lo acepto y sobre eso escribo. O si no serían novelas con personajes interferidos, cosa que no me interesa. Yo no me meto con mis personajes, los dejo. Así como también hay momentos en que yo reitero a personajes, de un libro a otro.

Usted escribe sin parar.

Yo trato de escribir todos los días y por una razón: si no escribo me siento culpable. Soy culpógeno, eso es lo que tengo. Es la única herencia que me dejó la religión católica, cuando niño estudiaba en el colegio San Ignacio, de los jesuitas, que era el más reaccionario de la época. Ahí estaba el padre Hurtado y me confesaba con él todos los días viernes. De él tengo la mejor impresión, pero el resto de los curas eran bastante malditos. En ese colegio nació en mí el sentimiento de la culpa, me convirtieron en alguien enfermo de la culpa. Y el único modo que tengo para sentirme más o menos liberado, y a veces tranquilo, es escribiendo. Hay días que escribo muy poco, o casi nada. Cuando me masturbaba, al otro día amanecía siempre con dolor de cabeza. Era la culpa.

Marín dijo en algún momento: “uso a Chile como un enorme basurero en el que puedo rastrear para escribir. Soy un novelista que vive de escarbar la basura”.

 

Braulio Arenas y la literatura chilena

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Él estaba completamente desacreditado por el acercamiento que tuvo después del Golpe hacia la dictadura. Creo que el Premio Nacional que le dieron era merecido. En uno de mis viajes estuve con él y me sacó el tema. “Me dijo, mira, estoy muy sentido con Enrique Lihn, porque fuimos tan buenos amigos y él ha sido tan despreciativo conmigo. Y yo sé que se debe a mi acercamiento a la dictadura. Estuve cerca de la Unidad Popular, no porque simpatizara con ellos. Colaboraba en una revista, pro UP, dirigida por Guillermo Atías y él me pagaba las colaboraciones”. En ese entonces Braulio vivía de sus dos hermanas que ganaban modestos sueldos como funcionarias de Correos. “En la dictadura- me dijo Braulio- yo me quedé en el aire y ellos se acercaron a mí. Yo lo hice por necesidad económica. La que me ayudó verdaderamente fue Lucía, la hija de Pinochet, que me ayudó económicamente y cada vez que había algún acto cultural me invitaba y yo tenía que decir que sí. Yo no simpatizaba realmente, lo hacía por necesidad”. Había en Braulio un fondo inocente, hasta tal punto, que me preguntó hasta cuándo me quedaba y le respondí que un mes más o algo así, y me propuso que iba a llamar a la Lucía, para que nos invitara a cenar. – ¿A qué Lucía? Le pregunté. “A la hija de Pinochet, pues. Yo he estado muchas veces en su casa y van algunos escritores”. Ahí le tiré lengua y me nombró a algunos escritores, por ejemplo iba la Callejas y gente de la generación inmediatamente después del Golpe, pero no quiero dar nombres. Entonces Braulio me dijo: “¿por qué no la llamo?” Yo le respondí que mejor que no, capaz que ahí se acabe mi estadía en Chile. Había una inocencia en él.

¿Cree que la ayuda mediadora de gente que estaba abogando desde la SECH no por factores políticos, como Martín Cerda y Filebo, fueron importantes?

Fueron personas muy importantes en la defensa de la cultura chilena entonces. Dos grandes tipos, amigos míos. Incluso, el primer crítico que se preocupó de Círculo Vicioso, apenas volví a Chile, fue Filebo en un artículo que salió en Las Últimas Noticias.

¿Cómo ha sido su relación con la crítica de sus libros?

No me puedo quejar, me ha ido bastante bien. Incluso con El Bolígrafo tenía cierto temor de qué comentarios podía hacer Patricia Espinosa, que en general es bastante embromada. Y finalmente me trató muy bien. Lo que fue un alivio para mí, porque ella es tan jodida, te puede agarrar de cualquier lado. Yo he recomendado a dos sellos que publiquen sus artículos y no se han atrevido. Yo la publicaría.

¿Cómo ve la situación en la literatura?

Es un avance el hecho de que haya un mayor número de editoriales, de que el Estado apoye a los libros. Con eso no estoy hablando de que haya mayor o menos calidad literaria, eso es otra cosa. La ignorancia supina que nos domina es un retroceso.

Usted dice que cuando se siente deprimido lee literatura chilena.

Con mala leche, sí, pero es verdad. Lo práctico y lo he dicho, cosa que me crea enemigos, pero es cierto: muchas veces leo literatura chilena porque me levanta el ánimo. A veces leo las críticas y después los libros y tengo otra opinión, pero así es.

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