El poeta y antologador uruguayo Eduardo Milán dijo que «la mejor manera de conseguirse enemigos en el mundo no es ser un seductor —tipo don Juan—, esos mueren enseguida. El problema verdadero es hacer una antología, ya que uno sigue vivo, con enemigos». La idea de confeccionar una antología se enfrenta siem- pre con varias vallas ineludibles: la primera es que la cantidad de páginas es siempre finita, por lo que nunca podrán entrar todos los nombres que merecen ser considerados; segundo, están los autores a quienes no les interesa participar; luego priman los gustos o preferencias del encargado de elegir; y, finalmente, pero no menos importante, operan las animadversiones y listas negras tan presentes en un mundo beligerante y envidioso como el de las letras —máxime si se refiere, como en este caso, a la poesía—.
Poeta de provincia pretende dar cuenta de la trascendente y nutrida producción que se está escribiendo al margen de Santiago; aspira, en ese sentido, a entrar en disputa con el marcado canon literario, hegemónico, centralista y tradicionalmente capitalino. Pero, sobre todo, busca resguardar y defender la obligación de considerar la escritura territorial, aquella que representa las diversas formas de habitar y de simbolizar las distintas representaciones poéticas del mundo provinciano.
El trabajo consistió, entonces, en mapear nuestra geografía poética en una escala actual, transversal y representativa. La idea es volver a preguntarse si la provincia tiene una mirada específica. Retomar la discursiva de ese «antiguo mar interior», en palabras de Darwin, de ese manoseado Chile profundo. Recuperar, por un lado, aquella épica de los márgenes —ese país nostálgico del pasado— pero, por el otro, un Chile contemporáneo que crece desde los territorios excéntricos con voces nuevas y potentes.
Se impusieron algunas reglas del juego, para establecer mínimos y máximos para que este resulte ser un dispositivo interesante y no una lista oportunista, un almanaque veleidoso o un simple greatest hits. Lo primero era resolver el problema de la división territorial, disquisición que se arrastra desde antes de la República, maquillado en la Independencia con el breve experimento del Chile federal, luego el Chile que se corta con la dictadura, ya en la era Concerta el país de las quince regiones y sus adendas posteriores, y finalmente las nuevas propuestas constitucionales que se zanjan por estos días. Los editores, conscientes del riesgo postulado por Milán, decidieron encargar a especialistas de cada uno de los paisajes definidos, una selección de los mejores poetas vivos. Además de una breve presentación de la actualidad poética en el sector y una genealogía de autores muertos pero fundamentales. Primero se hizo una división territorial: Norte Grande y Norte Chico; Quinta Costa; Valle Central; el Sur próximo; Wallmapu; Ríos y Lagos y la Patagonia.
Así, el viajero nortino Daniel Rojas Pachas se hizo cargo de la zona denominada desierto (de Visviri a Co- quimbo), y en su introducción, postula: «La poesía del norte está marcada por tensiones fundacionales y de ruptura, es una zona híbrida signada por las migraciones y la profunda contemplación». El poeta Jaime Pinos encaró la quinta (que corresponde a toda la región de Valparaíso), diciendo: «En el caso de Valparaíso, los flujos de ida y vuelta, tanto a lo largo de la bahía como hacia San Antonio, o hacia el interior, el valle del Aconcagua y otros hábitats poéticos, son parte de una dinámica que vincula estos territorios en un circuito a la vez discontinuo y persistente en el tiempo». El narrador Claudio Maldonado trabajó el valle central (de Rancagua a Los Ángeles), hogar de esta publicación, y en su presentación alega y destaca: «La captura de estos veinte poetas de provincia de los valles del centro son el suspiro de un rayo de sol bajo el aura de un sauce, una selfie disparada en el ocio de un corazón aldeano». Las escritoras Miriam Leiva e Ingrid Odgers Toloza se encargaron del surazo (zona que incluye las regiones de BioBío hasta La Araucanía), y advierten de plano: «La poesía de este segmento del sur de Chile constituye uno de los sistemas poéticos más híbridos y abiertos de la literatura chilena». La dupla conformada por la poeta Faumelisa Manquepillán y la académica Claudia Rodríguez, enfrentaron el wallmapu (todos los territorios de habla mapuche) y ahí nos adelantan que para estos poetas «la palabra poética tiene un valor profundo que va más allá de la fijación en la escritura, y es su relación consubstancial con la oralidad, el canto, el diálogo, la observación y la escucha, lo que supone un modo distinto de enunciación y recepción». Finalmente, el escritor Óscar Barrientos, conocedor de sures y confines, se hizo cargo de hasta la patagonia (zona que va desde Valdivia hasta la terra dove finisce la terra), quien solazado propone que este puñado de obras «se enlazan con formas avanzadas y sofisticadas de la literatura contemporánea, forjan universos imaginarios, problematizan los laberintos de la historia, se nutren de la vanguardia, registran las ciudades del sur, desgarran el holograma y creemos, en definitiva, que se trata de una literatura que comunica el encuentro entre la tradición y la modernidad».
«Un gesto lo rehace todo», dice Teillier, y aunque este sea un simple gesto literario, se pretende brindar la posibilidad de leer por un rato a las y los poetas de manera fotográfica: unidos por su lugar de origen, sus domicilios, los climas de su literatura o las ciudades donde descubrieron el goce. El título lo tomamos del poema rokhiano homónimo y la decisión de trabajar en poesía y no en otro género literario, es porque sospechamos que es lo mejor que tenemos. Y, además, porque existe la confianza de que si se hiciera una competencia entre Santiago y el resto de Chile, quizás solo en esta especialidad —reiteramos, solo en esta— ganamos por goleada.