Portada, Textos — 20 abril, 2016 at 10:19 pm

El espectro de un Espectro

by
Por Jonnhatan Opazo

espec3Recuerdo una anécdota remitida por Patricio Pron que leí en internet hace un tiempo: una chica encuentra por casualidad, en una librería de saldos, un libro firmado por un tal David Markson. El ejemplar, si mi memoria no me falla, era una novela de Don Delilllo. A la chica, lectora desinteresada, le parecieron graciosas las anotaciones, las frases subrayadas –todas, para ella, aparentemente anodinas−, cierto interés en algunos pasajes: un libro diseccionado por un maníaco. Tal fue la gracia que le produjo que escribió un estado en su muro de Facebook comentando aquel extraño encuentro. Lo que ella no sabía era que el tal David Markson era en realidad un autor de culto –favorito, según  sabemos, de Foster Wallace− y las reacciones no se hicieron esperar: un conocido la contactó, constató que el ejemplar efectivamente pertenecía al autor y comenzó, junto a otros seguidores furiosos, apologetas desesperados, gente –sospecho– de nervios crispados y cierta acritud, una cacería en cuanta librería de saldos existiese en Estados Unidos para encontrar el legado disperso del autor. Una historia, por cierto, extremadamente borgeana: lectores detectivescos, paranoicos redomados que buscan claves, signos cifrados.

La anécdota, por supuesto, no es más que una excusa para una historia personal que, sin embargo, tiene ciertas similitudes con la anterior. Fue probablemente una tarde aburrida o una noche cualquiera de dilatar las horas mirando la pantalla del computador cuando decido pegar en mi muro de Facebook de uno de mis poemas favoritos de Jorge Teillier, “Cuando todos se vayan”:

“Como una araña que recorre/ los mismos hilos de su red/ caminaré sin prisa por las calles/ invadidas de maleza/ mirando los palomares/ que se vienen abajo, / hasta llegar a casa/ donde me encerraré a escuchar/ discos de un cantante de 1930/ sin cuidarme jamás de mirar/ los caminos infinitos/ trazados por los cohetes del espacio”.

espec2Acto seguido, una chica –que en ese tiempo estudiaba la misma carrera que yo– me escribe: “encontré un libro de Teillier usado en la calle. Tiene su firma. Si quieres te lo puedo pasar”. Era un viejo ejemplar de Muertes y maravillas que encontró en la calle por dos mil pesos. Específicamente en la esquina 6 Oriente con 2 Norte, donde un hombre sencillo, algo ingenuo, remata todo lo que le llega sin criterio alguno: desde libros del Cepech hasta novelas de Henry Miller, pasando por versiones íntegras de Leaves of grass de Whitman o copias de Hamsun en alemán. Sin mucho entusiasmo accedí, sabiendo de antemano que la posibilidad de que me lo vendiera era ínfima. Ver la firma de Teillier en la portada de un libro tenía algo de espectral que era plenamente coherente con su poética: como el silbido del desconocido en medio de bosque. A lo único que atiné –esto ocurrió el año 2013– fue a tomarle una fotografía: el fantasma de un fantasma. Hasta ahí todo bien. Devolví el libro a las semanas y la fotografía quedó guardada en una de las tantas carpetas de imágenes de mi computador. No fue sino hasta hace poco que, otra vez dejando que el tiempo discurriera en cosas perfectamente inútiles como revisar carpetas antiguas –una nueva forma de recordar, supongo- me encuentro con esta foto y caigo en la cuenta de que la firma además tenía una dedicatoria:

“Para Juan Balbontín/ su amigo en/ la calle neoyorquina/ a su pasado y futuro/ Jorge Teillier. 24 de diciembre del 79”.

La única palabra que se me ocurre para describir el momento es: serendipia. Balbontín, que hasta hace poco era para mí un nombre entre nombres [1], un perfecto desconocido; un escritor que, quizá a la manera de Markson, colgó los guantes, se me aparecía en una forma doblemente espectral: la fotografía de una dedicatoria en un ejemplar encontrado en una calle talquina por miserables dos mil pesos. Un escritor que eligió el olvido y, como una araña que recorre los mismos hilos de su red, parece reiterar ese gesto incluso en algo tan mínimo como su biblioteca personal. Un acto de apostasía literaria absoluta o un despejo en medio de la desesperación. La historia sobre cómo llegó el libro a la calle podría ser una historia sobre los abismos del olvido, la necesidad de desaparecer, los azarosos caminos de la literatura. Por ahora mejor dejarlo así: el espectro de un espectro.

[1] Hasta leer la entrevista que precede este texto.
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