Destacados, El Mito — 11 septiembre, 2016 at 9:04 am

El código del Hampa

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Alfredo Gómez Morel

El código del hampa

por Medio Rural

El escritor y delincuente, Alfredo Gómez Morel, nace en Santiago el 23 de Diciembre de 1917. Hijo de una prostituta llamada Ana Morel Serrano y del estudiante Agustín Gómez Aránguiz, hijo de un diputado por Santiago del Partido Nacional, Gómez Morel viene al mundo producto de la relación de una noche. La pareja se conoció en Punta Arenas cuando el joven Agustín acompañaba a su padre en una gira electoral. A los tres meses de vida, Alfredo Gómez Morel fue abandonado por su madre a la entrada de un conventillo de la ciudad de San Felipe. Doña Catalina Oliva de Osorio decidió tomarlo bajo su protección en la chacra Santa Catalina. Después de dos años de cuidados, la señora Oliva se vio obligada a internarlo en el convento-orfelinato de las monjas carmelitas de la misma localidad debido a las presiones de su marido. A la edad de siete años, y a causa a los continuos maltratos que sufrió al interior del recinto por las monjas del lugar, se fugó del orfanato y volvió a vivir con Catalina Oliva hasta los once años. Allí recibió su primer nombre: Luis. El propio Gómez Morel lo relató así en su testimonio biográfico aparecido en 1971 en tres entregas publicadas en la revista Paula: ¿Por qué me convertí en delincuente?. “Llegué a la conclusión de que debía fugarme. Lo hice. Antes me fui a la despensa y me robé algunos alimentos. Al cruzar el patio vi un palo de escoba apoyado en una palmera. Monté en él y me largué hacia el mundo”. Pero antes que Alfredo Gómez Morel pudiera emprender vuelo propio, su madre biológica, viajó a San Felipe y reclamó su tutoría legal a Catalina Oliva de Osorio. Ana Morel trasladó a su hijo a Santiago y le cambió el nombre por segunda vez: Vicente.

Los pelusas del Mapocho

Su padre, Agustín Gómez, utilizó su red de contactos para que Gómez Morel ingresara al internado de La Gratitud Nacional en donde permaneció por un lapso de tres años, asumiendo su nombre definitivo: Alfredo. En esta institución sufrió vejámenes por parte de los sacerdotes que oficiaban de profesores. Así lo expresa en el prólogo de su novela El Río: “En el colegio, tanto en el alma como físicamente, fui golpeado por otras dos personas que jamás creo debieron cruzarse en mi vida. Fueron dos sacerdotes depravados sexuales”. Estas traumáticas experiencias lo hicieron escapar del colegio, y entró en contacto por primera vez con los pelusas del río Mapocho. El impacto fue total: “Pero la fugaz percepción que tuve de ese mundo lleno de basura, plagado de perros tristes y habitado por niños de mirada torva, me atraía. El río tenía un sentido, tenía un encanto. Desde que conocí el Mapocho supe que él era otra manera de llamar a la libertad y el amor”.

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La educación de un ladrón

Incitado por sus nuevos amigos, los pelusas, Alfredo Gómez Morel comenzó a delinquir y fue expulsado del internado La Gratitud Nacional por hurto. Nuevamente gracias a la influencia política de su padre, Gómez Morel comenzó un recorrido por diferentes instituciones educacionales como el Patrocinio de San José, el Internado Barros Arana y el Instituto Zambrano. Fue expulsado por robo de todos los colegios, y su vida siguió asociada al delito, siendo derivado por las autoridades a la Casa de Menores ubicada en la calle San Francisco. La estadía le sirvió de escuela donde cursó clases de carterismo, cuenteo y escapeo con los delincuentes mayores, para finalmente titularse de choro.

