Entrevistas, Portada — 14 septiembre, 2015 at 9:46 pm

Entrevista con Sergio Parra: “Nosotros vivíamos en dictadura pero como un colectivo”.

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Nos juntamos con Sergio Parra, ex poeta y ahora insigne librero y galerista, con la excusa de la pronta reedición de su célebre poemario La Manoseada (1987). Parra no necesita demasiada presentación: por lo pronto, se sabe que fue un poeta influyente de la generación de los ochenta (becario de la Fundación Neruda), que está a la cabeza de la librería Metales Pesados hace más de una década, y que fue el único e incondicional amigo que tuvo Pedro Lemebel desde los años ochenta hasta su muerte el 23 de enero de este año. También es de dominio público que “Parrita” ha sido un agitador cultural permanente en la escena santiaguina y que goza de la singular condición de ser amigo de todos sin esforzarse demasiado. Valgan solo dos ejemplos: su librería lleva el nombre de uno de los mejores textos de poesía de su amigo Yanko González y el 2014 el reputado escritor argentino Fabián Casas le dedicó su libro La voz Extraña.

Digámoslo de esta manera: Parra tiene buen gusto, un gran olfato para los negocios y por sobre todas las cosas, se hace querer.

“Yo solo tengo oficio”, se defiende.

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Habíamos quedado de juntarnos en Metales Pesados a las once de la mañana pero debido a un imprevisto (un homenaje que se está preparando a Pedro Lemebel en el Museo de la Memoria) el autor de Poemas de Paco Bazán llega tarde a la cita desasiéndose en disculpas, y como recompensa, ofrece pagar la ronda de cafés.

Ya es casi hora de almuerzo en el centro de Santiago, y la calle José Miguel de la Barra bulle de gente apurada y de los bocinazos histéricos de ejecutivos que manejan sus autos para cruzar tres cuadras.

Nos acodamos en el Café Lucia que colinda con su librería, mientras Sergio Parra sostiene un ejemplar de Medio Rural en sus manos. Con una risa franca y liberadora, desestima nuestro modesto soborno que consiste en una revista Rolling Stone dedicada a Bob Dylan, uno de sus ídolos. “Ya la tengo”, dice con una gran sonrisa dibujada en el rostro. “De hecho, tengo dos discos firmados por Dylan”.

Un punto humillados, lanzamos la primera pregunta: ¿A qué obedece la reedición de La Manoseada?

SP: “Mira, lo que pasa es que yo dejé de publicar pero nunca he dejado de escribir. Y «Mandar al diablo al Infierno» fue el último libro que publiqué (1999) pero resulta que mi amigo Pedro Montes Lira, con el cual he trabajado en artes visuales, decidió reeditar «La Manoseada» en su editorial «Pequeño Dios»”.

Sergio Parra afirma que todas las razones para reeditar el libro son atendibles –por ejemplo, que el libro será publicado en Perú- pero lo que realmente lo convenció fue que esta nueva edición de La Manoseada “va a costar mil pesos”. Parra se alegra que su libro vuelva a circular en una edición popular y de bolsillo: “yo no vivo de la poesía, así que no tiene ningún sentido publicar un texto que no le llegue a la gente”.

Parra dice que los tres libros agrupados en Mandar al diablo al infierno (La Manoseada, Poemas de Paco Bazán y Mandar al Diablo al Infierno) responden a una cuestión biográfica. “Cada uno de esos textos tiene un grupo de gente- amigos- que giran en torno a ellos. Por ejemplo, «La Manoseada» me situó en un lugar de la sociedad, en donde me instalé como individuo, y me hizo tener amigos, conversar y vivir, y yo creo que eso es lo más importante”.

MR: Estamos hablando de 1987 y son varias los acontecimientos que se me vienen a la cabeza. Primero, ese año viene el Papa a Chile. Segundo, un año antes, en 1986, el El Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR) comete el fallido atentado a Pinochet. ¿De qué forma crees que el contexto social de la época y la ciudad aparecen en tu libro La Manoseada?

