Destacados, Portada, Textos — 10 octubre, 2022 at 2:18 pm

COORDENADAS CONSTITUYENTES: SUTURAR LAS CONFIANZAS

by
por Rosabetty Muñoz

 

TODO SE JUEGA EN EL TERRITORIO DEL LENGUAJE

Las palabras armarán la trama de las nuevas relaciones, del nuevo habitar, de la nueva con- vivencia. Por eso es tan importante que haya saberes distintos, variadas hablas, decires que han estado postergados, como la de pueblos ancestrales o las mujeres o las comunidades que viven en lugares muy apartados de los centros de poder, o las de poblaciones que sufren los costos del mal llamado progreso y que son asumidos como lugares de sacrificio, aceptados como daños colaterales del sistema.

El desafío es desplazar el lenguaje de expertos jurídicos o de la vociferación de lo económico como lo fundamental hacia otras formas de comunicar; eso se hará llenando los vaciados de palabras, se construirá persiguiendo los significados, los sentidos, repasando una y otra vez cómo se entiende cada concepto.

Discutir el lugar de las palabras, recuperar la simpleza. Eso que ya sabe nuestra gente más sencilla: el valor de la poesía. Porque sienten que aunque las ideas sean complejas, la metáfora sirve para comprender por medio de imágenes mundos más amplios. Es el entendimiento lírico que está en las canciones de Víctor Jara, en la poesía de Violeta Parra, en las crónicas de Lemebel, todo ese lenguaje que ha saltado las vallas de lo enmascarado y ha usado las figuras para taladrar la costra superficial y acceder a verdades tan necesarias como el agua.

Se habrá de escribir una Constitución que podamos comprender todos, que podamos contar a los niños, que podamos leer con emoción, sintiéndonos parte.

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El lenguaje no puede crear contra la realidad, el tan ansiado encuentro con otros no se puede dar en el cuerpo muerto de un escrito sin sangre.

Por eso, los constituyentes trabajarán en el abierto espacio de la creación:

Primero, hay que afinar el oído, la comprensión, sintonizar con lo que expresa la gente en las calles, en las poblaciones, en los pueblos perdidos del largo territorio; hay que sintonizar permanentemente para reconocer cuando las cosas están dadas para construir realidad.

Segundo, rectificar el lenguaje. Lo que expresa debe ser lo que significa porque si no es así, se queda sin hacer lo que necesitamos con urgencia. Si no se corrigen las palabras, el decir, se falsean expectativas, se obscurece la confianza.

Tercero, buscar lenguaje inspirador que eleve el tono interior, que convoque a actuar según códigos que nos mejoren, nos devuelvan la dignidad, ya no por decreto o por acción del Estado, sino por nuestras propias acciones y decisiones.

DESMONTAR LA MAQUINARIA QUE SAJÓ EL TEJIDO SOCIAL

Una tarea imprescindible será escuchar esa historia que está sepultada en la calle y en los cuerpos. Después de largas décadas sin considerar las vidas mínimas, se debe atender a lo particular, a la historia local; no es tiempo de grandes discursos, sino de atención a lo pequeño que, sumado, va formando comunidad.

Tenemos la posibilidad de soñar un Chile que acoja la enorme diversidad de culturas que conviven en el territorio común, que abra sus profundas capas vivas y que guarde la fragancia de lo que hemos sido en distintas épocas, un Chile que es múltiple y que es capaz de transformarse sin dejar sus maravillas atrás.

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Vivenciar (como decía Mistral) a los pueblos originarios, raíces de nuestra cultura; a los inmigrantes que enriquecen nuestro quehacer, nuestra comprensión de la realidad, a los distintos habitantes que no han tenido voz ni han participado de lo que entendemos como país.

Reparar en la cantidad de términos que se han ido abriendo camino y conquistan áreas que parecen lejanas, reparar en cómo fueron permeando, colonizando la cultura o en la educación, la salud. ¿Por qué debiésemos hablar de consumidores culturales o industria cultural, o déficit hospitalarios o clientes en clínicas y escuelas? En estos meses de pande- mia es determinante cómo nos enfrentamos a una situación extraña y remecedora: todo el aparato informativo vomita números. La muerte es un número, los cuerpos enfermos son números. Sabemos que podemos armar un nuevo pacto social porque el trato inhumano todavía nos asombra, todavía no cruzamos la barrera de la indiferencia. Estamos en un momento crucial en que podemos desbancar una legitimada forma de palabreo, esa que ha ido oscureciendo y degradando otras. Como la poesía, o la filosofía.

