Sin categoría — 24 diciembre, 2014 at 12:51 pm

EDITORIAL Nº2

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La palabra del oficio

El origen de las palabras está dado por la necesidad humana de nombrar las cosas, de demarcar al objeto. Entonces podríamos aventurarnos a decir que cada objeto y, por ende, cada acción podría tener su carácter lingüístico propio, su cárcel personal hecha de palabras. Vicente Huidobro, en un fragmento de su conferencia dada en Madrid en 1921, explica que “aparte de la significación gramatical del lenguaje, hay otra, una significación mágica, que es la que nos interesa. Uno es el lenguaje objetivo, que sirve para nombrar las cosas sin sacarlas fuera de su calidad de inventario… y otro es el “vocablo virgen de todo prejuicio; el verbo creador y creado, la palabra recién nacida”1. Lo que el poeta nos quiere decir con esto es que el valor del lenguaje no es sólo la función primaria antes mencionada (la de simplemente “dar nombre”) sino que además el lenguaje – en su veta más rica, la poética- puede crear nuevos objetos, nuevas realidades, construir experiencias originales dadas a partir de la experiencia. El idioma otorga la posibilidad de convertir al “hablante” en un pequeño dios creador de nuevas existencias.

La voz tricotar, en el poblado de Rari, significa tejer en crin. Polinear es, a su vez, en el pequeño villorrio de la Vega, entre Chanco y Cauquenes, el acto de eliminar las ramas del tronco caído hasta dejarlo útil como polín. O, sabía usted, que en la cordillera curicana, en el encumbrado pueblo de Los Queñes, a la acción de sacar, con los dedos, las cortezas más duras del pan se llama cascarar. Ahora bien, ¿tiene alguna relevancia que éstas palabras, que éstas representaciones gráficas de un acto, no tengan demasiada relación, o ni siquiera existan, como definidas en la Real Academia de la Lengua española?

Ahora, entendiendo que éstos tres actos (tricotar, polinear y cascarar) por el sólo de hecho de existir como acciones reales, son dignos de tener una voz propia, orgullosa y que ni siquiera se preocupa del veredicto oficial, la nueva pregunta que nace es: ¿éstas pequeñas acciones, y centenares de pequeños oficios y tareas, tan nimias en comparación con las grandes hazañas industriales del Hombre, tienen valor en sí mismas?, ¿se justifican?

Para Marx, “la burguesía ha despojado de su aureola a todas las profesiones que hasta entonces se tenían por venerables y dignas de respeto reverente. Al médico, al jurisconsulto, al sacerdote, al poeta, al sabio, los ha convertido en sus servidores asalariados”2. En su diatriba anticapitalista el filósofo alemán postula que con la imposición del paradigma moderno, y el amor absoluto por la mercancía, “todo lo sagrado es profanado”: ya nada es intocable, la vida es desacralizada, el hombre la ha perdido respeto al hombre.

Es en estas circunstancias es donde nosotros queremos poner el acento: en el acto de rescatar los pequeños oficios hechos por hombres humildes, replicando el gesto, el arte, traspasado de padre a hijo. En un mundo donde no se medita demasiado, sino que se actúa sin pensar en las consecuencias, es necesario, aunque sea por un momento, volver la mirada atrás y sentarse a observar como el hombre, armado solo de su caballo y de su perro, arrea a los animales hacia lo más alto de la cordillera de Los Andes.

 

 

1Vicente Huidobro, La Poesía, Fragmento de una conferencia leída en el Ateneo de Madrid, (en línea), 1921, Dirección URL: http://www.vicentehuidobro.uchile.cl/manifiesto2.htm

2 Karl Marx; Friederich Engels, El Manifiesto Comunista, España, El viejo Topo/Ediciones de Intervención Cultural, Quinta edición, 2005, pp 27.

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