Destacados, Editorial — 8 agosto, 2019 at 10:45 pm

¿Qué chuchas es Chile?

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Editorial

“¿Qué chuchas es Chile? ¿Y tú me lo preguntas?” fue la respuesta interrogatoria del poeta Bruno Montané, que vive hace más de cuarenta años en España, cuando lo tentamos, con malas artes, a escribir en torno al mito de su patria. “Es un riesgo eso, ¿no? El riesgo de Chile en mi memoria” remató dejando esta sentencia que sirve como el ovillo de hilo dorado para salir del laberinto. Hay tantos Chile- peligrosamente, nos advierte Montané- como tantos recuerdos desentonados por nuestra imaginación, por la infancia, por los relatos, por la literatura, etcétera.

Hay mitos oficiales y mitos oficiosos, parafraseando a Metha, los primeros son aquellos grandes, bombásticos, que sacamos del Frías Valenzuela y que repetimos casi sin cuestionar y que configuran, de alguna forma, una percepción estática y estética y casi nunca vencida (ni con bandera arriada) de la historia patria. Esto, claro, no es un invento propio de esta nación. Es más, en todas las latitudes los conceptos aprendidos y compartidos son los que sustentan la idea de valores soberanos. Los oficiosos, en cambio, son esas ráfagas de información – ciertas o falsas, ¡qué importa!- que de a poco se van filtrando sutilmente, hasta convertirse en roca firme, en idea compartida, en explicación o expurgación de nuestro pasado y futuro. Ambos, los que se transforman en “marca país” y los otros, que compartimos para callado, son legítimos y necesarios para forjar aquellos arquetipos que sirven de guía y que en tanto chilenos, conjunto de personas diversas en un territorio común, reconocemos como propios.

Tras dos años de silencio en que las noticias de Medio Rural eran solo los avisos -pantallazos y mensajes- de hallazgos de la revista a la venta en los cajones de saldos de librerías de pueblo, el período en la caverna nos dio ímpetu para enfrentarnos con el dragón, con la gorgona de más culebras y, so pena de petrificarnos, nos arriesgamos – “serio(a)s y semifabuloso(a)s” – a una de las preguntas más grandes: ¿cuál es el mito de Chile?

Kenneth Rexroth propone que “la tensión dramática es algo inherente a la literatura. No depende de la intervención sobrenatural o divina, sino que surge de las relaciones entre los personajes, y pone de manifiesto el dinamismo fundamental de la existencia humana”. Lo que nos quiere decir el poeta es que las interacciones de lo humano con lo divino, en la mitología, tienden a petrificarse a medida que se van obteniendo respuestas, que se develan los misterios, en cambio, y aquí remata con una frase con pasta de epígrafe: “la tragedia solo puede darse entre los hombres”. En este número no intentamos cavar en la interrogante de la formación patria, del origen, si no que nos interesa sondear cómo nos vemos, cómo nos pensamos los chilenos.

Todo mito es un viaje y nuestra epopeya tiene varias estaciones: de Condorito, en Cumpeo, nuestra propia Disneylandia rural, pasamos a la subversiva reescritura de La Araucana de Alonso de Ercilla y Zúñiga, a manos de la maestra Elvira Hernández. Nos detenemos en un bar para una larga entrevista al escritor mexicano Julián Herbert, en la que describe, demostrando un conocimiento de causa inesperado, cómo es Chile. Luego, nos enfrentamos a Raúl Ruiz, genio inclasificable, maestro en el arte de llevar la contra y salirse con la suya. Fue el que más películas le dedicó a su país, aunque Portugal hiciera las veces de Valparaíso, y sin empacho dijo: “la realidad chilena no existe, más bien es un conjunto de teleseries”.

A continuación, la destacada poetisa Milagro Ábalo responde a nuestro encargo declarando: “siempre hay una tía”, a la que, pariente o no, siempre podremos recurrir cuando nos falta una madre (o el Estado); atravesamos, después, con   Catalina Porzio, una de las aventuras chilenas más utópica: la Amereida. Visitamos a Diego Maquieira, una especie de oráculo de bajas pulsiones, quien predijo acertadamente que nevaría en el espacio para que nos explique su siguiente visión: los cerros Aconcagua y Annapurna (en el Himalaya) son amigos y se comunican.

“Chile es un país poco visual”, dice Guillermo Machuca, el tipo que mejor comprende lo que pasa con el arte chileno actual, sus derivadas y cagüines varios. La siguiente detención es dura y femenina. Primero, Mario Verdugo, reivindica la obra de la talquina Marta Jara, y luego Susana Burotto se aprovecha las críticas del uruguayo Ángel Rama para posar la mirada en los anteojos negros y el “realismo sicológico” de Marta Brunet. Germán Carrasco dice sin cuchufletas que el poeta que más le ha llamado la atención últimamente vive, describe y se desvive en las tierras de las Aguas Negras.

Finalmente, Bruno Montané, tan consciente como nosotros de que este es un ejercicio heroico, en tanto está irremediablemente destinado al fracaso, reconoce que enfrentarse a esta problemática es como meterse en una “cajón de sastre”, lleno de chinches, artilugios, restos de piezas y objetos olvidados. Quizás, luego de todo este recorrido, la mejor definición de lo que entendemos por un país no sea muy distante a eso: retazos, recuerdos y artefactos a los cuales cada uno pueda darle diversos significados y usos.

Valery es quien dice: “no basta con comprender, necesito desesperadamente traducir”. Los que pertenecemos a este país, en cierto grado lo entendemos, pero ¿somos capaces de traspasar esas nociones a palabras, a un relato? Esa fue justamente nuestra idea. Les presentamos, entonces, pequeños trozos, visiones parciales, de ese cuadro surrealista pero real que es Chile.

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