Se fue formando una masa de palabras para guiar al rebaño ―digámoslo así―, llevándolo a considerar que solo aquello que nos trae éxito dentro del sistema nos define: si logramos tener, depositar, cuantificar, es que hemos logrado «ser alguien». Todo lo que queda fuera de las cifras es puesto en duda, marginado. Se constituye un espacio de solos que compiten, que van desdibujando los límites de los valores que traían generaciones anteriores, se va difuminando la frontera entre lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto.

Heidegger enseña que la palabra es la casa del ser. De modo que si el lenguaje se desmorona, se desmoronan modos de pensar y de existir. El lenguaje es un tejido fino y sedoso en el que se da forma al mundo.

En un país que fomenta la competencia y el individualismo, las palabras se van sumando a ese paradigma y ahondan en la brecha, la rotura de las confianzas. Entonces, el nuevo pacto social buscará cómo decir un país que privilegia otra manera o maneras de ser humano, donde es más importante la persona que los bienes y es más importante armar formas de ser con los otros, una celebración de estar juntos, una forma de resolver los problemas en forma comunitaria.

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RESPETAR EL HABITAR DE LAS COMUNIDADES

Se trata de una misión preciosa: es constituir lo que queremos, fundar una sociedad distinta, diversa, plural. Desde los principios básicos, la idea es sembrar la metáfora de lo que realmente tiene valor considerando quiénes somos, quiénes queremos ser y cómo queremos habitar estos lugares.

Crear un nuevo contrato social exige revisar y conocer las distintas comunidades que componen un mapa del que solo se han dibujado los contornos generales. Habrá que ir componiendo con las voces de sus representantes, las vidas ignoradas de tantas localidades para situarlas en relieve.

Hasta ahora no había espacio para pensar el desarrollo desde las especiales formas de vida en las provincias, por ejemplo. Más bien formábamos parte de un país cuyas leyes impiden maneras de relacionarse en forma armónica con la naturaleza/el medio natural, que dificultan el organizarse, que no permiten que las pequeñas y dispersas comunidades resuelvan sus problemas de acuerdo a su manera de entender la realidad. Volver al respeto por la propiedad comunitaria y resguardar bienes esenciales como el agua, el mar, las semillas. Que no pertenezcan a privados. Pensar Chiloé (de nuevo la lírica) como metonimia, como un espacio político, territorial: que permita a todos tomar decisiones ligadas a sus problemas específicos y vinculadas con el patrimonio. Resguardar la riqueza humana y natural por medio de la voz ciudadana reunida, consejos de ancianos que toman decisiones atingentes a la comunidad. Y todo esto en permanente diálogo, atentos a la evolución del tiempo en otras latitudes. Somos parte de un sistema mayor y complejo, eso hay que considerarlo. Quiero decir que no somos, o no debiéramos ser, los vivientes del sur, los defensores de una visión bucólica; no somos y no debiéramos ser los guardianes de un supuesto paraíso natural donde los seres humanos son mejores que en el centro o las grandes urbes. Más allá de los estereotipos y prejuicios nuestro esfuerzo ha de ser «decir el sur», pero uno diverso, con las puntas afiladas, con todas sus impiedades y también maravillas.

Entonces, los constituyentes habrán de respetar la diversidad y defender las particularidades de los territorios a la hora de pensar en las políticas públicas. Cuidar que la toma de decisiones políticas considere siempre los valores y voces locales.

Se requiere disponer la mesa para que sean los invitados los que hablen. Disponer el encuentro, pulir las palabras y celebrar con ellas un encuentro.

