Poemas — 24 diciembre, 2014 at 1:41 pm

Poemas VII

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Por Héctor Hernández

 

El Entierro

 

Estamos sentados alrededor de una mesa de madera artesanal y podría ser algo así como un día de campo, pero es de noche. Una luna llena ilumina la colina y podemos ver los campos floridos. Una suave brisa fresca trae su perfume. También vemos una estrella rojiza que es Marte. Nos miramos a la luz de una vela y bebemos vino. Puede ser una especie de ritual, pero no hay ningún objeto inusitado. Salvo un gato con rostro extraño que se pasea entre nuestras piernas. Sólo disfrutamos la noche. El hombre negro se pone de pie. Está vestido y ceñido de blanco. Su cuerpo es grande y robusto como el de un guerrero. Tiene los ojos rojizos y parece enojado, pero no. Lo más probable es que estemos a comienzos del siglo menos III en el sur de Atenas. Me mira y me pregunta de dónde vengo Dejo mi copa y le respondo La escena evoca audacia y bravura. El hombre luego de la pregunta se ve altivo y desvergonzado. La mujer revestida con un manto, rojo por arriba y blanco por debajo, con un pie adelantado se levanta de su asiento elegantemente y pregunta con nobleza: ¿Cuántos son? Luego el tercer hombre en la mesa avanza hacia mí. Es pálido y de cabellos rojizos. Está vestido de rojo, lleva un brazalete de oro y sostiene un bastón de madera. Pareciera ser un mago. Se nota inquieto porque no puede hacer el bien que desea. Su rostro resplandece de tanta humanidad. ¿Nos harán daño? me pregunta con una sonrisa nerviosa. Yo le miro las manos y respondo que no ¿A qué se refiere ese no? me inquiere con curiosidad. Los tres se miran entre ellos y luego me miran a mí. En sus miradas hay un dejo de tranquilidad por mis respuestas. Me tomo la cara y me doy cuenta que llevo una máscara. No, no es una máscara. Tengo bigotes y la cara peluda. Bajo la colina a toda velocidad. Unos perros intentan corretearme. Estoy contento. Tengo una  nueva vida.

Sin lugar a dudas es una isla. Por el color y la textura del suelo pareciera ser de origen volcánico. Debe ser la Polinesia, pero no creo que pueda calcular la época. En frente mío un hombre totalmente desnudo ha dejado de labrar la tierra. Las huertas se ven rebosantes y los establos ordenados y limpios. Es evidente que ama hacer esto. A un costado tiene un pequeño cuadrado sin sembrar donde hay una mesa y un libro sobre ella. Dices en tu libro que no nos harán daño ¿Por qué pasó tanto tiempo en que se presentaran de este modo? me pregunta. Otro hombre desnudo se acerca. Tiene una llave en la mano y pareciera ser el líder. Se mueve y habla con autoridad. ¿Existe el futuro? me pregunta mirándome directamente a los ojos. Atrás de él un perro le ladra a un toro que arrastra un arado. Sonrío ante la pregunta y le hablo de Los Libros de la Vida. Un tercer hombre se acerca, pero es distinto a estos dos. En una mano trae una serpiente y en la otra una flecha. Camina rápido y con la mirada pegada al suelo. A pesar de lo ajado de su rostro no ha perdido su inocencia. Pareciera ser el sirviente. Extiende su mano para alcanzarme el animal. Lo tomo y lo guardo en una bolsa. Mis manos son finas y de mujer. Soy una sacerdotisa. Llevo un collar de oro y tengo miedo a que me lo roben. El primer hombre me da el libro. También lo guardo. Quieren que les dé algo a cambio. Apunto a la estrella de la tarde y les digo que tomen de mí lo que quieran.

Es el entierro de alguien, de alguien importante. Un camposanto. Llovizna. Puede ser el siglo XV, quizá los suburbios de Londres. Hace frío y el silencio es un tanto aterrador. Hay dos fosas. A la primera de ellas se acerca un hombre con una vara en la mano, que parece servir a otro que permanece en silencio detrás de él. Lleva un blusón que le llega a los tobillos con el símbolo de Mercurio en el pecho. Tiene a la apariencia de ser ciego. No, los dos tal vez lo son. A la segunda fosa llega un hombre con una flauta en la mano. El otro que venía con él se ha metido a cavar la tierra. Se ven ciertamente patéticos. Algo en ellos es infame y deshonesto. Finalmente llega otro par de hombres. Uno busca sus armas por todo el sector. Se nota que las ha olvidado al partir. El que le acompaña es un loco con un ave en su diestra y también trae una flauta. Junto al río viene una caravana fúnebre. Se ven las coronas y los arreglos florales. Uno de los ataúdes trae a una hermosa mujer ya mayor. Es la emperatriz. La lloran sinceramente pues fue piadosa y benévola. El otro ataúd viene vacío. No entiendo porqué. Guardan silencio y el hombre que llegó con una vara al comienzo me pregunta: ¿Qué significa vuestro símbolo? Luego me pregunta con capciosidad: ¿Somos nosotros una profecía desde el porvenir? Se oye un murmullo de todos los presentes. Entonces el primero que llegó con la flauta toca una melodía y me pregunta si las palabras morirán. Pienso un rato. Observo las miradas de las personas que están en este entierro. No, no morirán, contesto. El loco suelta al ave y saca una espada. Me la entierra en el pecho. Siento un dolor punzante tan intenso que me arrodillo y caigo a la segunda fosa. Miro mi vestimenta y me reconozco. Soy el hermano de la emperatriz. El científico al que expulsaron por blasfemo. Entiendo por qué me matan. Tienen miedo de mi poder. Del río sale una serpiente que atraviesa al gentío que ha venido al entierro. Se inmiscuye hasta llegar a los pies del tipo con el blusón. Son hechiceros mediocres y oscuros. Los incrédulos aplauden la superchería. Yo me desangro lentamente y pienso en cuál es la cualidad que más admiro en una persona. La inteligencia cariñosa me digo. Sonrío mientras las primeras paladas de tierra caen sobre mi rostro.

