Poemas — 2 marzo, 2020 at 9:26 pm

La línea del desierto

by
por Alicia Genovese

La contadora de historiaspo2

Así, comienzan los finales:

un viento del Cáucaso

soplando sobre la estepa

envolviendo rollos secos que salen

fuera de plano,

un viento que levanta arena

en el desierto de Gobi

mientras tres nómades

montados en camellos

a través de las dunas, persiguen

algún punto de descanso

apenas vislumbrado en la lejanía.

Serían los paisajes finales, si filmase,

cuando las ráfagas de ese viento

se entremezclan ondulantes

entre las cortinas de mi cuarto,

entre los movimientos

del corazón que permaneció cerrado

toda la noche

para que no lo vean, para que no lo oigan

(adentro de un cofre oscuro),

y ahora se lanza hacia la estepa

con los camellos

espoleados por los nómades.

El corazón es un migrante esta noche;

caminó exhausto

por una calle donde su paso

había sido borrado;

(no quiso hablar, supo que no iba

a ser oído).

El viento silba

sobre las cortinas;

el sonido áspero del viento se parece

al de una flauta

soplada por un músico

en un mercado de Marruecos,

a la vibración monótona de un bajo

a través del paisaje seco de Texas.

La melancolía es infinita

(le dicen desde ese desierto),

pero la pena

puede cesar.

La puerta del viento lleva

al centro de la nada,

a un lugar despoblado

donde solo el sonido sibilante sobrevive

y el aire te envuelve

como las sábanas en la oscuridad.

Con la música de un instrumento

de una sola cuerda

insistentemente pulsada,

así, comienza el final;

otro día contaré la historia,

en la melancolía infinita

con la única cuerda del corazón,

cuando la pena cese.

 

 

 

La ruta del desiertopo3

Si algo aprendí es a irme,

cuando los cuerpos se cierran

cuando las palabras se enfrían

y sostienen la lógica, pero no a mí,

me dejo ir hacia un lugar perdido,

un país detrás de las cosas.

Con un adiós imperceptible

el vacío comienza,

desaparecen los edificios, los autos,

los semáforos, que no son ahora

señales.

Ya no estás ahí, estás

en la ruta del desierto,

en marcha hacia lo inconexo,

lo áspero, lo faltante.

Podés ver abrojos

en los pastos escuálidos

se inclinan y sisean

como serpientes.

Podés ver el color seco

del Mojave,

es Arizona hacia Albuquerque,

es el camino monótono

en la meseta patagónica que emerge.

Estás a la intemperie,

no hay engaño, lo visible

es lo existente.

Manejás

por una ruta sin límites.

La única emisora de radio

dejó hace rato de captarse

y la aguja del tanque de nafta

baja como un cuchillo;

no hubo tiempo para previsiones.

Manejás,

el volante apretado

como si sostuvieras en tu eje

el giro de las cubiertas.

Irse lejos

con elegancia, con la altivez

habitual en los que fueron fuertes,

pero ahora las cosas desaparecieron

y podrías caer

convertida en un cactus

a través del polvo.

La imagen en el retrovisor

igual a la del parabrisas.

Llegar a ninguna parte;

con lo que dije, lo que no dije,

lo que debí hacer;

escribir

y no pasar en limpio.

La ruta crece;

es la misma ciudad hundida

en los cuartos donde se acorrala

el amor sin preguntas, sin reflejos más que

para sus ojos dulces que devoran.

Manejás,

llevás el arañazo imperdonable,

la mirada previa de los grandes felinos.

La ruta debería cambiar,

un giro, una bifurcación,

los olores del riego

aplastando la arenisca,

y que el camino conecte

y que el mapa tenga

algún sentido.

Nada, por ahora.

 

po4

 

Páramo, avistaje, crónica

No direction home

Bob Dylan

Como aquella vez

en un Volkswagen Senda

sin aire acondicionado

que se detuvo en medio de la ruta,

polvo, rocas, verde opaco

de las plantas espinosas,

en un apagamiento.

Una falla eléctrica

¿pero qué? fue la pregunta

por varias horas.

Era el alternador, después supiste,

una pequeña pieza

que regula el flujo

de la electricidad.

Pero entonces el motor inmóvil

fue un tiempo

desregulado para vos;

cambió tu tono, empezaste

a hablarte lento, con pocas

palabras, como si frenaras

posibles desajustes.

La furia es un lujo,

te decías, mientras silenciabas

el atropello de frases

buscando una causa, una salida.

Hurgaste en el baúl, en la mochila

pero encontrabas cosas inservibles.

El nivel de la botella de agua

te pareció insuficiente,

todo lo era

en el cálculo de lo detenido;

las medidas se tornan imprecisas,

el hambre, el pulso, el calor.

Te encontrabas sin previo aviso

en una prueba de resistencia.

Algo empeoraba

cuando lomos de bestias informes

se proyectaron en tu cabeza,

se agrandaron tus oídos atentos

a la más lejana vibración,

hasta que por fin aquel auto

aquel familiar sonido mecánico.

Señas desesperadas y llegar

al poblado donde conseguir remolque.

Después quedaría el desgaste,

la erosión en las vísceras

y en un camping de New Mexico

abrazarte a otro cuerpo

sin decir nada, solo ese resto de tibieza

para poder dormir, sin el olor del miedo,

en la oscuridad restablecida.

Al otro día aparecería el paisaje

que tanto deseabas ver,

que recién entonces se coloreaba

porque la tierra era

de verdad naranja

y las rocas veteadas de azul

y el sol era el dorado único

de cada saliente.