Captura de Pantalla 2022-10-10 a la(s) 11.15.12EL PORVENIR NUESTRO ESTÁ ALLÁ ATRÁS

Quiero pensar en el ejercicio de la memoria como patrimonio. Más allá de las huellas materiales, de los objetos o construcciones que son señas de una determinada cultura (también importantes de considerar), pienso en las manifestaciones afectivas, emotivas, que fueron conformando el tejido cultural de nuestras distintas culturas. Todos esos elementos que parten de la gente y han dado cuerpo a un imaginario particular, una forma de entender el mundo que es significativa e identificable frente a otros modos de ser y vivir.

Hay tantas comunidades que se fundan sobre una masa de palabras no dichas, de un silencio preñado que sostiene la lengua. Que mira a los que no están, que los sigue recordando. La palabra es un gesto límite, signos que permiten fijar el escurridizo tiempo, el aire, ciertas formas de mirar, contar, amar. Cuando se van los antiguos, ¿qué queda de sus palabras? ¿Cómo se decía…?

Su espíritu se fundió con el de todos los de sus antepasados y ese denso aliento permane- ce suspendido en la composición del aire nuestro. Respiramos el polvo dorado de los que no están, somos ellos en la finísima materia que se adhiere a las fosas nasales, que entra en oleadas al aterciopelado paisaje interior.

Detrás de nuestros gestos, entonces, reposa el silencio espeso que heredamos.

Enormes territorios de palabras perdidas y con ellas, un mundo por decir: ¿cómo nombraban el goce de ver encenderse los ñires? ¿Cuál era la forma en que compar- tían el milagro de ver abrirse los fiordos frente a ellos? ¿Cómo decían la majestad de los hielos, la dulzura de un canal man- so? ¿Cuáles eran sus palabras para el amor? ¿Se demoraban nombrando el paisaje del deseo o solo respondían a la urgencia de la carne? ¿Tenían voces para el miedo, para la profunda indefensión de sus cuerpos des- nudos? ¿Cómo sentían el aire purísimo, la suavidad de las aguas, la enormidad de los riscos? ¿Nombraban de cuántas formas al viento que doblaba las copas de los árboles, al que silbaba furioso alrededor de su ch za, al que les murmuraba mensajes de sus muertos al oído? ¿Cómo señalaban el azul de todas las formas que el agua y el hielo desplegaban?

Toda esa materia vital, el encuentro primario con un mundo imponente, de belleza extrema, no ha desaparecido. Todo ese tejido de voces da forma a la sombra que nos sigue, aunque no queramos verla/sentirla.

Es central el reconocimiento de las culturas ancestrales. Reconocer y abrazar nuestra historia que sabemos milenaria.

El derecho a la cultura es interdependiente de otros derechos como la educación o la autodeterminación, que permitirá que cada territorio responda a sus propias necesidades y formas de vida. Así no volverán a perderse ricas tradiciones o manifestaciones culturales por el obligado cambio de vida de los habitantes, según modelos impuestos que nada tienen que ver con su propio proceso histórico.

LA DICHA DEL AGUA

Estamos compuestos de agua. Esta es la gran metáfora sobre la que se funda la idea del país que queremos armar: aquello que es vital no puede ser objeto de transacciones comerciales ni estar expuesto a la propiedad, no se puede privar de su uso o beneficio a nadie. Cualquier diálogo posible, parte del cambio del eje que sostiene la estructura del cuerpo total del país y esa imagen del agua, la fuente de vida, nos recuerda que hay temas intransables.

Como zahoríes buscando sentido, el concepto del «buen vivir» fluye fresco y nutritivo desde las voces antiguas de nuestros pueblos originarios. Se trata de pensar un país que respeta su espacio natural y convive armoniosamente con las especies que no son suyas, sino parte de un ecosistema que a todos nos permite vivir y prosperar.

Hemos visto la dicha del agua evaporarse, hemos visto camiones aljibes repartiendo litros en casas, a los animales sedientos babeando en las pampas. No puede hablarse de progreso si hay familias que no tienen agua potable. No se puede hablar de desarrollo si el agua tiene propietarios y si la explotación de algunas empresas contamina nuestro líquido vital.

Caminando hacia el buen vivir, con el agua como elemento primordial para el ecosistema, avanzamos hacia todo aquello que representa la dignidad que tanto se ha pedido/exigido en las calles: respeto a los derechos humanos, habitación, trabajo, jubilación, salud igualitaria y de la mejor calidad posible.

