Destacados, Portada, Textos — 16 agosto, 2019 at 4:08 pm

Ángel Rama y su visión acerca de Marta Brunet: La superación femenina del criollismo

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Por Susana Burotto

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En el libro La querella de realidad y realismo. Ensayos sobre literatura chilena, el estudioso y creador uruguayo Ángel Rama analiza algunas perspectivas literarias de la escritora chilena Marta Brunet. Al leer sus impresiones se me vino a la mente el eterno y complejo del tiempo: ahí estaban, frescas, palpitantes, las palabras de alguien que ya no está, sobre una escritora también fallecida hace tiempo. Ella murió en Montevideo, él en Madrid. Las almas viajeras de ambos posadas en palabras que se quedaron con nosotros. En esa eternidad me detengo ahora, para entender, un vez más, la palabra hecha ficción. A esa ficción, a esos cuentos y novelas de Brunet se refiere Rama en algunos artículos del mencionado libro.

Primero, la relevancia de la figura de Marta Brunet en un hecho contundente: la obtención del Premio Nacional de Literatura en el año 1961 lo confirma. Ángel Rama subraya su admiración: “sutil armonía entre una cultura elaborada, una refinada sensibilidad estética y la sencillez sabrosa y popular de su conversación y sus gestos”. Justamente, esa especie de contraposición entre lo rural y lo extranjero, en cuanto a sus lecturas, su sensibilidad por la naturaleza que denota su autenticidad como mujer criada en el campo, reflotando en su palabra de narradora, desde Montaña Adentro hasta sus últimas obras. En esa evolución narrativa que describe Rama, radica uno de los aspectos que ha marcado su trascendencia como creadora: la constatación de un paulatino cambio en su devenir literario, que partirá de un criollismo vigoroso, sólido, a la par que sus compañeros varones que campeaban en esa área de rigores costumbristas, de duras imágenes del campo y de suburbios urbanos, pero donde ella, esa Brunet joven, aportaría el elemento de frescura y el leve soplo del aliento femenino que pugnaba por asomarse en sus relatos, más allá de la figura arquetípica que estos autores describían. Es este inicial punto de partida que la singulariza, que la aparta del “escenario criollista” y la muestra, ya en ese tiempo temprano, con una identidad propia. Creo que de allí arranca el asombro genuinamente admirativo de la palabra de Rama: del viaje que Brunet y su narrativa hace desde los inicios hasta la lo que él llama el realismo sicológico de sus últimos libros. La palabra de la autora lo ratifica “la tónica de mis nuevos cuentos y novelas será un creciente horror de la soledad en los personajes femeninos que son los que siempre he pintado”

li4Tal afirmación nos remite, según mi punto de vista, a algo que estaba en el origen de su palabra, aun cuando todavía navegara por las aguas seguras de un criollismo ya instalado en el canon literario de ese tiempo, y es la capacidad de, inserta en esta elegida ruralidad, trabajar en paralelo con otro ámbito, el femenino, con sus limitantes sociales, familiares, valóricas: María Rosa, por ejemplo, personaje del cuento “¿Es un ejemplo para todos?”, representa la decencia, la honestidad, la pureza, “la docilidad”, un bien siempre atesorado. Y el hecho de hacerla traspasar esa valla, está indicando -pese al desenlace aleccionador, con el arrepentimiento y la conservación de las apariencias- la búsqueda de la identidad, tiene que ver con la posición ante un orden de cosas, donde la sobrevaloración social masculina la coloca en desmedro. El cómo salga o no de ese orden de cosas, dependerá de la mayor fuerza o fragilidad del personaje. Pero está claro que para llegar a ese punto, Brunet pasa por todos los elementos que el criollismo tiene a su alcance para reforzar sus temáticas: entornos, atmósferas, lenguaje coloquial, conflictos bien delineados. Cabe preguntarse en qué momento Marta Brunet supera esta esfera buscando en sus personajes algo más que la representación socialmente aceptada de pertenecer a un núcleo familiar que la proteja del mundo exterior. La respuesta es compleja y muchas veces no está a la vista. Guillermo de Torre, en el prólogo a la edición de Montaña Adentro (1953), afirma que sus personajes reaccionan ante la aspereza masculina con diferentes respuestas, que van desde la pasividad a la fiereza. Lo anterior lleva también a otra clave en torno a la identidad narrativa de la autora: su galería de personajes femeninos, que ofrece un dibujo tan complejo como sutil. Si se revisan otros cuentos, encontraremos esa gama, donde el elemento común tiene que ver con esa reacción ante un hecho -abandono familiar, traición, violencia, abuso- que sólo la mujer en la que se focaliza la mirada narrativa es capaz de ver y nadie más. El mundo está en orden, no hay elementos perturbadores y si los hubiere, la normalidad indica que esa mujer se someta a un nuevo equilibrio, donde su papel tendrá que ser el de siempre. Sin embargo, sus relatos rompen ese equilibrio de una manera imperceptible, que sólo avisa al lector de cambios en la medida que la mujer los reconozca en ella y reaccione.