SP: “Yo no tengo respaldos de los poemas que escribí. Incluso cuando me lo pidieron para la reedición tuvieron que escanear el libro de la Biblioteca Nacional. Pero bueno, revisándolo ahora, después de quince años sin leerlo, me di cuenta que en el texto hay una gran cantidad de connotaciones implícitas que hacen referencia al contexto social: la violencia, las relaciones afectivas, los secuestros, los cadáveres, los titulares de los diarios, los detenidos desaparecidos, y por encima de todo, la violación sistemática a los derechos humanos que hubo en esa época, y no solamente en el ámbito político, sino que en la cotidianidad que se vivía en cada calle y en cada barrio de la ciudad”.

MR: Hay un pasaje en La Manoseada donde cuentas que mientras el FPMR atentaba contra Pinochet, tú fornicabas con una chica New Wave.

SP: “Para mi esa referencia hace alusión a que uno nunca deja de ser joven. Una de las cosas más increíbles que tienen las dictaduras y los gobiernos totalitarios es que pese a todo el horror que implican, no consiguen detener el movimiento de los actores sociales, y especialmente el de los jóvenes. O sea, aunque las torturas proseguían y las desapariciones se mantenían día a día, tú seguías adelante con tu vida, teniendo sexo, fumando pitos, tomando pisco o bailando rock. Y lo mismo sucedía con los torturadores: ellos después de darle un parillazo a un detenido, se iban para la casa y besaban a sus hijos en la frente, comían con su mujer, y luego encendían el televisor”.

Sergio Parra escribió un poema memorable en La Manoseada que hace referencia a ese tema:

 

MADRE

Reina de la cocina sureña
….. del piso encerado
no llores en rincones
por tus hijos
llora por ti
llora cuando entra el padre
y enciende el televisor

 

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MR: En una entrevista decías que para ser New Wave no se necesitaba plata, sino que solo bastaba con ser romántico.

SP: “Yo creo que dentro de todo lo que fue la dictadura, y a pesar de que Santiago era sumamente gris, gran parte de esa generación generó los espacios para hacer una vida en la ciudad. Y creo que cuando la poesía está en la juventud es una fuerza que nada ni nadie la puede reprimir. Y me parece que la transgresión está ahí: en la juventud. Después nos acomodamos. En la vejez ya nadie te toma en serio. Y el espacio que existe entre la juventud y la adultez es el espacio de la administración. Tú ves que los poetas se mueven de un lado para el otro, haciendo antologías para seguir vigentes, pero en el fondo eso es pura redundancia. Básicamente, yo siento que los poetas se transforman en inmobiliarias pasados los cuarenta años. Excepto casos como Raúl Zurita que es un capo. Zurita es un tipo que mantiene una utopía que me parece admirable como proyecto poético de vida. Pero volviendo a tu pregunta, creo que la cita tiene que ver con que en esa época éramos un grupo de amigos que estábamos vinculados con la música, la crónica, la pintura y las artes visuales, y siento que se producían cruces de intercambios muy interesantes porque nosotros vivíamos en dictadura pero como un colectivo”.

MR: Sostienes que había mucho sentido de comunidad en el arte de los años ochenta.

SP: “Como digo en un poema, también era colectivo masturbarse. Es decir, existía una comunidad solidaria entre músicos, poetas y pintores. Recuerda que todos los bares eran mixtos: hombres, mujeres, gays; y eso ya no existe. Lo que se instaló después fue un neoliberalismo que atomizó a los ciudadanos en su individualidad”.

MR: Y ese colectivo se quiebra el año 89 cuando el NO gana el plebiscito.

SP: “Ahí comienza el neoliberalismo y el desencanto”.

MR: Pese a todos los problemas que ustedes sufrieron bajo dictadura tenían un enemigo en común que lograba que funcionaran cohesionados. La generación que vino después se enfrentó a un enemigo abstracto: el capitalismo.