El código del hampa

El escritor Mario Silva es considerado la nueva voz de los bajos fondos de la literatura chilena. De niño estuvo internado en la Fundación Mi Casa, y le tocó compartir vivencias con los pelusas del Mapocho que eran derivados a la institución. Leyó El Río a los catorce años y actualmente se perfila como una de las voces más potentes del mundo marginal. Silva sostiene que antiguamente en el mundo del hampa existían códigos muy distintos a los del día de hoy: “Ahora, la característica más marcada es que no hay códigos”; cuenta que dentro del universo delictual existían niveles: “El lanza internacional era considerado el playboy del hampa, y Gómez Morel llegó a tener el equivalente a un doctorado universitario”. La vida de Alfredo Gómez Morel transcurrió hasta los 18 años entre el Mapocho y la cárcel. En una de sus primeras estadías en la prisión de Valparaíso, conocido como Los Pimientos, se convirtió en amigo de uno de los príncipes del hampa de Chile: El Ñato Tamayo. Él lo instruyó en el Código de honor del hampa. Alfredo Gómez Morel lo relató así en su testimonio biográfico publicado en la revista Paula:

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  1. Nunca delates.
  2. Jamás des filo (quedarse con la mayor parte de un botín ganado con uno o más compañeros de robo).
  3. Nunca preguntes lo que no te digan, pues si te dicen algo es porque no quieren que lo sepas.
  4. No te metas nunca con la mujer de otro choro.
  5. Si te caes en una biaba, en el juzgado debes limpiar a tu compañero y tienes que cargarte tú (dicho de otra forma: si la flagelación en Investigaciones me obligaba a confesar el nombre de un compañero, ante el Juez debía decir que no lo conocía y tenía que asumir solo la responsabilidad y autoría del robo).
  6. Jamás falles a un apuntamiento (cita que se dan dos o más delincuentes).
  1. Cuando caiga en cana un compañero tuyo, tienes que mandarle el paquete (ayudarlo semanalmente con alimentos) mientras él esté en cana.
  2. Nunca debes enseñarle lo que sabes a un gil avivado (novato).
  3. Cuando otro choro te haga algo, tienes la obligación de avivarnos si es que te ha sapeado o de cobrar tu plata, tú, si es que te verduguearon o te dieron harina (debía alertar al grupo delictual en caso de delación o estaba obligado a hacer mi propia justicia si un socio me apuñalaba o se quedaba con mi parte de un botín.
  4. No te olvides jamás que un verdadero delincuente, nunca usa la violencia sino la cabeza; por eso tienes que detestar a muerte a los sarteneros (asaltantes) y a los cuelgas de ajo (cogoteros).

 

El Río

En la década de los sesenta, Alfredo Gómez Morel fue indultado y quedó bajo la protección de algunos benefactores como Blanca Elena Grove, los doctores Milton Calderón Dosset, Francisco Hoffman, Guillermo Varas y Claudio Naranjo. En ese período comenzó a escribir su primera novela titulada El Río; el libro es un relato autobiográfico que escribió como parte de una terapia de rehabilitación delictual y que tuvo 17 ediciones en Latinoamérica, y fue publicada en Francia por la editorial Gallimard, con prólogo del Premio Nobel Pablo Neruda quien lo tildó de “clásico de la miseria”.

Vivir para contarla

“La primera vez que conocí a Alfredo Gómez Morel fue gracias a mi amigo Milton Calderón”, recuerda el siquiatra Claudio Naranjo. “Milton me contó que su hijo estaba compartiendo celda con un hombre fascinante que quería escribir sus memorias”. Naranjo y Calderón ayudaron a Alfredo Gómez Morel haciéndole llegar a la cárcel de Valparaíso útiles básicos para escribir como papel, lápices y una lámpara. “Él me contó que se sentía como un gusano y que su vida no tenía sentido. Como yo trabajaba en siquiatría, creí que era fundamental que mis pacientes pudieran entender su propia vida mediante la escritura”. Naranjo comenzó a reunirse con Gómez Morel en una oficina pintada de negro donde trabajaban en la oscuridad. Ahí fue testigo de sus primeras entregas de material. “Yo le sonsacaba todo lo que podía”. Poco a poco, Alfredo Gómez Morel fue atreviéndose a contar su vida, y en ese proceso estuvieron trabajando codo a codo por varios meses. “Yo veía un proyecto de libro en potencia, y estimaba que Gómez Morel estaba frente a una oportunidad única en su vida para presentarse desnudo frente al mundo y sanarse”.

