Ensayos — 5 enero, 2015 at 10:44 pm

CHILE MEDIO RURAL

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Por Strefano Michelleti

Chile ha sido siempre más rural que urbano a pesar de los esfuerzos históricos y de los trabajos de auto convencimiento por revertir esta situación. Este es un país profundamente ligado a la tierra en todas sus expresiones identitarias, sociales y económicas. Lamentablemente, el concepto de ruralidad se ha explicado a partir de una no-definición: prácticamente, ha sido descrito, como la sobra de lo urbano.

Por ejemplo, las figuras arquetípicas del peón, del campesino y del huaso impregnan el espíritu del chileno en su esencia, y se trasladan al plano de la vida cotidiana de forma permanente: solo el haberlo naturalizado (aunque no asumido totalmente) lo hace tan invisible. Es por esto que ha llegado la hora de salir del closet: somos todos rurales.

Es más, podemos arriesgarnos a decir que en Chile no se constituyó nunca una «cultura ciudadana». Según Bengoa[1], en las pseudo-ciudades chilenas los pobladores se aferran a un “pasado mítico, mitológico, a falta de una identidad propia que la caracterice, la especifique, le otorgue algún grado de certeza:(…)un pasado imaginario, tanto el de las clases altas —los Huasos Quincheros— como el de las clases populares: las chinganas y el tiempo feliz del vagabundaje libre por los campos y enramadas”. En fin, la “comunidad perdida”.

Ahora bien, si se asume que es necesario escarbar un poco más allá de las definiciones que encarcelan lo rural únicamente en los territorios de baja densidad demográfica, donde se labra la tierra y se cría ganado (y que además se trata éste de un asunto más ontológico que epistemológico), hay cosas interesantes que desterrar para entender más acerca de nuestras identidades. Sobre todo en el Maule.

Se nos corrió la ruralidad

Históricamente, la ruralidad se ha ido definiendo en contraposición a la ciudad: es rural lo que no es urbano, o lo que aún no es urbano. Pues bien, para los latinos la palabra ruralis hacía referencia a lo perteneciente a la vida del campo, frente a la urbanidad de las ciudades, los lugares de la modernidad y la cultura.

De hecho, para algunos autores de los años sesenta y setenta la vida del campo estaba anclada a un tipo de voluntad esencial, en un estado básico, donde predominaban las tradiciones y la autosuficiencia: la “comunidad”. El lado urbano era, por el contrario, el espacio de la voluntad arbitraria, deliberada y con fines precisos: la “sociedad”, donde surgía la especialización de las personas y de los servicios.

La definición de rural en contraposición a lo urbano ha derivado entonces en una carga peyorativa, contribuyendo a la creación de una dualidad marcada, que por un lado contemplaba lo tradicional, lo atrasado, lo agrícola, y por el otro la modernidad, el progreso y la industria.

Durante una buena parte del siglo pasado estas definiciones fueron consideradas suficientes para demarcar con cierta claridad las fronteras que dividían nuestros territorios, sin embargo en las últimas décadas se ha generado un proceso de hibridación que ha llevado a la generación de nuevos espacios identitarios. Si en el plano de los conceptos el pensamiento dual permitía claridad, a nivel empírico se presentó luego el desafío de dar valor propio a situaciones de transformación y coexistencia de diversos órdenes.

En la práctica, cuando ya pensábamos tener todas las definiciones teóricas para descifrar nuestra realidad, ésta se fue corriendo bajo el impulso neoliberal; si bien en la experiencia del sentido común es aún posible distinguir lo rural y lo urbano, las baterías conceptuales tradicionales ya no sirven, lo que repercute en la construcción y uso del territorio, por ejemplo a través de las políticas públicas.

  Repensando lo rural

Quizás la primera gran novedad en términos de debate teórico fue el enfoque de la “Nueva Ruralidad”, que propuso redefinir lo rural a partir de tres dimensiones acumulativas[2]:

1) El tipo de territorio con una densidad relativamente baja y las actividades que se realizan: ya no solamente la agricultura y ganadería, sino también las industrias pequeñas y medianas, pesca, la minería, extracción de los recursos naturales y turismo rural, etc. (multifuncionalidad de las áreas rurales).

2) La especificidad que la distingue de otras situaciones, es decir la base de relaciones vecinales prolongadas y la existencia de intensas relaciones de parentesco entre una parte significativa de los habitantes

3) El alcance que abarca lo rural, ya que determinados territorios normalmente considerados como urbanos se pueden entender – a partir del punto anterior – como parte de la ruralidad.

Este enfoque encuentra su origen en las dinámicas rurales europeas, donde el campo fue abandonado por los agricultores y luego repoblado por un nuevo habitante rural y, por lo tanto, presenta problemas de aplicabilidad a la realidad local; sin embargo permitió mover el foco del debate hacia nuevos conceptos, haciendo coincidir la condición de rural con la de provinciano, más que con la de agricultor.

A partir de la conciencia que el tema central ya no era diferenciar dicotómicamente lo urbano de lo rural, sino tratar de entender cómo se relacionan entre sí las zonas rurales más aisladas, los pueblos y los poblados urbanos, nacieron nuevas formas de entender lo rural.

La urbanización del campo en los áreas aledañas a los centros llevó a proponer el concepto geográfico de Rururbanidad o Continuo Rural-Urbano, considerando la condición de vida de algunos actores cuyos modos y lógicas de acción basados en valores y saberes rurales comienzan a mimetizarse con la urbe y viceversa[3].