Un gran salón. Una fiesta real. No sé si es un matrimonio o un cumpleaños. Hay una hermosa niña con un vestido con un amplio falso. Parece una princesa. Tiene una corona pequeña sobre su cabeza. Sonríe amablemente a quienes la saludan o extiende su mano con sutileza. Todos han venido a verla. Más allá un hombre joven muy parecido a ella contempla la escena con orgullo. Creo que es su hermano. Una mujer llega a sentarse con él y empiezan un juego de mesa. Se ve que apuestan en broma y carcajean de risa. Es una escena de júbilo. Yo camino junto al emperador que se siente dichoso al ver la felicidad de sus hijos. Es una fiesta opulenta pero sobria. Toma una copa y me la ofrece ¿Cuál es el nombre de tu sangre? me pregunta de improviso. Me mira de reojo. Reflexiona en silencio. El emperador deja de oírme y presta atención al barullo que se ha hecho en la entrada del salón. Cruzando la puerta principal aparece un hombre con apariencia de cazador con una pica y su cuerno de caza. Afuera ha dejado amarrados a sus perros que ladran rabiosamente. Se parece a físicamente a los hermanos pero su rostro no es plácido ni pacífico. Pide hablar con el emperador. A una de las mujeres a mi lado la escucho decir que es su hijo bastardo. Mirándolo bien no parece agresivo sino melancólico e introvertido. Salen ambos hacia la pileta de agua del patio. Hablan acaloradamente hasta anochecer. La luna brilla sobre ellos y la fiesta continúa sin tanto barullo y a la expectativa de la discusión entre ellos. Finalmente el emperador entra y anuncia la llegada de su hijo. Todos se sorprenden y murmuran. Los hermanos se miran estupefactos. El cazador entra lentamente mirando a todos a la cara. Se saca el gorro y hace una reverencia. El emperador le acerca una copa y lo abraza. El hombre bebe de un solo trago el contenido. Tiene una arcada, se aprieta el estómago, convulsiona y cae muerto. Los guardias lo sacan del palacio. El emperador vuelve a animar la fiesta y hace como si nada hubiese ocurrido. Se sienta a mi lado y continúa la conversación. ¿Es este el nombre de tu sangre? y mira mi copa vacía. Pide una más a uno de su servidumbre y me la da. Adentro tiene un escarabajo.

No estoy seguro si es un lugar real. Más bien parece un sueño o una pintura barroca. Tampoco podría discernir la fecha. En una de las esquinas hay un hombre montado sobre un león. No sólo se ve audaz, sino también violento y cruel. En la otra esquina no distingo muy claramente. Es una figura con las manos en alto. Sí, es un hombre y lleva una corona. Está encolerizado y amenaza a alguien con una espada. En la otra mano lleva un gran escudo. Entre ellos pero más cerca de donde estoy hay un joven que sostiene en su mano un látigo. A su lado un hombre mayor, muy triste y de feo rostro. Por su semblante pensaría que está pagando una culpa que no es de él. Tal vez sea un sacerdote. Tiene sus manos cruzadas sobre su corazón. A pesar de ser la escena bastante intensa da la sensación de que la recorre una forma de deseo que no distingo completamente. Más bien que una pintura pareciera ser una representación. Incluso una fiesta de disfraces. Ninguno de ellos se mueve ni dice nada. No entiendo qué sucede. Me acerco al hombre sobre el león y me intercepta con una pregunta: ¿Esas luces existen? Me quedo un tanto estupefacto y demoro en responder. Entonces el león que no era tan león también me aborda. La escena me hace sentir distinto a ellos. Guardan un secreto o de verdad yo soy el extraño aquí. Si es que están actuando quisiera también sumarme a su obra. Al otro lado del lugar hay tres puertas. Una está entreabierta y entra la luz del sol por ahí. Voy hacia donde el hombre que ha sido azotado y salimos. Ya no se ve tan demacrado e incluso sonríe. Me pide fuego y enciende un cigarrillo. Me cuenta que el tipo del látigo es su amante. El del león también. Siento que quiere investigarme. Me vuelve a observar pero se fija en mi rostro ¿Cuánto duran sus noches? me pregunta arqueando las cejas y con gesto un tanto desafiante. En eso le digo que mejor entremos pero me dice que sigamos caminando. Me siento cansado y me tiritan un poco las piernas. Delante de mí hay una rama de un árbol que uso como bastón. Me fijo en mis manos y están arrugadas. Son raquíticas y deformes. Me doy cuenta que soy un anciano. Mi pecho se agita y me cuesta respirar. Le pido que nos sentemos. El sol que iluminaba todo era un gran foco que cambian de lugar. Un búho gigante pasa levitando sobre nuestras cabezas y me lleva con él.

 

 

 

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