La caída en desgracia

Pese a que recibió todo tipo de elogios, tras la publicación de El Río la situación personal y económica del escritor fue empeorando debido a su alcoholismo. El 28 de diciembre de 1976 apareció publicada una carta al director en el diario Las Últimas Noticias firmada por Alfredo Gómez Morel, donde anunciaba un estado grave de salud: “Estoy gravemente enfermo: corazón, estómago y, posiblemente, hemiplejía”. En la carta solicita ayuda y pide regalos para sus hijos. Cuenta que vive en una rancha ubicada en Once Poniente N°8380 en la población San Gregorio de La Granja. Luz Alvial, la viuda de Gómez Morel, rememora con amargura aquella época. Recuerda que pudieron salir a flote gracias a la gestión de Jorge Vargas, quien trabajaba en la dirección de desarrollo social de la Municipalidad de La Granja. Vargas señala que Alfredo Gómez Morel lo visitaba los fines de semana cuando necesitaba un descanso, y que disfrutaba especialmente el jardín de su casa para leer y escribir. “Yo trabajé en la Municipalidad de la Granja en el año 1976, y lo conocí a través de un amigo en común. Mi amigo me dijo que tenía un conocido que se llamaba Alfredo Gómez Morel, y que estaba en una situación muy precaria: su salud era pésima (diabético, hipertenso, escuchaba mal y sufría problemas a la vista), y que tenía una orden de desalojo porque no había pagado el arriendo. Yo le pregunté dónde vivía y él me dijo que en la población San Gregorio”. Vargas le consiguió un trabajo a Gómez Morel en la sección de informaciones de la Municipalidad de la Pintana. “La Municipalidad aún no estaba completamente construida así que se necesitaba alguien que informara al público. A mí me pareció que Alfredo era la persona indicada, así que le habilitamos una oficina con teléfonos para que pudiera trabajar a gusto, y dispusimos que almorzara sin costo en el casino”. Alfredo Gómez Morel duró un año en el trabajo. “El me decía que perdía la cabeza con la plata porque se sentía como un rey”, afirma Jorge Vargas. “Como recibía la plata, así la gastaba y la botaba”. El escritor Mario Silva recuerda haber conocido a Alfredo Gómez Morel a fines de los años setenta en la Feria del Libro de Santiago y cuenta que estuvieron conversando por alrededor de veinte minutos. Su impresión fue que Gómez Morel ya estaba desengañado del mundo y que parecía una persona gastada. “Vi en él una mezcla de amargura y enfermedad, y tenía un aspecto enfermo y cansado: la vida lo estaba abandonando”.

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Triste, solitario y final

Las últimas señales del autor se encuentran en diferentes periódicos de la época. En ellos se informa que el 15 de agosto de 1984 a las 7 de la mañana habría fallecido el escritor chileno Alfredo Gómez Morel en una pensión ubicada en Balmaceda 1372, en la población San Rafael de La Pintana. Luego fue habría sido llevado a las losas del Instituto Médico Legal de Santiago como un NN. A la espera de algún pariente que lo reconociera y le diera sepultura. Lo cierto es que su certificado de defunción indica que murió de una cardiopatía hipertrófica e insuficiencia aguda miocardial y traumatismo de hombro izquierdo. Luz Alvial señala que Gómez Morel murió completamente olvidado. “Alfredo murió tirado en la rancha, y de allí se lo llevaron después al Instituto Médico Legal. Tres días estuvo ahí sin que nadie lo fuera a buscar (…) Ni siquiera lo enterraron con su nombre. De hecho, le pusieron el nombre de Luis Morel Gómez en la lápida”.

El escritor nortino, Andrés Sabella, publicó una crónica en El Mercurio de Antofagasta el 29 de agosto de 1984, en la que despidió a Gómez Morel. “Alfredo murió tal como los personajes de sus libros, peleando, a vida y muerte, con la vida y la muerte (…) Sencillamente se perdió en el mundo”.

 

 

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