Por Vittorio Farfán
¿Qué cresta es la ruralidad?: ¿lo que no está adentro del progresismo? En el cine chileno, siempre se ha acostumbrado a mirar la ruralidad de una forma costumbrista, incluso diciendo que las personas en las salas de cine (los 3 pelagatos que van), apuntan a la pantalla y gritan “SÍ, ASÍ ES EL CAMPO POH WEON!”
¿Estaremos al frente de una realidad rural que no distan mucho a la que nos daban las comedias del canal católico en los años 90?
La caricatura rural
Nos acostumbramos a ver la ruralidad como algo alejado de la globalización, como si en el campo fueran animales silvestres vendiendo queso fresco -como en la sobrevalorada película huacho- o actuaciones teatrales -dicho peyorativamente- en las películas de Andres Wood. Ese campo seudo tarkovskiano en todo ese cine arte que acostumbran a hacer en chile -que nadie ve en Chile- pero nos dicen que en Europa hace furor como las uvas que nunca vemos en nuestras mesas. A pesar de algunos casos que exceden la regla, contados con los dedos de una sola mano, existe un lote de clichés que siempre se cumplen:
- Subyugación del campesino: el habitante rural es un ente esclavo, entregado a su ambiente, donde vive todo los días como un circulo kafkiano: ligado a actividades monótonas donde su único premio es volver a sentarse a mirar su pobreza.
- Precariedad rural crepuscular, pero… ¿romántica? : vemos un campo bastante carcomido por la culpa de unirse a la globalización. Significativamente precario, todavía funcionando primitivamente y a su vez agonizando. Lo peor es que, generalmente, el director obliga a los actores a simular a vivir esta agonía, ya que lo considera una instancia romántica para demostrar o darle una connotación de necesidad turística “vaya al campo a ver que la globalización FUNCIONA”.
- Olvido de lo indómito: el olvido del rol como pionero del campesino,
Donde ya se encuentra perdido ese lazo de proximidad a la tierra y se encuentra sentado esperando como una doncella que lo venga a rescatar el héroe de civilización.
El problema es cuando las lecturas de la “ruralidad” no distan mucho de las lecturas que acostumbran hacer medios más básicos como la televisión. El principal problema es el prejuicio presente en manejar a los personajes como seres promedios y radiografías absolutas de todo un segmento, llegando a no tener cariño a esos personajes, tener los prejuicios claros.
Usando como norte, el género por excelencia de la ruralidad, sinónimo de cine, el western, algo claro que puede tener este género, con sus pros y contras, es el contarnos la historia de cómo el mundo indómito no se quiere entregar a la civilización, como ese romanticismo de sus personajes, por dar la batalla y no quedar obsoletos, que sus existencias son místicas e incluso ellos representan lo que nunca se entregará. Dentro de lo que podríamos llamar “distinto” en la manera de encarar lo rural, en la filmografía local, destaca el caso de “EL pejesapo” de José Luis Sepúlveda, aquí el episodio de ruralidad, presente a lo largo de todo el film, es la ruralidad real: la ruralidad indómita, la ruralidad de un ser que tiene una simbología, un Lobo Lobo como diría Silvio Rodríguez. Un ser que representa la rabia de ese campo que ve el pasto seco, que lo elimina. Toda una etimología de rabia y odio reflejado a ese mundo suburbano. El protagonista no es bueno, no es malo, sólo es indómito.
Los principales puntos que puedo dejar planteados son que la ruralidad tiene un carácter propio, que más que tener prejuicios frente a ella, debemos demostrar cómo no se supera su misticismo, su fuerza y su espíritu indómito. Deberíamos buscar más ángulos para interpretar esto, no sólo con convencionalismo de la caricatura; convencionalismo de la contemplación; convencionalismos de ridiculizar lo que no está en nuestro estúpido perímetro, busquemos nuevas interpretaciones a todo, recordemos ese campo espectral lleno de fantasmas que hablan del pasado y lo reencarnan en seres como mas alma que cuerpo.