“Es cierto. Nosotros teníamos una dictadura visible. Un enemigo en común. A la generación que vino después el modelo neoliberal se le instaló en la educación. Y al desmontar toda la educación pública apareció el mundo privado. Entonces las nuevas generaciones ya no pueden distinguir el enemigo porque es muy difícil luchar contra un adversario tan abstracto como el libre mercado. Por eso, y para no parecer tan negativo, me alegra mucho lo que está pasando con la narrativa chilena actual. La generación de Alejandro Zambra, Yuri Pérez y Nona Fernández está haciendo un ajuste de cuentas con los años noventa. Ahí te encuentras con las voces del desencanto que hablan de esos padres frustrados. Es una narrativa que se articula como la voz de una generación desengañada porque entrego un cheque en blanco y cuando lo fueron a buscar no había cheque”.

 

MR: Pedro Lemebel se refería a la ciudad de Buenos Aires en los años ochenta como un verdadero oasis en materia de libertad. También hay una frase de la canción Símbolo de Paz de Charly García que aparece en La Manoseada. ¿A qué se debe toda esa referencia a la cultura argentina?

SP: “Eso más bien tiene que ver con lo que yo entiendo como una cultura de sociedad. En Chile la cultura es de la elite y siempre ha estado reducida a un espacio privado. En cambio en Argentina hay una cultura del rock que se manifiesta en la calle. Y la cultura es todo. No tiene que ver con la poesía ni con el cine. Es tú relación con la sociedad y la ciudad en la que vives. También tiene que ver con ocupar sus espacios y caminar por sus calles: es parte de una cultura y de una identidad. Eso existe en Buenos Aires y acá no. Lo que hicieron en Chile fue borrar todo eso e individualizar a cada uno de los sujetos en una parcela de consumo. Y ahora solo trabajamos colectivamente cuando surgen marchas por la marihuana donde todos estamos juntos, y después cada uno se encierra en su casa, y les importa un culo lo que le pasa al otro. En el fondo no somos colectivos en el barrio que es el lugar donde verdaderamente importa”.

MR: O sea, es el tejido social es lo que se ha desarticulado.

SP: “Claro, se ha descompuesto el tejido social y vivimos instalados bajos los parámetros del neoliberalismo. Los festivales de la marihuana son un ejemplo más de ese neoliberalismo extremo -aunque todos estén fumando pitos- porque es parte de un show. Porque si convocas una marcha a favor de la marihuana y esta no va acompañada de toda la parafernalia, la gente no irá. No existe nada más allá del consumo cultural y eso habla muy mal del panorama actual”.

MD: Colgándome de esto último. ¿Qué rol cumple la poesía en la generación actual y cómo ves la ciudad hoy en día?

SP: “La ciudad ya no aparece en la poesía, y no tiene que ver con que se nombren calles o lugares, la ciudad tiene que ver con un sujeto instalado que está viviendo con intensidad esa generación de espacios colectivos. Y yo creo que la poesía está afectada por este fenómeno. Pero este problema tampoco es exclusivo de Chile sino que de toda Latinoamérica, Europa y Asia. De hecho, yo creo que la poesía está pasando por el peor período en la historia reciente. El poeta debería ser un sujeto con cojones, capaz de instalar ideas en los textos, y mantenerse absolutamente independiente. Pero en Chile es muy difícil porque acá sin un poeta no gana un Fondart no levanta el lápiz”.

Sergio Parra sostiene que otro de los grandes problemas de la poesía actual es la ausencia de referentes: “yo vengo de una generación donde contábamos con una genealogía literaria donde los poetas estaban vivos: Enrique Lihn, Jorge Teillier, Gonzalo Millán, Juan Luis Martínez, es decir, eran todos autores que generaban una fuerza poética con la que tu tenias la posibilidad de dialogar, y eso ahora se acabó”.

MR: Aparte a ustedes les tocó una generación sin caciques y donde las relaciones entre los poetas eran horizontales.

