por Natalia Berbelagua
Indagar en el pasado es un ejercicio que a todas luces presenta un peligro. El que un hecho pertenezca a la esfera de lo no recordado, implica un movimiento hacia una latitud que ya ha sido marcada con los tres timbres judiciales de: “notifíquese, publíquese, archívese”, que en el caso de los crímenes ejecutados por mujeres podrían ser cambiados por: “júzguese, senténciese, olvídese”. Alia Trabucco busca en los expedientes, archivos y materiales de prensa con el fin de recobrar la historia de estas cuatro mujeres asesinas, que empuñando armas de diferente índole y en distintas épocas de la historia del país, acabaron teniendo la misma suerte: el indulto.
Puede parecer un final feliz para quien ve en la mujer la debilidad social que la lleva a cometer un acto de sangre, pero está lejos de serlo. Corina Rojas, Rosa Faúndez, María Carolina Geel y Teresa Alfaro comparten un destino aún más trágico que el denominador común del crimen. Cada una de ellas transitó por la línea del no ser vista como potencial asesina por detectives y policías, atribuyendo las nociones de fuerza, razonamiento y frialdad como algo exclusivo de los hombres. Los acusadores y la defensa organizaron los argumentos en base al amor, los celos, arrebatos emocionales y síntomas histéricos. Fueron sometidas a exámenes psiquiátricos, médicos y a largos interrogatorios donde pretendían esclarecer desde la anormalidad de género el uso de su instinto. Sus nombres fueron vociferados en las calles y sus rostros exhibidos bajo los cánones estrictos del primer plano emotivo y el arrepentimiento. Algunas fueron condenadas a la muerte, pero ninguna pisó el paredón.
De alguna manera, en Chile, ser asesinada es más tolerable que ser asesina y por esto, algunos interesados en esta investigación cayeron recurrentemente en el lapsus de cambiar la palabra asesina por asesinada. Lo que permite comprender por una parte, la normalización de los crímenes a las mujeres, y por otro lado, la presencia de sesgos en la representación femenina. El objetivo de este libro es complejo y valiente, porque recobrar a las que no fueron heroínas y no destacaron por sus descubrimientos científicos ni por sus obras artísticas, propone una línea necesaria en la labor feminista.
El trabajo desde este otro lado de la vereda, es sospechar de los discursos jurídicos, sociales y comunicativos, ser detective de detectives y ante los hechos, observar el teatro trágico donde estas obras son posibles. Lo que sigue, es en parte lo que ocurre en todo proceso de individuación. La aceptación de la sombra.
Más allá de la dependencia económica, la imposibilidad del divorcio, el aborto inducido por figuras que ejercen poder, existe en estas mujeres la tensión entre el silencio y la verbalización, la utilización de sus relatos por parte de los abogados y la fantasía de crear femme fatales o víctimas histéricas del amor, madres que dejarán solos a sus hijos si van a la cárcel o que sufren trastornos heredados por sus familias. La prensa se aprovecha de estas historias para escribir y publicar folletines de ficción con los personajes reales.
Un complemento llamativo a estos argumentos es que estas historias hayan derivado en obras de teatro, cuecas, exposiciones de artes visuales, donde en su mayoría se replica el discurso de los jueces y la opinión pública como los relatos verídicos y es en esta supuesta reivindicación y rescate del olvido, donde aparece un nuevo archivo factible de ser adosado al expediente.
La estructura de Las homicidas consigue que la voz de la autora no quede invisibilizada detrás de estas figuras femeninas, sino que de alguna manera dialoga con ellas en la escritura de su diario de vida. Así el relato de la investigación encuentra un paralelo donde la voz de la narradora-autora comenta datos relevantes, situaciones en el archivo nacional o experiencias intuitivas que enriquecen el relato. Esto llega a un clímax cuando contrapone citas del expediente con la voz ficcionada de María Teresa, abriendo la lectura al lenguaje cerrado del proceso, mezclando su voz con la de la llamada asesina de las mamaderas envenenadas.
Tal vez el caso más llamativo sea el de María Carolina Geel, a quien conocemos principalmente por Cárcel de mujeres, el libro que escribió encerrada tras matar a su pareja en el Hotel Crillón. Las similitudes con la acción de María Luisa Bombal, a quien admira y de alguna forma, supera. El aprovechamiento de Alone, que quiere participar del éxito del libro y se atribuye los méritos, la utilización de un texto ficcional como la declaración que Geel nunca dio y utilizaron en su contra. Finalmente la intervención de Manuel Rojas y González Vera, que se comunican con Gabriela Mistral y es quien consigue que Geel salga de la cárcel mediante un indulto del presidente.
¿Qué es lo que se enconde tras la aparente gracia del perdón? Reflexiona Alia Trabucco en este libro, necesario y prolijo sobre la frágil memoria chilena, que en cada uno de estos casos tiene correspondencia con alguna revuelta femenina de importancia. ¿Quién será la próxima Medea de este tiempo? Es la pregunta que me queda al leer Las homicidas.