Otro de los aspectos que rescata Rama, es la contemporaneidad, el poder anticipativo de su trabajo, por ejemplo al comentar la novela Amasijo, donde la autora asume el desafío de la temática homosexual, aspecto rara vez expuesto en esos tiempos tanto en las letras masculinas como femeninas chilenas. Agregaría también un doble desafío, ya que asume la perspectiva de un hombre viviendo esa condición. En el presente, no hay tal desafío, naturalmente, pero a no olvidar que estamos ante una escritora que vivió una cultura y un modo de ver la realidad muy distintos y desde allí se destaca el adelantado accionar narrativo, que coloca a su personaje en una ruptura entre su orden externo y su intimidad desordenada y que -cito a Rama- “respira una tensión vivaz, visible en la escritura sabia, vibrante, en el análisis terso de la realidad”.

li1Pienso en Brunet y sus años cercados por tabúes y la imagino forjando a personajes que rompen las estructuras familiares, sociales, valóricas. Pero me ronda la pregunta de cuán antiguo es ese orden y obtengo una verdad a medias. Aún se respira el asombro de una Ana María del Río, de un Pedro Lemebel, que en las postrimerías del siglo XX abordaron lenguajes, sensaciones, atmósferas, que incomodaron al mundo lector de años que aún nos son cercanos. Y no puedo desconocer a una Brunet saliendo del territorio seguro en el que estaba instalada para irse con su palabra a otros lados. De alguna manera, Amasijo es uno de esos derroteros, así como María Nadie, que ya en su título ostenta una voz que se alza sobre la invisibilidad de la mujer. Rama lo expone claramente al enfatizar como elemento unificador a la mujer, en duro aprendizaje de un mundo adulto y complejo, frente a hombres que son forjados como -lo cito- “hombres que casi no existen como seres humanos: son piedras, ríos poderosos, aluviones, tempestades” y donde, por contraposición, la mujer es mostrada como resguardo de una humanidad perdida.

li5Justamente, en relación al tema de los géneros y la realidad narrativa proyectada más allá de esta condición, me parece apropiado insertarlo en este comentario porque el género ha sido siempre motivo de controversia en el ámbito de la escritura. Las clasificaciones clásicas de la narración, incluso en el canon actual, tiene un casillero inamovible con el rótulo de “literatura femenina”. Conviene analizar qué acepción actual tiene esa expresión. Puede abarcarse una cantidad de matices, que recorren desde la literatura antigua, a la moderna y arriban a la contemporánea. Mucho se ha discutido su carácter, y por cierto, es un tema que algunos niegan, así como lo hacen con la literatura infantil, afirmando que no son ámbitos exclusivos y como tal, sólo son literatura, a secas, donde hay una literatura de calidad o no llega a tal noción. Sin embargo, no se puede desconocer un hecho objetivo: hay una perspectiva sociológica en torno a una literatura que en sentido numérico de publicaciones, difusión, análisis y crítica, ostenta un sitial más reducido que la narrativa masculina. Es cierto, también, que esa reducción puede sonar simplista y rígida y evocar una tendencia desgastante a analizar el proceso lingüístico desde una estructura de nichos (literatura de mujeres, literatura de jóvenes, literatura gay, lésbica y variaciones similares) lo que a la postre reduce el punto de vista a una cuestión más bien externa.