Por otro lado, Canales y Hernández[4] proponen ahora una nueva distinción, ya no entre rural y urbano, sino entre rural y agrari”, apuntando a la configuración de una red pluri-centrada de poblamientos interconectados, de densidades distintas, productivamente encadenados en torno a actividades primarias, secundarias y terciarias: el Agrópolis, o las comarcas de antaño.

Este último enfoque desplaza la tradicional dicotomía urbano/rural hacia la dicotomía urbano-agraria/urbano-metropolitana: en Chile no existirían entonces más que tres núcleos urbanos en su sentido tradicional: Santiago, Valparaiso y Viña, y Concepción. El resto, es medio rural…

 

Talca no parece Londres

Llegados a este punto, para hablar de ruralidad en el Maule, se hace necesario replantearse también la concepción de urbanidad que se ha ido asumiendo. La teoría urbana ha adquirido desde su principio un marcado sesgo metropolitano, y durante décadas se ha tratado de explicar las dinámicas de ciudades intermedias como si fueran grandes metrópolis. Más allá de la verdad de perogrullo, Talca no se parece a Londres.

Más bien, ciudades como Curicó, Linares y Cauquenes forman parte de un territorio interconectado con características agrarias claras, que Berdegué[5] define justamente como Ciudades Agrarias. Son asentamientos que bajo el criterio de tamaño poblacional deberían ser considerados como urbanos, que están en relación orgánica y funcional con las actividades económicas agrícolas y mantienen en la práctica una pauta de relaciones sociales que asociaríamos más bien a una realidad rural. En parte, esto se debe seguramente a los movimientos migratorios que caracterizan hasta el día de hoy nuestros territorios.

Esto no significa solamente que las ciudades intermedias dependen económicamente de su entorno agrario, sino que en su interior existen actividades, relaciones sociales, prácticas culturales y representaciones simbólicas de origen rural. La “ruralización de la ciudad” es un fenómeno muy común en nuestras zonas, manifestándose en una especie de contra-racionalidad esencial y casi salvífica.

Para Kenbel[6] se trata de una “cultura del rebusque”, o en términos de Weller[7] de “actividades de refugio” que se circunscriben al ámbito productivo: carreros, cartoneros, junta basuras, vendedores de fruta y verduras, etc. Sin embargo, esto va muchos más allá del espacio informal y marginal del “chileno que se salva siempre”: se trata de sujetos sociales que “sin pretenderlo, modificaron los paisajes, planos, estéticas y dignidades, y también regulaciones y convivencias urbanos[8]. Es una cuestión de identidad.

Una cuestión de identidad

Es complejo tratar de llegar a conclusiones certeras cuando se habla de territorios en transformación. Por lo pronto, y con el riesgo quizás de aferrarse a lo obvio, hay que dejar establecido lo siguiente: no existe una división tajante entre lo rural y lo urbano; no hay una identidad monolítica, prototípica: existen gradientes, matices donde es posible ubicarse socialmente, culturalmente y económicamente. Por ejemplo, una buena parte de los maulinos se identifica como “rururbano”: una mezcla de saberes, prácticas, representaciones que bien puede asociarse al acceso y al vínculo; a la libertad y a la comunidad; al anonimato y a la confianza; al pasado y al futuro, todo al mismo tiempo[9].

Sin duda esta rururbanidad representa un patrimonio, la herencia de los antepasados que se puede transformar en proyecto identitario de futuro: flujos de personas, de ideas y productos que redibujen los territorios. Y es divertido pensar que estos nuevos espacios se asemejarían mucho a las comarcas, a las viejas provincias: quizás una forma de reencontrarse simbólicamente con la comunidad perdida, de pacificarse por fin con esta sensación de ser siempre, no obstante todo, medio rural.


[1] Bengoa J. (1996) La comunidad perdida – Ensayos sobre identidad y cultura: los desafíos de la modernización en Chile. Ediciones SUR, Santiago de Chile

[2] Gómez S. (2002) La nueva ruralidad ¿Qué tan nueva? Ediciones Universidad Austral de Chile

[3] Salcedo R. y otros (2014) Urban or Rural? Rethinking territories, discourses and practices outside the metropolis. Artículo no publicado.

[4] Canales M. y Hernández M. C. (2011) Del fundo al mundo. Cachapoal, un caso de globalización agropolitana. Espacio Abierto, vol. 20, núm. 4, octubre-diciembre, 2011, pp. 579-605, Universidad del Zulia. Venezuela

[5] Berdegué J. y otros (2010) Ciudades Rurales de Chile. Documento de Trabajo N° 61 Programa Dinámicas Territoriales Rurales Rimisp – Centro Latinoamericano para el Desarrollo Rural

[6] In Kenbel C. (2006) A mitad de camino entre lo urbano y lo rural: Actores y actividades de rebusque. UNIrevista – Vol. 1, n° 3

[7] Weller J. (1997). El empleo Rural no Agropecuário en el istmo Centroamericano. Revista de la Cepal 62:75-90. In Kenbel C. (2006) A mitad de camino entre lo urbano y lo rural: Actores y actividades de rebusque. UNIrevista – Vol. 1, n° 3

[8] Santos M. (1997). A naturaza do espaço. Técnica e Tempo. Razao e Emoçao. São Paulo, Hucitec. In Kenbel C. (2006) A mitad de camino entre lo urbano y lo rural: Actores y actividades de rebusque. UNIrevista – Vol. 1, n° 3

[9] UCM y Surmaule (2010) Identidad e Identidades en el Maule – Claves para imaginar el desarrollo regional. Gobierno Regional del Maule, Talca

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