SP: “Claro, y eran extremadamente generosos. De Nicanor Parra hacia abajo. Ahora en cambio los poetas jóvenes no cuentan con ese contacto con la historia de la poesía. Yo si tuve la suerte de disfrutar de todo eso, y creo que fue un impulso vital para estar en la poesía”.

Hemos terminados los cafés, y Parra sugiere que nos movamos a la librería para seguir conversando porque los chicos que atienden deben irse a almorzar.

MR: Tu abriste Metales Pesados hace más de una década cuando todavía no existía el boom del barrio Bellas Artes y Lastarria. Ahí veo dos cosas: la primera tiene que ver con tu ojo comercial, y lo segundo con cierta valentía por apostar por algo que nunca fue un negocio en Chile: una librería.

SP: “Siempre he vendido libros, y soy autodidacta, pero también quisimos (con Paula Barría, su socia) abrir un espacio donde uno pudiera transmitir lo que  le gusta. Y como había dejado de publicar –y hasta cierto punto de escribir- fue una manera de formar a los más jóvenes”.

MR: Tú hiciste un taller poética en Balmaceda 1215 donde surgieron voces muy importantes de la poesía chilena actual.

SP: “Si, fue la única vez que hice un taller y ahí apareció un grupo de autores jóvenes de los cuales estoy muy contento: Gladys González, Héctor Hernández Montecinos, Paula Ilabaca, Diego Ramírez, Víctor López y Pablo Paredes, entre otros. Después ellos armaron un grupo de poetas (Novísimos)”.

MR: ¿Cómo fue esa experiencia?

SP: “Yo los seleccioné. Cuando postularon era un grupo de treinta y finalmente quedaron doce. Me acuerdo que llegaron con sus cuadernos y yo les dije que se los metieran por el culo, porque yo no estaba dispuesto a leer ninguno de sus poemas, y que los primeros seis meses nos íbamos a dedicar exclusivamente a revisara los poetas vivos, a sus contemporáneos, autores latinoamericanos, y que los poetas muertos los podían ir a ver a la Biblioteca Nacional. Leímos a chilenos, peruanos, argentinos y colombianos. Escritores que tenían su misma edad y que vivían en ciudades similares a las suyas. Lo más importante para mí era que se trataba de poetas que escribían en su misma lengua porque yo no iba a cometer la siutiquería de estar leyendo poemas en alemán o inglés cuando con suerte uno sabe balbucear su propio idioma.

Transcurridos los seis primeros meses, leyeron sus poemas, y supongo que para ese entonces ya habían botado todos esos textos que trajeron bajo el brazo la primera clase. Si recuerdo que les dije una sola cosa. Si son honestos van a viajar. Y de un día para otro ellos estaban viajando a Berlín, Madrid y Buenos Aires”.

MR: Por último, ¿qué lugares han tenido una importancia decisiva en tu vida en Santiago?

SP: “Hay dos espacios biográficos importantes. El primero fue Franklin donde yo me instalé cuando recién llegué a Santiago. Una de las cosas que me impresionaba del barrio era que por aquella época la delincuencia tenía un estatus y un glamour. Es decir, existían protocolos, jerarquías y códigos. Ser delincuente era una profesión. Entonces creo que fue importante para mí sentir que me respetaban esos tipos duros pero caballeros.

El segundo lugar sería Plaza Italia y boliches como «El Jaque Mate», «El Castillo Francés», «El Galindo» y los moteles del sector. Pero más importante aún era la sociabilidad que se producía en esos espacios porque eran lugares donde uno podía reunirse a instalar ideas. Y todo eso se acabo con la llegada de la democracia pactada.

Para mí existen dos tipos de cultura: la de las artes y la de los amigos. Y yo creo que la segunda es la fundamental. De hecho, eso es una de las cosas que más me sigue marcado hasta el día de hoy: los amigos. Me rodeo, converso con ellos, y hacemos proyectos. No me importa tanto si se publican o no se publican mis libros, pero la cultura de los amigos es vital”.  

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