Pero estar detenida, sin camino

en un desierto

estraga los sentidos;

los planes dejan de serlo,

los deseos crecidos

entre las sutilezas humanas

dejan de serlo,

sos un animal hambriento,

una planta mendicante

y el espacio se abre tanto que se nubla.

Estar ahí, contra

el avance del tiempo hueco

impide mirar. El temor sustrae

las cosas y no hay avistaje,

no hay mundo.

Y la noche que se acerca

deja de ser

su intermitencia

y llegar es un sitio sin alcance,

no solo es lejos.

 

 

 

Diario de viajepo5

Irse lejos

para encontrar lo propio.

Atravesar los cruces

más cerrados,

hacer un camino

por donde solo el viento

pasa,

donde se eligen pocas cosas,

menos, cada vez.

En el lugar impensado

estará tu corazón

olfateando con hambre

una casa

sin puertas.

 

 

Antes de pedir cambio de habitación

po6

Como aquella vez por la mañana

en ese hotel del subtrópico

cuando las toallas tenían

un olor hiriente a lavandina

y te pareció

que era demasiado.

Aquel despertar después

de una noche

en la que a cada vuelta

que dabas en la cama,

te llegaba el desinfectante

exudado por el colchón y cada vez

que te despabilabas un poco

crecían tus sospechas

de imprecisas alimañas deslizándose.

Después de que no pudiste

pisar la alfombra

con ese color a polvo

mal arrastrado por la barredora

y hasta acostarte te dejaste

en los pies las medias

que volverías a ponerte

para ir al baño.

Después de que a las seis

te despertase

como una turbina de avión

el aire acondicionado del bar

pegado a tu ventana

y se te hizo imposible

seguir durmiendo.

Nada que no fuera el estrépito

podía ya habitarte.

Por la borda caían

tus expectativas de viaje,

su grado de desproporción,

ese exceso de los buscadores secretos

que no confiesan ansia ni avidez

hasta caer desmoronados;

por la borda

el paisaje de selva desconocido

que, pensabas, te cambiaría los ojos,

el río anchísimo poblado de linternas

abiertas por el sol

y la vegetación extasiada de la costa

que imaginabas desde tu partida.

En ese amanecer

te duchaste y el agua alejó por un momento

la enfermedad del páramo.

Había empezado a extenderse

como una eruptiva,

que desertizaba tus brazos.

El agua era el antídoto

pero cuando acercaste

a tu cuerpo

esa toalla blanca, dura, rasposa,

con ese olor repulsivo a lavandina

dejaste de sostenerte.

Fuiste un bicho, un insecto más,

ninguna delicadeza

era ya esperable.

Entraste a tu desorden

como si la única frontera

que se cruzara en un viaje fuese

la propia fragilidad domesticada,

la sumergida debilidad.

En el ámbar turbio de ese cuarto,

mientras amasabas las palabras

que dirías al conserje, deshiciste

con tu voz menos audible

un tejido ilusorio.

A quién le importa

que estés bien

a quién le importa

que no sepas dónde

derramar tu amor.

Decías entre la molicie

de un hotel decadente,

en una ciudad del subtrópico.

 

 

 

Desierto rojopo7

El camino para adentrarse

es el lecho de un río

seco,

en la época de lluvias se desmorona

sobre su propia huella

y el camino desaparece,

vuelve el río. El agua

es la excepción,

el desierto gana;

un desierto rojo

donde hubo un río

donde sucedió el triásico

con su estar incalculable

de 200 millones de años.

No es posible, me digo

mirar tanto hacia atrás.

Pero con su bajo continuo

el viento atraviesa

el monte ralo.

No es una ráfaga,

es un corredor sin límites,

un silbido perpetuo que arrastra

el polvo con furia,

que levanta dunas al costado de las rocas,

que golpea hasta convertir las rocas

en ciudades plegadas, en ojos oscuros,

en agua correntosa, detenida.

Vos estás detenida también

superada por el no-tiempo,

entre la misma erosión que cubrió

el caparazón de una tortuga gigantesca.

Nunca llegaste tan lejos,

sos mínima, impensable, estás

en la verdadera lejanía.

Si permanecieras afincada

al desierto rojo,

los paleontólogos del futuro

seguirían a través tuyo

midiendo el tiempo.

Podés ver sus tiendas

y sus pequeñas

herramientas de excavar,

el escenario de la ciencia.

Pero escribís

entre el paso de las piedras,

un estrato más, otra capa

abierta por el viento,

y Marte parece una región cercana

y Júpiter una geografía familiar.

Escribís traspasada

por la mayor inmensidad, pero casi

como siempre,

en una ondulación inmedible

de silencio.

 

 

Preguntas para lo indefiniblepo1

¿Cuál es tu desierto?

¿Tiene párpados que se cierran

cuando es invadido por el dolor?

¿Tiene una luna

como un faro intermitente que los abre?

¿Guarda un corazón de agua

como una infancia?

¿Tiene la piel del polvo y del guijarro?

¿Arrastra el desgaste de un reptil

andando en círculos?

¿Empuja la caravana de voces familiares

a las que no hiciste caso?

¿Tiene la brújula del perdón

para que vuelvas?

¿Tiene el visado de tu necesidad

para encontrarlo?

¿Guarda el silencio de la roca

para escuchar el zumbido

del animal minúsculo?

¿Tiene oído para lo que se desvanece?

¿Tiene la percepción de algo que existe

pero queda más allá?

¿Puede escribirse?

 

 

admin

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