La interrogante que se presenta a continuación es relativa al tema recién tratado y la más importante pregunta es hasta qué punto ambas autoras fueron conscientes de la proyección y alcance de sus obras. Planteo un tema complejo, que desborda los límites de una investigación específica y que es susceptible de interpretaciones muy subjetivas. Sin embargo, al hacerlo, me propongo rodear un área que nunca se puede dejar de lado: el pensamiento del propio autor frente a la creación. En el caso específico de la escritora chilena, hay un indudable compromiso con la realidad social, física y sicológica de los personajes, criaturas que representan un espectro tangible de la realidad nacional de la época. En tal sentido, podría afirmarse que la suya es una narrativa consciente de su posición como mujer, testigo y observadora de entornos específicos- en su mayoría, rurales, construidos como propuestas costumbristas- que responden a la idea de una escritura objetivamente pensada para poner en práctica algo que puede estar rozando una ideología literaria, un discurso donde el entorno rural y la relación hombre-mujer es el tejido sustentador de su propuesta. Es aquí donde vuelve la interrogante anterior: ¿es solo eso? ¿No es una perspectiva que estrecha, que limita su creación a una sola mirada, más bien historicista y cronológica? Si bien esa perspectiva es necesaria y legítima, creo que también otras lecturas -que, de hecho, ya han realizado autores tan importantes como Diamela Eltit- pueden ofrecer nuevas miradas que revitalicen su obra y que la coloquen en directa relación con una continuidad temática que ejemplifica bien una línea dentro de la narrativa femenina chilena.

Más allá de estas conjeturas, creo que Ángel Rama afirma una verdad rigurosa sobre su obra. Imposible desconocer -y tanto más en los tiempos presentes- un indudable compromiso con la realidad social, física y sicológica de los personajes, criaturas que representan un espectro tangible de la realidad nacional de la época. En tal sentido, podría afirmarse que la suya es una narrativa consciente de su posición como mujer, testigo y observadora de entornos específicos- en su mayoría, rurales, construidos como propuestas costumbristas- que responden a la idea de una escritura objetivamente pensada para poner en práctica algo que puede estar rozando una ideología literaria, un discurso donde el entorno rural y la relación hombre-mujer es el tejido sustentador de su propuesta. Es aquí donde vuelve la interrogante anterior: ¿es solo eso? ¿No es una perspectiva que estrecha, que limita su creación a una sola mirada, más bien historicista y cronológica? Si bien esa perspectiva es necesaria y legítima, creo que también otras lecturas pueden ofrecer nuevas miradas que revitalicen su obra y que la coloquen en directa relación con una continuidad temática que ejemplifica bien una línea dentro de la narrativa femenina chilena, con tópicos como los anteriormente expuestos.

El tributo de Rama, al observar que Brunet elige la libertad y que con ello, también obtendrá la condición de ser diferente, no es más que el rasgo distintivo de los grandes narradores, sean hombre o mujeres. Cuando habla de “su tacto sensible, intenso y trágico, duro y tesonero siempre, de la vida humana” la evoco a ella y sus personajes, latiendo con sangre, pensamientos, dilemas, sueños y silencios, y no puedo sentirla como parte de un pasado sino como una protagonista eterna de una literatura que respira vida.

 

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