Los derechos sociales básicos están contenidos en esta metáfora esencial. Sin esta agua propia de la vida no es posible siquiera pensar en el porvenir.

INTERCAMBIAR SABERES QUE NOS AYUDEN AL BUEN VIVIR

Y entrar de lleno a pensar en una educación que piense orgánicamente en otra forma de enseñar, de aprender los saberes de las comunidades y al mismo tiempo dialogar con el mundo abierto fuera de nuestros territorios. Hay experiencias aisladas, hay esfuerzos particulares, pero falta una orientación general, una columna vertebral que nos sitúe en el futuro sin abandonar la rica cultura ancestral.

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Dibujar un país que cuide a sus ciudadanos dándoles educación pública de calidad, que les garantice una formación y un derecho a la felicidad. Formar almas como decía Gabriela Mistral y no trabajadores para la economía o intereses empresariales. Sin colegios que ahonden la desigualdad y la separación entre sus ciudadanos.

Una educación pertinente nos impulsará a soñar un sur libre y soberano. Que tiene conciencia de sus orígenes y desde allí se dispara, respondiendo con imaginación, reflexión, creatividad, al necesario diálogo con otros territorios.

Para que exista un verdadero desarrollo, la educación tiene que participar formando ciudadanos críticos, responsables, comprometidos, que se sientan llamados a compartir el bien común aun desde los lugares más remotos, no en la estrechez con que se estigmatiza lo provinciano, sino en la capacidad de compartir el destino de pertenecer a un territorio que se recrea constantemente.

EL ARTE, UN PAN EN TODAS LAS MESAS

El arte es fundamental a la hora de recoger nuestra memoria patrimonial. En estos días de peste nos ha quedado claro que necesitamos de las resoluciones colectivas, de la unión y la cooperación comunitaria. No es en soledad como podremos vencer esta pandemia, sino en conjunto, entre todos. Tal vez sea la oportunidad para volver a pensar en nuestra cultura ancestral, tan llena de recursos, para resistir en entornos duros con un clima feroz. Sostener el ánimo, la energía, la pasión aun en medio de una pandemia, fue una labor de todos: hablar desde la esquina y señalar «allá está el porvenir que soñamos» mientras la calle mostraba su cruda carne de desesperación y desamparo.

Es necesario un arte que comunique, abra canales de exploración para reconocernos y comprender el mundo que habitamos. Ese goce profundo del descubrimiento no puede estar concentrado en élites o tratado como suntuario; tiene que garantizarse un acceso universal a todas las expresiones artísticas y a los espacios públicos liberados para el libre desarrollo de las artes. Puesto que las expresiones artísticas son reflejo de nuestras culturas, creemos que los artistas y actores culturales deben ser parte de nuestra familia, de nuestro presente y nuestro porvenir.

Desde los espacios locales, la creación artística tiene desafíos propios. Hacer arte desde las provincias nos exige una alerta constante para no caer en folclorismos, pero tampoco puede ser complaciente con sus propios coterráneos que igual trampean con la idea de la belleza superior de nuestro territorio.

El tejido cultural del que formamos parte es complejo y representar su densa carne es un reto, por eso es tan importante borronear la idea de un centro que administre la legitimidad de los discursos. El reconocimiento del valor que tienen las distintas obras es esencial para el desarrollo artístico desde las diversas culturas que componen nuestro largo país. Queremos un país donde esté representada toda la riqueza del gran tapiz que somos. Desde octubre del 2019 asistimos al despliegue de una cultura colorida, rica en ternuras ancestrales, antiguas memorias que buscan las formas de sanar las heridas que provoca un sistema injusto: escuelas de rock, muralismo, danzas pintadas, música, poesía, toda una resistencia que ha servido para hilvanar esta fuerza vital que ahora debe ser declarada y valorada en el nuevo pacto social. Reconocer, entonces, la diversidad que somos y permitir que se desplieguen cuerpos, imaginarios, territorios, enriqueciendo la vida comunitaria, es nuestro empeño hoy. Como un archipiélago unido por las aguas de una cultura común.

 

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